viernes, 30 de marzo de 2012

EXORDIO DE MALAMOR

La discreta lujuria de un sueño con plumas y manos y helados espejos, la locura y después el escorbuto de la soledad navegando la sombría resiliencia, la lejía corrosiva de sus ojos esperando, apoyada en el alféizar preñada con bochorno por el arte desconchado de un titiritero de dramaturgias, murciélago instaurado. Borroso pergamino donde se han escrito los secretos enamoramientos de todas las princesas. Verde arboleda de marfil y quebrantos, crepúsculo de cristales y carmines, colapso de su primera lágrima y del último silencio, la inocencia posesiva y su asfixia fantasmal. Embeleso sublime como un ocaso o un susurro, como el anhelo de melancolía arrastrando por el lodo las quejumbres enigmáticas del arrabal del barrio bajo la garúa y un solitario jacarandá. Vereda del otoño que viene, chaparrón atenuando las sombras de las callecitas luengas. Faltaba la chaucha para el peso, la almohada amiga, el chocolate. El agua ambarina y la flor amarillísima del zapallo perpetrada de ironía y con cierto aire de jazmín. Minúsculo vagabundo que en su intriga equidistante se va con el bamboleo alegre y nochero de la verbena, centinela del atrio, indagador de la encrucijada entre la suavidad tímida del alba y el espiral a contraluz del otro hemisferio, singular, icónico en su sencillez de sol abandonado. Inconmensurable amante de las cañadas y los sauces arrimados a las acequias, tenaz escapista o ilusionista o mago intentando travestirse de heliotropo con sus ramilletes lila y su olor a vainilla. Allá en el recuerdo de más lejos, el aljibe, la verde esfera del boj y los zuecos de la abuela cloqueando en las piedras del patio. Entre niebla y cierzo la catarata humedeciendo la brisa. Entre la hierba el crótalo y un escondido tráfago de azucenas, arriba muy alto un sol helicoidal corona el septentrión. Bacanales de música, bambú y sándalo usurpando el añil. El silbar vertical de una cornamusa en el paraninfo, subiendo y bajando los peldaños con la invisibilidad de su hechura forastera, dejando un reguero de pachulí como las huellas deshilachadas de un paseo melancólico, austero de sonrisa y efervescente en dulces lloros escondidos. El resto es un desolado páramo autárquico, cuajado en pétalos y océanos, en arpegios y parábolas. Y tras cartón, la lujuria de un sueño con plumas y espejos, la resiliencia pervertida, la locura esperando en el alféizar los taciturnos murciélagos del atardecer que traerán un borroso pergamino donde se han escrito los sucesivos enamoramientos de aquella única princesa. Con Perdón.

miércoles, 28 de marzo de 2012

TARAMBANA DE BURLADERO

Queen. This is the very coinage of your brain: This bodiless creation ecstasy / Is very cunning in.

Hamlet, Prince of Denmark. Act III. Scene III. William Shakespeare, 1601.


La mar de los vientos con su espiral de muerte espontánea desgarrando la magia de los altos alcatraces, con la ignorancia beatifica de los oleajes de bajamar, por el borde del estero que desemboca en la bahía de las pobres palapas de techos tristes de palmas secas, mas allá de las dunas y de los manglares, en el espinazo de dinosaurio de las rocas de las rompientes, con el horizonte del puerto y su grande ancla oxidada durmiendo contra el muro del dique. La luna lava los escarmientos del gozo con su alma de cristal líquido, su calma de lapislázuli acrayolado y su tornasol lunar. Como una fotografía con aroma de mango, con esa quintaesencia de la interzona de moluscos podridos y algas resecas, sibilante, espectral, que por lustros ha guardado la lujuria del instinto y las entrañas con su cacofonía escuálida y los viceversas de los albaricoques en sus epifanías de cetáceos agnósticos. Ajedrea el atlante de estirpe áulica, varano y tuareg en capicúa de cacharrito, desecho en la pleamar agridulce, venerable y unánime en un cosmo arcangélico, criatura indivisible que huele a marea, a vaho unívoco, a guadaña en una torpe claridad clandestina, a una suerte de frío otoño de diamante, a humedad victoriosa. El malabarismo de la escarcha, la sábana con su zancudo y su guayaba madura, del chinchorro para atrapar las medusas de azul de anilina. La encrucijada entre el muérdago y el ingrato duermevela de nácar y negrura, yerro, tamiz, troquelado urdir de la tinta dibujando una canica. El oscuro escándalo, el vaivén de las alas, la entelequia fresca y pectoral del avenate, avena mondada, cocida en agua, y molida a manera de almendrada. Fugacidad retortera, estulticia que tira a la querencia con burdo apasionamiento o la parvedad de mondongo, de mejunje con reputación de cenicero, de tiovivo, de alabarda mellada, de hexámetro incompleto. Duermen las runas de ámbar en la perversa arena repartidas en un destino extraño pero inmenso, antrópico, sin nadir. El alambique de agosto como un amuleto bajo el árbol de jacarandá, embebido de un tinte amarillo, artimaña de limones, con el gorgojeo utópico de la sangre de trementina en un bestiario de bulliciosas cascabeles. La tierna angurria de un zaguán, del picaporte que esconde el quilombo de menta, de colibrí y de campana, sublunar como un fantasma transmarino holgándose del sabor del escabeche en los labios, en el latido de un viajar entre arte y árbol, orbital atrapado por los arbustos y sus magias de cerillas. [sic].


