Se inicia el día
nuevo y entro en el enredado en tus hilos, empapado de tus tinturas y anilinas,
envuelto en tus urdimbres como si fuera a vivir en tu telar las doce lentas
horas de los caracoles. El día despertó con un sol tímido jugando a las
escondidas con nubarrones pintaditos de todos los grises posibles. Se elevó Ra
por sobre los montes nevados que cercenan en distancias y alturas la
continuidad física entre la hilandera en su telar de asombrosas mandalas y el
caracol que escribe sus jeroglíficos con la paciencia de quien posee la
equivocada certeza de la inmortalidad. La búsqueda fue abarcando los lugares
conocidos, enhebrando la mañana fresca, la tarde ya nublada, y no encontré
vestigios de telarañas ni de cordajes de naves encalladas. Ese sol tibio pero
brillante postuló inicial una breve opción de pequeña primavera, sin afanes ni
persecuciones el día se me ha ido lento, como de modorra, con una inercia de
tren sin ventanas, ciego o de túnel cruzando cordilleras. Una inquietante estatua
de Anubis en negra obsidiana seguía tus rastros oliendo un perfume de inciensos
sin encontrarte en medio de la tarde del sol tibio y brillante. Ahora ya el día
ha sido sin caracoles ni hilos dorados, más terrestre y burdo que nunca,
entonces debo ir a la noche a buscar tus ojos esmeraldas a tientas en oscuridad
y secreto, sin saber si los encontraré o si ya están cristalizados en la
memoria, inertes, ausentes, hendiendo el ocaso de nostalgia con la pequeña
tragedia de su desengaño. Asumo que sabes que se cerraron como los pétalos de
una flor vencida las lentas doce hora de los caracoles, y han vuelto a los
humedales de sus madrigueras subterráneas un poco mas sabios, un poco menos
vivos, dejando escritas sus desesperaciones en el ceremonial de sus senderos de
plata. Y pensar que hubo cierto día con sus noches en que la obsidiana de tus
ojos sajaba dulcemente la piel del anfibio enclaustrado con el terror de su
virginal pureza volcánica mientras una variedad verde del berilo confundía a la
victima ya embrujada. Lo sé por propia desesperación y desamparo. De aromas a
xocolatl, de espirales multicolores y de un raro barroco exquisito se va
hundiendo la tarde de un día que se inició en mi extraña codificación y termina
en tu boca con el sabor achocolatado arrinconando la noche entre sabores
desperdigados por los recuerdos y las bruscas ansiedades de la perdida.
viernes, 29 de junio de 2012
miércoles, 27 de junio de 2012
COMO LOS CARACOLES
"...sintió la mano sin la venda negra buceando
como un molusco ciego entre las algas de su ansiedad". Cien Años de
Soledad. Gabriel García Márquez, 1967.
Nublado, con
presagio de lluvia para mañana, premoniciones escritas con tintas indelebles en
los tortuosos túneles del gran laberinto. Los caracoles enterrados aspiran ya
el aire cargado de la lluvia que vendrá, esperando las humedades en los muros
para ir en busca de los volantines como si fueran pájaros encerrados en sus
helicoides, embebidos en sus babas transparentes, urgidos de ardientes silencios
después de la noche donde buscaron tus ojos de esmeraldas y reptaron sensuales
por los territorios prohibidos de tu piel dormida. Y fue por tu piel lánguida y
tibia que las húmedas sedas plateadas fueron deslizándose con parsimonia de
sibaritas caricias mentidas, y recorrieron dunas y valles, breves selvas y
altos promontorios, suaves desiertos de canela y sándalo hasta asomarse en
medio del vértigo al ómphalos sagrado. Tentando allí con sus minúsculos tentáculos
la profundidad de tu sueño para seguir extraviándose por las comarcas del
secreto paraíso. Y fui más al sur siguiendo un perfume de dulces feromonas y
densos efluvios carnales, emigrando hacia una humedad intuida por misteriosas
sensibilidades instintivas y fluyendo en la alternancia de contracciones y
elongaciones con la lentitud que solo poseen los dueños del tiempo, casi sin
fricción sobre mi propia untuosidad voluptuosa. Era como la yema de un dedo
humedecida en saliva que se deslizaba sobre tu piel leyendo el braille de sus
poros como si fuera un delicado papiro donde están escritos los arcanos que
guardan los verdes cristales de las esmeraldas. Iniciación, rito y consagración
consumada en la peregrinación sacrílega hacia el meridión de tu cuerpo transido
de escarchas que se van deshielando en la sinuosidad horizontal del molusco en
celo atrapado en las afrodisíacas fragancias que acechan en aquel vórtice
ilusorio y que lo atraen irrevocablemente al fuego pecador de su viscosa trampa
de gredas ácidas y pantanosas donde no han de sobrevivir, así está escrito, los
tardos e incautos caracoles. Aun así, imbuido de un vinculo astral que va más
allá de mí mismo alcanzo ese tu otro caracol acechante y en un húmedo retorcido
palpitante abrazo genital naufragamos en un hermafroditismo insuficiente de
babas vertidas y mórbidos cuerpos que copulan con la desesperación del exilio transgredido
en medio de esa muerte instantánea, adheridos como hembra y macho y viceversa
en un incansable e inevitable viaje hacia
la profundidad calidamente aterciopelada del humectado gineceo que recibe la
suave y rítmica huella del impetuoso molusco, juego danza delirio, néctares que
se multiplican y confunden en el vendaval de la venidera lluvia de mañana. Vale.
