lunes, 29 de agosto de 2011

NEOBARROCO HIPERTEXTUAL

Estética del mestizaje, de la ruptura de fronteras entre repertorios culturales, mezcla de lo erudito y lo popular, del neologismo y el arcaísmo, de occidental con lo oriental, de lo poético y lo prosaico, en deliberado hibridismo de rica imaginería y proliferación de metáforas y de rebuscadas vanguardias. Búsqueda de formas para provocar una pérdida de la integridad, de la globalidad, de la sistematización ordenada, a cambio de la inestabilidad, la polidimensionalidad, la mudabilidad. Huellas de ese gusto por los objetos más dispares, desde la ciencia hasta las comunicaciones de masa, desde el arte hasta los comportamientos cotidianos. Promueve un cambio de la lengua, el uso de recursos, citas, epígrafes, citas dentro de los textos y también dentro de las citas, abunda en explícitos homenajes. Es el quiebre, el pliegue, el fragmento, el excremento, la vida en el cosmos, el devenir mecánico, la sutileza maligna, la seducción del miedo, el artificio, el ritual, la tranquilidad del sometimiento, la soledad ontológica, abundancia y asfixia, la cama asesina versus la reproducción letal, el cuerpo impúdico y el eterno baile rizomático de subjetividades incardinadas. Es multiplicidad de lenguajes, miscelánea de formas, emociones y pensamientos, un discurrir eufórico, rico, abierto. Es la fantasía, la libertad, el juego precioso, el placer de la sorpresa, de lo mágico, del asombro. Es el caos, la asimetría, el salir de los esquemas, lo multifacético, lo cambiante, el triunfo de las formas: asombro y exceso. Se vuelve, renovándose, al placer de las formas sorprendentes, al juego de las contaminaciones peregrinas. Es un mundo de símbolos y emociones, complejo y variado, en el cual cada uno reconoce su propia y diversa pertenencia. Es placer, gusto, exceso de ensamblaje. Recoge por dondequiera estímulos, distintos entre sí, prescindiendo de la razón de sus orígenes, sin elegir ni seleccionar, se agrega, se acumula, en un nuevo y avallasador eclecticismo. Es el júbilo de la fantasía que se libera de todo esquema impuesto por autoridad, por costumbre, o por miedo. Es la fascinación del caos, entendido no como desorden sino como complejidad, como nuevo misterio en el cual aventurarse con el ánimo asombrado en busca de algo. Es el hechizo de los fractales, de las espirales galácticas, de lo maravilloso en la pequeñez, de lo indefinido en la vastedad. Son formas que se escabullen, se mueven, casi se colapsan, evocando la indescifrable armonía del Caos. Durará, como espíritu de contaminación y como exceso, porque ya no estamos llamados a elegir, sino a agregar. Pasará mucho tiempo antes de que se abandone el sobrecogedor impulso de acumulación y sobre todo el placer de la fantasía, gozosamente liberada.


Fuentes:

http://www.redesalba.org/?p=379

http://www.catedra.com/cgigeneral/newFichaProducto.pl?obrcod=123978&id_sello_editorial_web=01

http://www.pa-digital.com.pa/periodico/cierre-preview/dia_d-interna.php?story_id=1052167&edition_id=20110522

http://demalavidayliteratura.blogspot.com/2010/07/neobarroco.html

http://amaraslasjoyas.blogspot.com/2011/02/neobarroco-joyas-de-nueva-inspiracion_09.html