Notita aclaratoria.- “Estamos acostumbrados a dar fin a la locura sepultándola en manicomios sin percatarnos de que ella permite también volar. Su dinámica desfasa permanentemente la realidad hacia otras realidades irreales que como propuestas de mundos posibles se abren para desafiar a las mentes cuerdas de toda estirpe: poetas, psicoanalistas, científicos y la de todo buen samaritano que transite por los múltiples caminos de la esperanza. En esta era neobarroca la locura ha caído en manos transgresoras: la fiesta, el juego, el arte. Con esos medios, algunos locos cuerdos han querido imaginar un mundo y al hacerlo han conseguido crear sentido, recuperando así a la locura de su confinamiento y restituyéndole sus atributos sociales. ¿Casualidad? ¿Premeditación? Nada de eso: destino. Si nuestro tiempo rescata a la locura es porque no encuentra otra opción. Todos encarnamos en alguna medida las formas de enfermedad mental propias de la época y en consecuencia participamos de uno u otro modo de esos mismos males que muchas veces buscamos confinar en el otro. Más aún, al reconocerla como propia, la locura pone en nuestras manos la posibilidad de convertirnos en gestores de subjetividad. Además de la clínica, el sanitarismo, la antropología, la sociología, la filosofía, la historia, componen perspectivas cuyo anudamiento más allá de responder algunas preguntas, abren muchas más y así crean nuevos horizontes cuya exploración lleva a transitar caminos que conducen del libro a la acción.”. (Sinopsis de “Proyecciones sanitarias la salud mental en la era del neobarroco.” Alejandro Kohl, Buenos Aires. Editorial Dunken, 2011.)

sábado, 24 de marzo de 2012

CONSECUENCIAS

Parce que change-je le visage du Vizconde?. La Comtesse de Chapelet.

Cambió el rostro, el seño, la mueca, cambió la mascara de ese día a mitad de la tarde, dejó la sonrisa pendiente, la risa cerrada y la mirada confundida, halcón rapaz, buitre, furtivo cazador o bestia negra, predador cansado miró la lejanía de tormentas allá donde sabía que sus engañifas de payaso ya no se sostenían con la misma verosimilitud de sus disimulos de humilde perro callejero. Cambió lo que pudo para seguir bebiendo de ese cáliz dulce/amargo (nunca sabía como iba a ser el próximo sorbo), para esperarla en el silencio de su telaraña, buscarla detrás de sus mascaras, para humillado mostrarse ante ella en un desesperado 'soy como soy' para predar en su cercanía como un niño asustado, asombrado de imágenes y perfumes, de palabras afiladas, de sobrios desencantos. Pequeño poeta de plagiantes verbos, hombre de mal trato, oscuro macho acongojado, todo lo era y no lo era a la vez, pero no le importaba porque seguían habitando el mismo sueño. Búsqueda o cesantía, deambulaciones, todo poseía esa soberbia majestuosidad de los albatros, evasivos en su siempre lejos, inaccesibles, ausentes, solo sombras huidizas sobre un oleaje de mar adentro. Cambió de nombre, de imago, de idioma, dejó que los días escurrieran por sus causes erosionando el tiempo de arcillas y caolines, la dejó desvanecerse en sus opios venenosos. Persiste en las rosas el otoño en sus intensos rojos enunciados como misteriosos relojes de sol que tañen las otras horas en su refinada incandescencia. Mezcló los colores de sus acuarelas con los tintes de un río que no iba a conocer ni en sus camalotes verdeando en la corriente zaina ni en sus islas de enfrente. Conoció las coloraciones de los escarmientos, la otredad que se oculta en el tornasolado del despecho o los celos, en el abandono y en la intermitencia de las lluvias sobre el tejado y las esmeraldas esparcidas de los musgos del final de los inviernos. Supo de simbologías y semióticas, de códigos, de los corolarios de la pérdida y de las imposibilidades del tálamo con sus vértigos y sus anarquías. Pero al final del día miró de soslayo los signos que las orugas estaban perpetrando en las hojas agonizantes de la renovada trama otoñal y tradujo en ellos esa única certeza; la vida simplemente sucede. Contempló entonces con muy digna resignación las últimas cicatrices y con melancólico cinismo se acicaló la piel para la próxima derrota. Vale.

viernes, 23 de marzo de 2012

IMAGO LEZAMA LIMA

“Góngora culmina posiblemente en todas las lenguas románicas el vencimiento de la prueba heliotrópica. Su índice de luminosidad fija el centro por donde penetra el rayo metafórico y su tiempo de permanencia dentro del haz luminoso. Gracias a ese tiempo lucífugo cobra el único sentido, el endurecimiento del logos poético, por el cual no ofrece el rejuego de las mutaciones interpretativas, sino el único sentido que no se alcanza.”. Sierpe de don Luis de Góngora. José Lezama Lima, 1957.

“Encontrarás mis cartas muy vagorosas, apenas hago referencias a lo inmediato. Tu inteligencia te dará los obvios motivos. Además es preferible trascender, irse por encima de las murallas, vivir en dimensión de futuridad”. Carta de José Lezama Lima a su hermana Eloísa, 1961.

Lo vi como un Quixote espeluznante, loco de atar, bandolero y Señor de Todos los Molinos. Cabalgante de yelmo y lanza, ilusorio, sobreadjetivador, pervertido. Y asmático por añadidura. Yo, que venía de lo oceánico telúrico, de lo real y mágico, de lo surrealista exiliado y de la erudición paradójica, encontré abiertos los portones del suyo paradiso, las seiscientas ocho paginas del viaje, su imaginario exuberante, su literatura. Estaba el mar de los caribes, de los prietos habaneros caminando siempre felices al son imaginario del son o la rumba de la que no te escapas, las risas de las morenas abarcaban la tarde, y los bujarrónes pestañeadores que aun esperan a Reinaldo y su divino verbo iluminado enterrado por el viejote tontón de feria y pelos en la cara. Lo vi caminando por el malecón, caribeño, señor obeso y muy seriote, culto como él solo. Abrumador. Me senté a escucharlo desde lejos como a un Mahoma o a un Buddha, intocable, con sagrada devoción o religiosa reverencia, sabiendo que era José María Andrés Fernando, cubano. Y descubrí mundos ajenos, universos paralelos, quintas y sextas dimensiones, las cuatro posibilidades de la proliferación, a saber; la sintáctica, la narracional, la verbal y la semántica o imagética, confirmé que la poesía (la absoluta) no requiere de versos ni rimas ni amantes tristes ni nada que se toque o duela, ni de florituras o líricas rebuscadas, pues basta con ser y pensar en poético, basta con asumir que "la imagen es la realidad del mundo invisible", aprendí que hay que saturar el discurso de claves, enigmas, alusiones, parábolas y alegorías que aludan a una realidad secreta, íntima y, al mismo tiempo, ambigua. Ahí, en la Cuba que ungió al Che y torturó a aquel Reinaldo autocruxificado, la Cuba equivocada que lo señaló de morboso, hermético, indescifrable y hasta pornográfico, y por añadidura como a todos los que allí piensan, de contrarrevolucionario, otra Jerusalén que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados, pobre isla encallada para siempre en los vetustos vestigios de los gringos prostibulantes y coimeros, desgastada por la zafra nacional y el ron aciago del Buena Vista Social Club. Y voy ahora naufragando de desesperaciones retóricas en el tejido, la trama, la urdimbre de visiones e insomnios de sus párrafos ilegibles, inentendibles pero inmortales en la persistencia de una poesía que agota las aguas del verbo. Será Cemí u Oppiano, serán sus fantasmas o sus mitologías, será el Narciso muerto, será que lo que tanto buscaba allá estaba acá en la isla dolorosa que perdió su nombre entre el cubao del taíno o la contracción de coa y bana del arhuacano, en la misma tierra madre del “señor barroco”.

miércoles, 21 de marzo de 2012

F. S. R. Banda. DE LAS MALAS INFLUENCIAS; La virgen del insomnio.

Un texto de Hoz Leudnadez (i)