CAMAFEO DE MUJER DORMIDA

Buscas en el río la plenitud de la palabra, el silencio de los cactus, la risa susurrante de las quilas, desatas el verbo y untas de color los paisajes que pisas dejando un reguero de huellas inconstantes, de vestigios de exploraciones impúdicas, de piedras canteadas y pájaros asustados. Anidas en el oscuro, sufriente y virginal, elevas el humo de tus fuegos a lo largo de los senderos tortuosos de los bosques de espinos y litres y arrayanes por las orillas del arenal del río de largas aguas cordilleranas. Refractas la luz impostada de los amaneceres, reflejas las rojizas luminosidades de los ocasos, absorbes el oscuro terciopelo nocturno, estrellado y lunar. Despiertas, caminas, duermes, usas una copa, una cuchara, una puerta, lees un libro, escribes un verso, lloras, tocas las cosas cotidianas buscando un sentido, un fin, una pequeña certidumbre para entrar en el sueño. Cuentas las florcitas de los pastos de los parques, las flores de los aromos amarillos de esperarte, las gotas de rocío en las hojas de los rosales. Rememoras la lluvias de lo que va del invierno, sus charcos, los grises nublados que cruzaron el cielo con aguaceros y ventoleras. Te sumerges bajo las escarchas, te difuminas en las garúas, gélida, húmeda, asiluetada. Irrumpes en escorzos en la plenitud de tus encantos, dejas tus ojos varados en el horizonte de totorales, deslizas tus manos de princesa imaginaria por las sedas y las perlas que te traen tus amantes corsarios. Hurgas en el jardín y en las macetas buscando las semillas dormidas, las pupas subterráneas de las avispas, el opio de las arcillas. Esparces tu serena arrogancia de bella durmiente en los murmullos del desvelo de cierto macho viejo que detenta la solemnidad del eterno destierro de tus soberanos territorios. Inventas insectos imposibles, imaginas palomas enjauladas, creas lobos, vestiglos y endriagos, haces como que existen parajes donde abundan las garzas de cuarzo y las libélulas de amatista, y vas dibujando el bestiario de tu río y sus sagrados pajonales. Destilas el licor de tu carne temblorosa, el néctar de tus ternuras, el vino rojo de todas tus vendimias para calmar la sed de las ausencias. Acudes a antiguas magias sáficas, a delicadas hechicerías, a dulces y secretos encantamientos, para develar los áureos anillos del destino y verte a ti misma en el espejo, siempre ida y pensativa, siempre humedecida y desnuda ante tus deseos y tristezas. Intuyes que cuando llueve las lombrices salen a trazar los mapas de tu desasosiego en las gredas del patio. Vale.



jueves, 25 de agosto de 2011

INCONSOLACIONES

"Las cosas que no existen son las más bonitas.". Bugre Felisdônio.

“Fui amigo do Bugre Felisdônio, de Ignácio Rayzama e de Rogaciano. Todos catavam pregos na beira do rio para enfiar no horizonte.” (i). Manoel de Barros (ii).

Las ánforas de los vinos dulces y los albos corceles al galope por las arenas y la espuma de una extensa playa bajo un imponente atardecer. Los pinos olorosos con sus resinas escurriendo densas, lentas, por los troncos del Carbonífero y los milenios del ámbar. El aullido del coyote en la noche trabada de sombras, de intramuros, de soledades que trizan el nocturno en la resiliencia del animal solo que huye de sus propias huellas. El bajel del espanto a contramar de las mareas del mar de los navegantes diezmados por el escorbuto. Un agua antigua de cilantro, sus paramecios y sus amebas antes del diluvio y del nacimiento de Venus, un agua transparente, cristalina, arsenicada. El sayal de la muerte, su anillo de cobre con el diente del primer muerto, su guadaña brillando por el reflejo de una luna maldecida por amantes y testigos. Los horrores del infierno imaginado por los monjes heridos por el cilicio y la penosa castidad. Un ánfora hundida que guarda un quaternión de Caius Iulius Caesar Octavianus Augustus, y un trozo de ámbar con una hormiga atenazando ad eternum una semilla del Coriandrum sativum, flotando a la deriva en el Mare Balticum. Los coyotes husmeando los cadáveres de los ahogados amortajados por la espuma y velados por las negras y relucientes aletas dorsales de las orcas. Las armas de rojizo cobre metálico forjadas en la fragua del infierno y el cítrico aroma de las semillas del cilantro. Los vinos de vendimia retrasada que ha dejado sobremadurar la uva en la cepa. La resina de una vetusta conífera embadurnando y momificando un delicado fragmento tornasolado del ala de una libélula. La maldita luna rota en su reflejo por el chapoteo de los remos de la barca de Caronte. La deriva y el cenagal. El óbolo que pagó el Nazareno por el cruce del Aqueronte. Los gritos de los que no pudieron pagar aquel viaje, y vagarán por cien años sin pisar la otra ribera. Los cadáveres de los enterrados con una moneda bajo la lengua esperando impacientes a Carón el barquero. El sayal y el cilicio. Corceles en la pleamar de gaviotas detenidas en el aire por la ventolera del sudeste. El nocturno aterido, la vidriosa madrugada marina, los cormoranes dormitando en sus nidos en el vértigo de los altos e inaccesibles acantilados rocosos. Los legendarios albatros en sus vuelos errantes por el mar abierto en busca de solitarias islas oceánicas. Las arenas, los intramuros, las oleorresinas. La muerte por escorbuto o por arsénico. El sello del Anillo del pescador. La última jornada. Vale.