Hay que despertar la poesía, despertarla con la voz de los geranios adormecidos o con el rumor incesante del oleaje en una playa pedregosa, acosarla en los callejones y en las casonas, en las parroquias y en los prostíbulos, en los puertos y en los sueños, en el manicomio y en el matadero, en la crucifixión y en el empalamiento, como religioso y como ateo. Buscarla con la desesperación de un náufrago, con la aspiración de un suicida, con la incoherencia de un cuerdo, con las verdades de un loco, con las ansias del amante secreto, con la ira de un prófugo de la luz que calla el nombre de su amor superfluo, con el egoísmo del último sobreviviente que se escondió durante toda la matanza, con la humildad altanera de un hambriento perro callejero. Hay que violentarla, asumirla como una cicatriz, sodomizarla hasta disgregarla en verbos susurrados de un zurrado suspiro que promueve la mentira de la meretriz, en palabras distintas o iguales, en orgasmos fingidos de pena por penes que son mínimos ante los santos bravos dedales, hay que decretar su resurrección inminente como una de las deidades más elocuentes y necesarias, desangrarla a mordiscos de lobo, a cortadas oxidadas como las de una Hoz, a masticadas de veneno infestadas como las de un Reptil, hay que vomitarla con enjundia en la pelea de cantina como la de un Goliardo alcoholizadamente feliz, y también ¿por qué no? llorarla como un Híbrido con su siempre marica desliz. Hay que herirla, sajarla, desnudarla a contraluz, beberla hasta la ebriedad desaforada del canto y del desencanto que ladro, y odre celebro enculado por ella. Hay que develar la poesía, desvelarla, indagar por sus dialectos, masturbarla por sus conductos ductos, estatutos sucios con el edicto de velocidad endiabladamente sacra para que termine a chorros en la cama, sobre la boca, inundando la salvaje sábana, hay que domarla y saberle el cauce por sus quejidos de hembra impenitente y sus bramidos de macho malherido, andrógina latente de látex, o sin mantos de protección, según el desvarío y el alcohol que se haya bebido para que nosotros seamos víctimas y nos convenza que al penetrarnos con dos puños de ira, sin necesidad del exorcismo del condón, ésta nos fecunde el anti-amor, y que el sangrarnos duro será como el bautizo divino que nos aviente al verso eterno y sacrílego. O que nos advierta de probar su coño lampiño adictivo, o su culo ávido y ácido. Ya que por ahí se han parido las artes más prohibidas; como el simbolismo maldito, o el borracho e insurgente pornoHibridismo libido.

Hay que rescatar sus monólogos del laberinto del día a día, de la noche con su vuelo y su ausencia, de su labio leporino tras tanta lívida lamida bebida por mamar y tragarse venida tras venida del diáfano perspicuo de los fálicos, que de límpidos, solo tienen la lágrima del meato beato y balístico urinario. O de aquella lengua panorrera que de tantos pronunciares al botón de sus ninfas internas, con sus causas cuzas que causarán y causó, incendios húmedos tras las pantaletas quinceañeras. Hay que convertirla en pan y en vino, en sal y en agua, y también en cenizas, hay que promoverla y divisarla libertaria para poderla ver como la daga que mató a un Cristo y como la santa palabra que emancipó a Luzbel, volviéndola masdeísta, alejada del falso camino de un cruel amo y un corrupto rey, de un posible diablo y de un supuesto Dios del bien. Porque nada de esto existe, solo ella que con sus embistes descubre los embustes del humano pérfido que se hinca con iconoclastia y ciega reverencia para salvaguardar su integridad y plusvalía vital, por esto, por esto es que existe la poesía, para desenmascarar al enemigo de nuestro mal mental que aqueja con sus enfermedades colectivas faltos del plano de lo real, y bastos de la dimensión de la fantasía. Hay que cantarla como un grito de guerra y como un gruñir de sinfónicas mancebas. Hay que hundirse en el cenote nocturno de su útero virginal para renacer de ella a los esplendores de los soles venideros como un niño asustado y fuerte, que descubre que ella tiene una letrina como incubadora dentro, más adentro de la puerta sátira e intemperantemente lúcida vagina, o el incaindecente maneral largo y latiente de las escaleras que bajen al sótano donde habita su pene. Hay que sentirla temblorosa, penetrante, trémula, palpitante, angosta, vacilante, espumosa, pegostiosa, decrépita, estallante, velluda, apretada, fluida, seminal, brusca, desflorada, martillante, lastimera, epicúrea, grasienta, sibarita, sucia, enervante, embelesante, bíblica, única, tajante, bucólica, lasciva, farota, ninfómana, satírica, concupiscente, esclava, dogmatica, edictica, destructora, caliente como lava volcánica y tántrica como una cómplice demoníaca, todo ponderosa, ponedora, ligera, ostentosa, festiva, núbil, todo torrente, palpable, desgraciada, fantasmal, manoseable, costeable y omnipotente, hay que sentirla edénica, colérica, misericordiosa y deseable, anal toda Diosa y fálica execrable, blowjob, handjob, creampie, cumshot, fetichista, anarco colectiva, inmaculada y mamadora, revolucionaria y vale madres, épica y perniciosa, con sigilo y ruidosa, hay que sentirla al extremo como un insulto, en lo más profundo como lengua del indulto del estupro de un hombre cínico o de una mujer orgullosa, hay que pensarla con miedo, con el meado en la punta, con el orinal en la vaina, con maldad, con culpa, con anhelo, en celo, con desmayo, en mayo y en todos los meses que lo tengamos erecto o abierto, hay que tenerla, hay que dejarle, hay que contenerla, y hay que encerrarle, publicidad hacerle de que es una madre dolorosa que se vende por nosotros sus hijos, y los hijos de sus hijos que ladran por su brama como habitantes de las sombras, y de los arpegios cristalizados del dolor al desnudarla para la orgía masiva de plumas venosas dispuestas a habitar en su garganta. O como un padre desalineado que deslechado nos empujó al abandono, al vagabundo andar prensado como bastardos sin correa entre el orbe de la urbe.

Hay que romper la poesía, sacarla al viento, a la lluvia, exponerla al odio, al desengaño, a la pasión más perversa y al amor más sublime, hay que excavarla hasta encontrar sus cimientos, sus ruinas y sus estatuas descabezadas. Hay que exponerla a la leña verde, y señalarla en Gólgota, hay que rezarle con el crucifijo en la boca, o en cualquier lugar donde pueda alojarse dando resultados agradables, hay que destriparla con la furia hosca de los moribundos y la paciencia imperturbable de los inmortales. Hay que buscarla en los rincones y en los arcones, en la falda sin ropa interior al fondo y con puntas afiladas en los tacones, en la tibiezas mustias de los deseos cumplidos, y en las miserias del desengaño, en las alegrías de un patio, de un bosque, o de un beso en alguna primavera donde el amor de tu vida tuvo a todos y tú nunca lo supiste, ni metiste, ni lamiste, ni cogiste, solo te mentiste adulterando la historia adultera fingiendo paraderos inexistentes, donde la pitonisa deslucida, era según tú la más filial de las vírgenes. Hay que buscarla en las mentiras que decías que ella no cogía, o en las verdades que te callabas de que ella sí mamaba, buscarla en las memorias, en las nostalgias y en los olvidos, hay que buscarla en los pasos idos que despavoridos dejan las más inhumanas putas, dizque musas que se largan sin dejar rastro y devolver propina, y se quedan tatuadas en el rostro de esos miserables poetas que clamaron esas ausencias con la llovizna tibia de sus párpados, hay que buscarlas en el ano de esas convictas distancias féminas, que se marcharon ignorando aquellas patéticas y antipoéticas existencias del versero que las reverenciaba, y que las respetó al grado de ser el último en sus salas, en sus casas, en sus juergas, y en sus imprudencias banas de levantar la pelvis y abrir las nalgas a horas trasnochadas de borrachera extrema sin preguntar ¿quién es? ¿cómo se llama? ¿se casará conmigo? ¿traerá preservativo? ¿me amará por los siglos de los siglos? Hay que buscarla en ese limbo íntimo, donde el desmayo del poeta ingenuo se quedó ínfimo con la libreta vacía y las hojas en blanco, donde resalta que el poeta moría, donde se advierte que el poema agonizaba y donde se sabe que la mano virtuosa se pudría. Es que es de buscarla a oscuras, como un ciego palpando los bordes velludos de lo desconocido, del ciego que tiene el pretexto de no ver, y que por eso pregunta por alguna calle, pero lo único que quiere hacer es tocar pezones y lunares porque le encanta la pornografía en braille. Hay que escribir la poesía como un rito, como una invocación de índole clandestino, con fuerza y con la adrenalina alta y la serotonina baja, con la orbito frontal reducida y la periacueductal activada, como un asesino en pleno uso de sus deficiencias mentales, para causar la más grande carnicería a las frases y escritos banales, así, así hay que buscarla. Hay que trazarla como una afrenta a un cruel Dios, como una rebelión al más tirano, como una humillación al más débil, reescribirla como una ceremonia y releerla como una revelación, o un éxtasis. Hay qué prepararla como si matáramos al abusivo, y como si matáramos al que lo alimenta, hay que discernirla con el llanto infantil como cuando el violador desmembró al niño, y enfilarla cual cuchillo que destazó al maldito cuando la pequeña víctima tuvo su ansiada venganza. Desbaratarla, desarmarla, desperdigarla en vocales, en silabas, en quejidos y gritos, quitarle el pedigrí y volverla anónima y ácida y dejarla caer a mitad del plenilunio, deshojarla en los otoños, crucificarla en los inviernos, demonizarla en el Estío, del que estamos muertos en hastío.