(i) Fui amigo de Bugre Felisdônio, de Ignácio Rayzama y de Rogaciano. Todos recogian clavos en la orilla del rio para enterrar en el horizonte. (Del poema ‘Mundo pequeño’ de Manoel de Barros (iii).)

(ii) Manoel Wenceslau Leite de Barros (Cuiabá, Mato Grosso, 19 de diciembre de 1916) es un poeta brasileño del siglo XX, cercano de las vanguardias europeas de principios del siglo y del primitivismo vanguardista de la «Poesía Pau-Brasil» y la «Antropofagia» de Oswald de Andrade. Es una de las grandes voces de la poesía brasileña contemporánea. Desde 1937, ha escrito catorce libros de poesía y recibido varios premios literarios, entre ellos dos veces el Prêmio Jabuti, el más reconocido de la literatura de Brasil hoy. Es el más aclamado creador de la poesía brasileña contemporánea en los círculos literarios. Sobre él, el crítico y filólogo brasileño Antônio Houaiss ha dicho "...Manoel de Barros es un usuario o usante o utilizante o creante de palabras —habidas, habientes, habibles — que sangran, sonríen, se desvergiüenzan, juguetean, lirizan, luziluminan; que convida al lector a gozar — en la rudeza de la vida que corre — la infinita gracia de disponibilidad mental para el gratuito absoluto...”

(iii)

Mundo pequeno (Fragmento)

De O Livro das Ignorãças. Manoel de Barros, 1993.


II

Conheço de palma os dementes de rio.

Fui amigo do Bugre Felisdônio, de Ignácio Rayzama

e de Rogaciano.

Todos catavam pregos na beira do rio para enfiar

no horizonte.

Um dia encontrei Felisdônio comendo papel nas ruas

de Corumbá.

Me disse que as coisas que não existem são mais

bonitas.



lunes, 22 de agosto de 2011

DESPARAISO

Los muros son negros, los pisos bicolores y los cielorrasos gris pizarra. Todo es a ratos transparente; a ratos oscuro, pero siempre teatral. Con sedas salvajes, oleos y lagrimas de cristal que cuelgan del cielo. Con irrealidades desconchadas e imaginarios agotados. Un amanecer vidrioso los trajo subrepticiamente, cercados por un rocío que más bien tiraba a escarcha. Al anochecer se habían desperdigado por entre las grietas del olvido y ya era demasiado tarde para quebrar sus prosaicas argumentaciones con trucos de circo o apologías ingratas. Anegaron los dorados trigales con las aguas impuras del Estigia. Perturbaron el tiempo haciendo largos días sin noches y viceversa. Mitificaron las batallas perdidas, pontificaron sobre derrotas, revocaciones y naufragios. Lo vernáculo fue borrado a fuego de las rocas sagradas. Levantaron efímeras efigies de dioses vacilantes, que cada lluvia desbarataba. Y hubo quebrantos azules, tribulaciones enrojecidas, aflicciones violetas, desolaciones transparentes. La tierra se volvió arena blanca y después arcilla roja. Una ceniza fúnebre, lunar, cubrió los senderos y las huellas. Todo tenía una consistencia de sueño, de alucinación, de letargo. Surgieron mutaciones perversas, flores venenosas, salamandras carnívoras, verdes pastos afilados. Unas sigilosas aves negras anidaron en las ruinas del templo. Los vientos convergieron descuajando el árbol del fruto del conocimiento. Un tenebroso sarro ocre incrustado en la infranqueable cerradura impidió que se abrieran las puertas del paraíso, ni con las llaves del Gran Embaucador ni aun con las siniestras ganzúas de los ancianos hoplitas vencidos. Inferencias y armonías matemáticas demostraron la imposibilidad del retorno. La certidumbre ahogó los gritos de los templarios, monjes y guerreros, de los samuráis y de los shogunes. Los desiertos abarcaron territorios baldíos, petrificando abedules y araucarias, fosilizando las huellas de los últimos saurios, desolando los parajes invernales de la raza maldita de los tristes homínidos extinguidos. Los vientos de incontables y épicas borrascas cubrieron con dunas y detritos los nombres grabados en las piedras, los geoglifos de un cóndor y una iguana, la vertiente de donde manaba la sangre del sacrificio, y el túmulo que marcaba en lugar donde el espacio y el tiempo convergían. Ahora ya es tarde, otra vez, para majestuosos monumentos funerarios o solemnes estatuas de héroes secretos. Lo que ayer fue lujo y espléndida riqueza, hoy es campo feraz de crímenes, venganzas y conspiraciones. El universo es un miserable berenjenal de quarks, leptones y bosones. Todo parece negro, bicolor o gris pizarra. Todo tiende a ser transparente u oscuro, eternamente escénico. Todo posee una condición de pecado, de perversión, de humillantes concesiones o de pequeñas e infames rendiciones. Ha comenzado a crecer un fino y mullido musgo verde esmeralda sobre los sepulcros blanqueados.