Hay que devorarla como una fruta sagrada, dulce y venenosa, hay que posesionarnos de ella hasta pervertirle el hábito, si algo nos dictan sus rezos, es que el hombre escribe poesía porque desea a la mujer de su prójimo en sus cuartos, en sus oscuridades, es por llenar esas oquedades con albina tinta que salga de nuestras puntas mástiles marítimas con olor a pez. Y las mujeres la conjugan para declinar la desfachatez de un reclamo callado por la inmadurez o el feminicidio de su sentir acongojado por el machismo y su idiotez. Después de convencer y tramar hacerlo en el edén, la poesía fue exiliada a los azufres, así que ahí, hay que acecharla, seducirla, poseerla hasta el delirio, y cosecharla para que nos dé frutos de carne rosada y jugosa para nuestro sacio, hay que arrancarle un trozo de carne para mascarle todo el día, y con ganas de ella no quedarse por los siglos y los siglos vergamén. Hay que tomar sus piernas como remos para navegar por sus viscosos ríos, no hace falta traer mapas porque no importan los tesoros ni cosas así, lo verdadera importancia es escarbarle en su isla y sí justo en el puntito, justo en la equis que ya todos sabemos dónde está marcada, porque hay que saciarse en ella, vaciarse en ella, solventarse en ella, y ella para nosotros, adictiva dance femenina y complaciente o masculina y aguantadora, con una belleza imparable, y para eso, hay que darle nuestra sangre, para que pueda seguir viviendo eternamente como la amante de nosotros los Híbridos y no nos delate, de que ella como nuestra madre, nos da el sexo para que nosotros su hijos, sepamos cómo amarle beso tras verso, y como padre odiarle poema tras botella. Se tiene que observar sincero en un atardecer limpio, o un atardecer en llamas por la guerra infinita en turno impío, en un amanecer con calma o una mañana de alaridos por saber que temprano se irá a la horca por hereje castigo, hay que apreciarla en la noche bohemia, en esas madrugadas donde la ves a aquella, la musa que se te fue sin dejar rastro; entregándose a tu padre, rentándose a tu amigo, curioseando con tu madre, regalándose a tu enemigo o confundiéndote con tu hermano. Hay que mantenerla despierta, viva, flama tea, que resplandezca, que vuele, que mate, que divague y que en cuerpo céfiro levite el desplante. Que no duerma, que no quede merma, que no quede lerda, frígida y menopáusica, lánguida y andropáusica, que se quede estrecha y lamible, erecta y succionable. Que se quede guerrillera, que no se calle ante quien sea, que hable, que vomite, que ande, que corra y que luego vaya por los aires. Que se mee donde desea, que no se levante las enaguas si eso desea, que se establezca donde quiera, que sea pesadilla, que sea polución, ensueño, anti-diva, no un clon de lo sublime y eterno, y es que ésta virgen aún espera el que la domine y permanece en vela para verle venir, espera a la que la haga llegar, para dejar de fingir sin tener que cobrar. Espera al que y a la que, para saberle el latir, pero hay que darle la paz, alejarle del insomnio, y alejarnos del insomnio, hay que ser su dueño y su dueña, pero antes no dejarnos caer por el insomnio, porque un hombre y una mujer con insomnio, son seres con muy pocos sueños, y eso, no es poético, y la señora poesía sabe que si no duermen no la van a aguantar encima, porque ella dice que para escribir poesía, y enamorarle a diario, y enloquecerle de atar, se necesitan huevos y ovarios. Y nada más.

Nota del autor.- Este es un texto, un relato neobarroco con un poquito de mi stilleto NeoBarroquismo Híbrido incitado por el maestro F. S. R. Banda, un poeta, cuentista surrealista y barroco por el cual nace este ejercicio antipoético de forma mórbida, como les recuerdo amigos; el álbum; De Las Malas Influencias, es un poemario cuantario o lo que sea para matar a dos beatos de un tiro, una; rendirle tributo a los que incitan a sodomizar la poesía y otra, dar cursor al delirium tremens que me regalan estos mismos.


Nota- La imagen es la original que acompaña el texto del autor en Textale.

Referencia textual:

http://www.textale.com/component/option,com_textupload/Itemid,128/id,48914/task,view_text/

(i) http://www.textale.com/community.html?user=1765

sábado, 17 de marzo de 2012

NINGUNA

Io non so ben ridir com' i' v'intrai,

tant' era pien di sonno a quel punto

che la verace via abbandonai.

Inferno: Canto I. Divina Commedia. Dante Alighieri. Circa 1304.