sábado, 20 de agosto de 2011

NADA

El infierno está aquí! El otro no me asusta.

Empero, el purgatorio mi corazón disgusta.

“Los sollozos”, Marceline Desbordes-Valmore.


Alguien busca tus ojos por la calles de una ciudad invisible, por los callejones de bandidos y mendigos, por las callejuelas de meretrices y de santas vírgenes ingenuas. Alguien busca tus palabras escondidas, tu verbo apagado, aprisionado en un silencio de tumba o de pirámide, mientras te vas diluyendo, disolviendo, difuminando entre las lluvias y los ocasos. Ya no cruzas en las esquinas de tus rutinarios viajes por el día, ni estas en los parques donde los aromos, que ya no pueden eludir sus amarillos principescos, han esparcido en su entorno su finísima granalla dorada para atrapar las huellas de tus pasos, los vestigios de tu sombra, para capturar el vaho de tierna soledad que vas dejando con tu murmullo de ninfa ausente e inalcanzable. Ya no habitas los parajes nocturnos de las orillas de los ríos y sus afluentes, los acantilados de la isla donde tus demonios tascaban el freno de tus pasiones, la carne y la sangre que ardían en ti en un fuego siempre inconsumado. Las hormigas aun invernan en sus laberintos subterráneos a la espera del estremecimiento de tu cuerpo ante la cercanía de la revelación. Nada. Solo una dulce soledad que intenta mimetizarse con los estertores de las escarchas. Solo la dulce paz de las pupas de los escarabajos aguardando en la presunción de un remoto estío. Apenas la dulce calma de los panales escuchando el rumor de la cercana primavera. En un alejado escaño del parque tu delicado fantasma, única mujer entre los poetas malditos, escribe y describe su existencia mezquina y sus muchas desdichas con una poesía oscura y depresiva, sin complacencias estéticas. Tus odios semillan los crepúsculos y las madrugadas, los perros aúllan las lunas que palidecen tu piel, su misterio y su secreto. Tus manos van descascarando los altos muros de un castillo encantado, van atrapando las espumas de las mareas en pleno plenilunio, se quedan aferradas a la última tibieza que tocaron, sin caricia, sin roce, sin cariño. Eras la del cabello largo, niña sola entre los niños riendo al lado del agua. Se te ve triste, como congelada ante un abismo, con la mirada mas allá del aquí y el ahora. La melancolía invade tu alma y la arrastra hacia las frías lluvias de este invierno. Las lluvias, las neblinas, las garúas, los atardeceres en sus rojos intensos, el mar nocturno, esas cosas que horadan tu alma y te dejan ese sabor de soledad inevitable. Hay en tu vida intensidades como oleajes que van y vienen arrastrando tus sentimientos, tus soledades, tus deseos y tus instintos, y todo eso llega como los restos de los naufragios a la larga playa de arenas doradas donde tu eres una niña solitaria buscando caracolas, descubriendo las piedras de colores, explorando entre las algas que se mecen por el mismo oleaje que te llevo hasta allí. Nadie sabe a ciencia cierta, con debida certeza, donde se va tu voz cuando te silencias, cuando tus palabras se vuelan como mariposas asustadas, cuando tu cuerpo de niña habita otros rincones donde mis manos no te tocan. Nadie sabe porque lloras. Alguien no soporta tu silencio.