Sería viernes o la mañana del día del infierno, porque las tardes la asustaban con sus madreperlas y sus albures de penumbras que vienen, de noche intacta, de sonámbulos y murciélagos, y no las mañanas en que todo se ve como es y se descubren las mentiras, los engaños, las malas pécoras y los lobos embrujados, por eso tenia que ser ese viernes mejor que la mañana del infierno porque en esa hora última nadie sabría ni de su nombre ni de sus ilusos ritos de salvación por la escapadera y el tumulto de cobardes golpeándose el pecho y de arrepentidos desenredando rosarios de madreperla. Y lo dijo con ese desgano lánguido y hermoso de las hembras que se saben divinas, con la boca en sonrisa mustia y los ojos como dormidos, sería entonces viernes, ese viernes escarpado, desesperante, largo como un tren atravesando la lluvia, que no dejaba nunca de pasar, de suceder sin solución de continuidad, sin amparos ni sosiegos donde echen musgo las piedras y socaven las raíces las cárcavas de las aguas de las lluvias que atraviesan los trenes. Hubieron otros viernes antes pero ninguno con sus ojos, con su rostro doliente y la furia encendida en la mueca soberana de sus labios, ninguna, como en aquel tango de Manzi: No habrá ninguna igual, no habrá ninguna, ninguna con tu piel ni con tu voz. Tu piel, magnolia que mojó la luna. Tu voz, murmullo que entibió el amor. No habrá ninguna igual, todas murieron en el momento que dijiste adiós. Porque eso era este viernes de la mala hora, era una tumba abierta que esperaba bajo un estricto otoño, perfectamente definido desde el día primero, desde el inicio de risitas y perfumes, de roces de manos, de miradas coquetas, de inquietantes susurros. Sería viernes, eso estaba declarado, un viernes ubicuo, innegable e inevitable, se sabía, tanto así que nunca se habló de ello ni en los mejores afanes ni en las peores madrugadas, no era necesario, iba a ser viernes porque ese era el día más propicio para ensangrantamientos y cruxificciones, en mitad del otoño de las lluvias sobre los trenes y la sepultura vacía esperando en medio de un cementerio de huesos de ballenas azules que encallaron huyendo del mar de los muertos. Era su viernes, ninguna como ella podía convertir un día cotidiano, sin más interés que las burbujas elevándose soberbias y majestuosas por sobre las flores fucsias o rojas (el preciso recuerdo se borró con ella) de la buganvilia apegada a la pared de ladrillos en el borde de un jardín inexpugnable, en una sombría jornada de terror y desesperanza suicida. Vale.

miércoles, 14 de marzo de 2012

TRIBUTO

Para K. con la admiración de siempre.

Sé que cae la noche sobre la comarca de su piel entumecida sin el vaho de un aliento recorriendo sus relieves y sus selvas hirsutas, sin una voz elucubrando razones y sinrazones sobre las penumbras, luces y sombras de sus territorios tibios, de las húmedas profundidades de su cuerpo, de sus sensibles turgencias. Pero así Ella lo quiso. Matriarca y dueña de sus lares perdidos o abandonados, sin pena ni miedo, para ir a buscar sin mapas ni astrolabios el destino sin amarras ni puertos, llevada por las brisas, vientos y ventoleras de sus íntimos designios. Habitante de un terruño sin coordenadas, sin lugar ni toponimia, pero con todos los árboles y los pájaros posibles, con sus cisnes y sus gatos, con todos los jardines florecidos que miraron y miraran sus ojos pardos mezcla de verde y marrón claro no verdosos, pero misteriosamente azules. Emperatriz del pequeño imperio de su libertad absoluta, con sus esplendores y sus penumbras. Ostenta el viento y el canto de las aguas, las alturas nevadas de un pasado sin años, la soledad de las sabanas y la orilla del río de los camalotes, dueña de galaxias, señora desde siempre de sus extensos y antiguos dominios, grutas y castillos, arenas y bosques donde los lobos aullaban en las noches de alta luna blanca redonda rodando en el terciopelo azul muy oscuro de su cielo continuo, vacío y esférico. Una luminosidad crepuscular difumina las siluetas en sus memorias, esos destalles que los distinguían hasta que se fueron corroyendo, erosionando, desgastando por el pequeño olvido la perdida de los rasgos y de los ademanes. Ese grato olvido que limpia los días y los años del sarro bituminoso del odio o del pecado. De sus travesías oceánicas vuelve una y otra vez con sus hondos reflejos en los espejos instantáneos, con su imagen de diosa avispa virgen, intocable. Ubicua entre germanos y caribes y gauchos y compadritos, de charreteras, entorchados dictadores, de un arte de palabras y gestos, de voces, de muchas voces instauradas en sus ecos en los escenarios del tiempo. Y las tardes lejanas reconocen en el fulgor en esos mismos ojos verde tirando a un azul insoportable el impenetrable barroco porteño de un Piazzolla con su Adiós Nonino escurriéndose por las memorias más antiguas que el mismo tango de los quilombos y las tanguerías y de las carteleras de fierro de la Plaza Constitución con su aviso de cigarrillos rubios del viejo poeta ciego que caminó por las mismas veredas quizás por esos mismos soles. En fin, poseedora sin Dios de su particular Universo y de la sabiduría de quien ha visto de cerca y de lejos los horizontes, las estaciones, los vislumbres de amaneceres y ponientes en el largo hilo de seda del barroco luminoso de su vida, desde siempre con el alma en paz y el corazón incendiado. Vale.