Fotografía: “Aromas, la lluvia. El otoño” de José María Lagorio. 2009.



miércoles, 17 de agosto de 2011

DESINENCIAS

Ese día, hacia la tarde, se escaparon los pavos reales y las aves del paraíso, y los lobos montaraces armaron un alboroto padre persiguiéndolos por los cañaverales que bordean el río y después por el manglar que da al mar de las sirenas y las medusas. Era un miércoles de ceniza porque todos andaban flotando como un geme sobre la arena y más de una cuarta en los pedregales, en un éxtasis prístino que los traía adormilados y confusos mientras los zarandeaba la brisa marina que venia del golfo con ese perfume a algas y a naufragios que provocaba nostalgias y pesadumbres en los mas debilitados por el hambre o por el amor. Cuando comenzó el atardecer las olas se encendieron con los mismos rubores del poniente, los roqueríos de las rompientes se fueron ennegreciendo hasta convertirse en imponentes siluetas de ballenas varadas y cachalotes heridos. La mañana había sido tierna, tranquila, con un solcito que entibiaba el jardín y los paltos aun mojados por la llovizna de la noche, hacía salir a los caracoles a chapotear entre las piedras y equivocaba a las lagartijas que vagaban inquietas por las paredes de ladrillo creyendo que ya era llegada la primavera. Al mediodía el mar se vino con un oleaje de desaforadas espumas que fue dejando una marca de alta marea con los restos carcomidos de antiguos barcos hundidos y desconocidos vestigios vegetales de cercanos archipiélagos y lejanos continentes. Los típicos nublados de la siesta se repartieron por el índigo del cielo en sus juegos de algodones, los jirones de lanas de la esquila de un rebaño siempre invisible y los asombros de su bestiario intranquilo. Cuando volvió la jauría de lobos jadeando cansados y hambrientos, las ramas deshojadas del ciruelo ya estaban copadas de palomas y tórtolas, y el anochecer se estaba adormeciendo con sus dulces zureos amorosos, el horizonte marino era cruzado de sur a norte y en intervalos aleatorios por las lineales formaciones de vuelo de las bandadas de pelícanos y alcatraces que iban a dormir a las guaneras de las islas Chincha. El concierto nocturno del croar de las ranas en las marismas ya iniciaba su primer movimiento, un andante poco mosso, mientras en una de sus orillas, donde el agua era baja y verdosa se consumaba el secreto nacimiento de una delicada libélula. La noche llegó sin estrellas, con una luna difusa estarcida en los cambiantes nubarrones de una tormenta frustrada. De madrugada, antes de que el sol iluminara los trigales, se escucharon los graznidos y chillidos de los pavos reales y el melodioso canto de las aves del paraíso que regresaban a sus nidos. Vale.



CARBUNCLOS AJURIANOS

“…guiados por el carbunclo, piedra luminosa, bella aun entre los espantos de la noche, clara aun en competencia con las estrellas,…” (i)

Molt bonica aquesta flor; té un aire melancòlic per la posició dels pètals i per les gotes de pluja. (ii)

“…pero bajo los tumultos no hay nada. No es otra cosa que apariencia, que una superficie de imágenes; por eso mismo puede acaso agradar.” (iii)

Ahí está ahora, confluyendo, convergiendo, intersectando la burda realidad con la exquisita prestancia de los imaginarios perdidos, los códices donde se han escrito las vivencias retorcidas en esos otros mundos, los etéreos territorios de los reinos abisales. No en las negruras de la antracita o la obsidiana, ni en los blancos incautados del cuarzo o la calcita, sino en ese color correspondiente a la frecuencia más baja de luz discernible por el ojo humano. En el intenso rojo del carbunclo de los ojos mesiánicos, zafiros ensangrentados por los instintos de la bestia, corindones secretos de las pegmatitas y las anfibolitas, de peridotitas, gneis o mármoles de estatuas muertas. No en los dragones de Komodo ni en los profundos celacantos, ni siquiera en el esplendor junglero de los brillantes y coloridos tucanes. Mas bien en la verdosa bioluminiscencia de los carbunclos, esa raza de coleópteros polífagos, tucu-tucus o cocuyos, cocuys o cucubanos, saltapericos o tagüinches, luciérnagas momificadas en duros élitros y en su vuelo elemental, primitivo, sin la elegancia de las piruetas fantasmagóricas de los bichos de luz. Atrapados en jaulas lámparas para desfondar las noches cálidas y arboladas de esta América. Con sus larvas luminosas y sus pupas esperando por años la metamorfosis para renacer en esplendescentes imagos. No en los pomposos blasones, armas, escudos y armerías de antiguos señores, rancias aristocracias o hemofílicas dinastías reales, que usufructuaron de un irrisorio derecho medieval. Está en el mero carbunclo heráldico que se blasona con ocho bastoncillos radiales, flordelisados o pometeados, y en su centro con una piedra de ardiente rubí. Fundamento de las particiones y reparticiones del campo heráldico, de las divisiones del escudo necesarias para representar distintos blasones. No en los románticos sanatorios de tísicos ni en la bíblicos leprosarios, ni en los multitudinarios y anónimos cementerios de la pandemia de la peste bubónica, tampoco en los húmedos sidarios de amor y muerte. Hay que buscarlo en la enfermedad telúrica, contagiosa, aguda y grave, causada por el Bacillus anthracis, ese bacilo Gram positivo, aeróbico y esporogénico, el carbunclo bacteriano o ántrax que afecta a los somnolientos rumiantes de los campos feraces. No allí ni acá ni acullá, no en las fauces del cocoíyo, no en los dientes caninos del po’pom ni en las escamas plateadas del pesh, no en el canto de piú o en el arrullo quejumbroso de las pa’am, sino en las flores de aragonito, calcedonia y annabergita, en las del polvo de azufre y de la chalcantita, en las de esa roca sedimentaria detrítica del Sájara formada por yeso, agua y arena, del color de arena oscura, y también en las del habito de la sal pura que se produce en las salinas a la caída del sol, y tiene una mezcla entre un sutil sabor a violetas y un delicado olor marino. Es allí, en ese jardín espurio que va brotando en lentas cristalizaciones donde sus ángeles y sus demonios juegan ahora el misterioso ajedrez que rige sus más recónditos instintos. Vale.

Glosario de florística mineralógica.-

1.- Aragonito (Flor de Hierro)

2.- Calcedonia (Calcedonia flor)

3.- Annabergita (Flor de niquel)

3.- Polvo de azufre (Flor de azufre)

4.- Chalcantita (Flor de piedra)

5.- Roca sedimentaria detrítica formada por capas de yeso, agua y arena (Rosa del desierto)

6.- Forma de sal pura, recolectada según técnicas muy tradicionales, de origen es marino. Se produce por contraste térmico, debido al enfriamiento de la salmuera que reduce su solubilidad y propicia la precipitación masiva de pequeños cristales de sal que, debido a la densidad de la salmuera quedan en superficie formando una especie de telo. (Flor de sal).

Notas bibliográficas.-

(i) Paradiso. José Lezama Lima, 1966.

(ii) Dona invisible, abril 10 de 2011, en el blog Mineral Vegetal. Fotografía.

(iii) Prólogo a la edición de 1954 de Historia Universal de la Infamia. Jorge Luis Borges.



sábado, 13 de agosto de 2011

DEL VIAJE DE NUESTRO PEDRO

A Don Pedro José Herrera Ajuria (Q.E.P.D.)


Si pudiera llorar de miedo en una casa sola,

si pudiera sacarme los ojos y comérmelos,

lo haría por tu voz de naranjo enlutado

y por tu poesía que sale dando gritos.