Fotografía: Hilda Breer, 2012.

domingo, 11 de marzo de 2012

OSCUROS BARROCOS DEL SUR DEL SUR

Hacia el invierno sur surcando un sonoro verde estrellado por la lluvia de las comarcas del mapuche, cruzando los climas, los vientos fríos, los humos, la calle ancha con sus rosas rosadas, y luego hacia el bajo hasta el rió lento de mansas aguas verde botella. El estero sumergido en la anchura de la niebla, en su desembocadura está la luna con un halo difuso en imperfecto creciente asomada por una quebradura del cielo negro noche, y hacia la naciente de las aguas camaroneras las estrellas marcando el sur del sur con sus brillos acerados de diamantes nocturnos. Una nube como ola se devuelve por el rió ancho y aun dormido sin estrépito de rompiente y lenta como si viniera de un mar adentro sin apuro. Y se derraman las brumas cerro abajo por el borde del cauce con su humedad fría y mortecina. El sol mañanero es un leve rubor en el borde bordado la alta nubosidad asustando los queltehues y despertando las pocas casitas repartidas en un azar estepario por las riberas del espejo del río que duplica la trama de los bosques de ulmos, avellanos y raulíes mientras el sol ya estalla allá en el oriente entre cantitos de pájaros entumidos. Después, otra vez el rió manso, detenido, de una tonalidad azul verdosa de aguas muertas entre hondas espesuras de umbrosos bosques nativos. Un olor a lluvia inminente, certeza que no se cumple porque un sol acongojado se escapa de los algodonales de las nubes grises para ir a deslumbrarse en el cristal detenido del río verde de reflejos de los bosques inmemoriales. Porque el amanecer es solo eso; un deslumbrón tardío de un sol acobardado ente la majestuosidad de un paisaje prehistórico pintado por las centurias con la paleta de los mil y un matices del verde. Un chucao estrepitoso e invisible define sus coordenadas instaurando la mañana. Tiuques y queltehues lo secundan desde el azul cielo y el verde potrero. Una jungla de quilas, canelos y árboles de leña, barro por el sendero de los bueyes, aguas en las huellas, nalcas y helechos verdeando los taludes de esquistos y cuarzos. Selva entinglada de renovales, claros con pastos duros y florcitas amarillas como dibujadas con sus abejas seducidas lejos de sus coloridas colmenas. Entonces la lluvia intermitente y lejana, inalcanzable, como si no lloviera, los tordos fúnebres antes del viento con su tráfico de nubes, abajo el río ancho herido de una estela alba antes del silencio. Se cruzan las estaciones y los climas bordeando el rió bordeado de las mismas florcitas amarillas y pedregosas arenas gruesas y arboledas, donde el otoño está en las moras negras y rojas de las zarzamoras, en los ocres incipientes de las hojas de los árboles cabizbajos. Un yeco negro o su sombra o su silueta vuela bajo el nublado al borde lluvia. Los leñadores clandestinos hacen brotar sus rojizas varas de leña a la orilla del camino que bordea el río para los fuegos hogareños del invierno o suben río arriba en sus lanchones leñeros por el sosiego del atardecer silencioso. Un croar de ranas asoma la noche con su barullo de circo para que la soledad se quede parpadeando detenida y no se la lleve el río hasta el mar del bajo y se confunda con las arenas de la barra y al picoteen las gaviotas hambrientas. Tristes bueyes bajo la brusca nubada de lluvia, lentos, cansinos, como a tranco dormido en la yunta. Llueve, hay viento, leves arreboles se van yendo, allá por el frente sobre el monte en sus verdes oscuros la luna impávida que fulge su esplendor de plata cristalizada mira desde un claro del cielo, nubes oscuras que los bosques destilan, el río como siempre, lento. El atardecer aun no se desmorona y ya las ranas croan equivocadas/engañadas/confundidas por la luna. El sol es un escándalo de vagos amarillos esplendiendo por el oscuro vértice femenino de los montes entramados de boscajes. Es el amanecer último; llueve.