“Oda A Federico García Lorca”, Pablo Neruda


Se nos fue Don Pedro José, se fue de pronto, en súbito acontecimiento, como un ángel de ópalo bajo una lluvia de pétalos de cerezos en flor o como una esfinge que se hunde una noche sin aviso en las arenas de su propio desierto tibio y acogedor, pero nos dejó para siempre su voz titilando en los sitios que habitó, en los rincones donde su reino cristalizaba en sus palabras encendidas desde su Logroño de La Rioja, en esas españas donde se habló por primera vez este idioma mágico que nos enseñaron nuestras madres. Allí debió beber las aguas del Ebro y sus pasos huellaron sin duda el Camino de Santiago, pero habrá sido más por elegante cinismo que por pechoñería provinciana pues él mismo lo dijo agradeciendo su ojo avizor: “Pero si resulta que esta bola de tierra y agua es una aguja en un pajar de bolas y de aguas y de gases y dioses y tontos del haba”, confirmando lo que muchos susurramos: “¿Hay Dios? Ni lo sé ni me interesa”. En fin, en esos lares logroñeses lo habrán soñado el varón Herrera y la dama de los Ajuria y lo echaron a la vida entre el arcoiris y los crepúsculos, bajo el vuelo de los pájaros y sobre las afanadas cavidades de los hormigueros, así repentino, imprevisto, inesperado y vertiginoso, tal como se nos fue de este aquí y este ahora, dejándonos un reguero de estrellitas para que lo sigamos, mas temprano que tarde, sin peligro de perdernos, y un sabor a poco para que la próxima conversada tenga tema, porque el tiempo, enhorabuena, será infinito. La cita está hecha, el día y la hora son cosa de cada uno, él desde ya nos está esperando. Se fue Pedro el amigo, el poeta, el caballero de la Virgen Mayor, desfacedor de entuertos y enemigo de injusticias. Se fue a contramano para no molestar con minucias funerarias, para evitar las flores y los responsos, para dejarnos extrañados y tristes recordando su ultimo comentario o sus últimos versos. Se fue con sus mayúsculas de plinto romano que usaba quizás para parecer que gritaba en medio del tumulto de una calle que le era ajena, con sus esquinas oscuras y sus faroles de miedo. Nunca lo sabremos. Ahora ha de ir volando, halcón esquivo en un cielo silencioso, a consumar su amor secreto con Rita Hayworth en el paraíso al fin alcanzado. A mí me queda el eco eterno de sus últimas palabras para el último de mis textos que leyó: “Vale, impenitente peregrino de osadas mazmorras sarracenas y vergeles pontificios y voraces mezquitas azules secuestradas por intransigentes talibanes… Muy bueno Arcángel. Un ósculo sagrado.” Gracias amigo Pedro. Vale.



miércoles, 3 de agosto de 2011

SILICA

Bajo el esparto, en las hondonadas donde el sol no es aun reflejo, sobre los nidos de los arcángeles sangrientos, como un moho verde esmeralda en la cara sur de las piedras canteadas del templo Huitzilopochtli, incrustado en las alfombras de la Mezquita Azul de Istanbul, congelado, vitrificado, cristalizado, hecho polvo de diamantes en las aguas siniestras del Estigia. En los ojos furiosos de los dragones y en la catedral derruida por los bárbaros insensatos, obsidiana, silex, espejo y punta de flecha, arena o cascajo. Escombros, demoliciones, ruinas. En los vestigios de los últimos profetas guerreros, en sus huesos calcinados por el salitre incandescente y barnizados por lo vientos impenitentes. En la marca y en el cizalle. En el fuego de la zarza de amianto de la revelación del Nombre. Fragmentado en los conglomerados rojizos de la cuesta de las Chilcas. Hundido, naufragado. Refractando la luz que iluminó las catacumbas de la Roma Imperial. Allí, en la Rosacruz magenta, en su misterio, en su secreto, y en su amatista florecida. En el pomo de una espada enmohecida, en la corona de un imperio vencido o en la tiara del Sumo Pontífice, Urbi et Orbi. Como sedimento en las madrigueras de las serpientes bicéfalas, en la cáscara de los huevos de los pelícanos y de las águilas. En las uñas del varano sagrado del manglar de la isla de Santa Isabel. Espuma petrificada de océanos ignotos, estalactitas del túnel del tiempo, cristales de luna llena, brillo lunar en los sargazos con sus mareas y sus oleajes, purulento fetiche de alquimistas, alteración ensimismada de sicópatas y verdugos. Atrapado en los matices del gris, en el chispero de los dioses de Dendera, en los antiguos camafeos orlados de brillantes de la marquesa de Castrillo. En la sal de los nichos de cementerios abandonados, en los signos del ópalo y en la criptografía cuneiforme del esperanto. Mezclado con ceniza volcánica en los fondos cenagosos de los charcos andinos, telúrico y trepidante. Terco polen lítico en los arenales donde anidaban los míticos dinosaurios alados, crispaciones del aliento del Fénix, fugaces exornaciones en la crin de las bestias de las pesadillas ecuestres, chispas de los cacos de Rocinante cabalgando sobre el mentidero de las Losas de Palacio en el Alcázar de los Austrias. Pizca del laberinto de Cnosos, trozo del Muro de los Lamentos, fragmento del hielo de Tunguska. Diente de perro. Tintineando el desencanto de los moribundos, ornando las banderas de los sátrapas incapaces, siempre bajo el esparto. Vale.