viernes, 22 de junio de 2012
LA VOZ ENJAULADA
Hay un voz que
te busca como una áspid de dulce veneno y deliciosos lamidos, que busca tus
intersticios, tus grietas, tus fisuras por donde deslizarse en ti clandestina y
sigilosa, para estremecerte con cosquillitas indiscretas ahí en el ardiente
vórtice de tus más íntimos deseos y hacerte dormir en los brazos de tu
embaucador, lejos del tumulto aciago de tus días. Sábelo, porque ya iras
sintiendo mis besos transgrediendo los horarios con todo desparpajo en mitad
del día nublado, sin sol, con amanecer opaco, sin los brillos solares, como si
el sol adivinara que te acecho en mi entrecelos hasta abrumarte de mí. Acá se
vino un atardecer de rojos intensos y tenebrosos nubarrones gris oscuro, y al
ver ese espectáculo grandioso pensé en ti, pensé en como serán tus crepúsculos,
en como vagará tu alma dolorida por esos cielos tuyos con olor del río, y me
dije que esta noche iré a ti, silencioso, y me deslizare en tu lecho cuando ya
estés dormida, y te abrazaré despacito, acariciaré tu cabellera rebelde, besare
tu cuello por entre el pelo ensortijado y te susurraré al oído suavemente
antiguos versos de amor una y otra vez hasta que comience a aclarar, y entonces
me vendré a mi sueño con todo tu calor y tu perfume incrustado en mi piel. Y he
ido buscando y rebuscando en tus imágenes borrosas y en tus palabras ya casi
inaudibles el sabor primitivo de tu piel para participar otra vez en tus días y
estremecerme de ti en tus noches donde doy mis prederrotadas batallas contra
mis terribles demonios, porque ahí en la noche es que me derroto, me venzo,
hundido entre tus misterios. Ahí soy lo que soy, un lobo primitivo, desbordado
por deseos ancestrales, por los dolorosos instintos innatos de predador
predestinado a ti. La noche entera se derrumbó sobre las calles adormecidas del
crepúsculo, solo siluetas aisladas caminaban adentrándose en la penumbra, los
galeones carcomidos por el tiempo se zarandeaban en el oleaje del día que aun
llegaba como una marea lenta que ya no inundaba las horas finales de la luz. Yo
esperé en esa orilla las palabras en hierro ardiente o hiel que tus furias
vinieran, o la dulzura imposible de musa atrapada y no, no hubo certezas de ti
ni las luces de los faroles iluminaron los antifaces de la comparsa de alguna
tarde tan antigua como nosotros. Y es
porque tú, por afán de diosa inalcanzable o por manía de virgen
perseguida, siempre encuentras algo que confirma tus miedos. Quizás no puedes
dejar de ser ese tú que te enjaula y entrar en ese otro mundo donde seas
ilimitada, libre, sin juicios ni prejuicios, incensurada, abierta a correr
desnuda por la grama, a entrar en la noche como a un carnaval, enmascarada y
ebria de vidas posibles, de locuras y de exploraciones, sin el peso de tu
historia y sin las claves, códigos y símbolos de todos los sueños de niña
tímida que mira curiosa detrás de los espejos. Siempre detrás de los espejos.
miércoles, 13 de junio de 2012
HOY QUE LLUEVE
Llueve. Contra
todos mis desapegos busco tus ojos entre los rosales ateridos de lluvia del
jardín. Contra todos mis fervientes desapegos busco y rebusco tus ojos
pensativos entre los rosales ateridos de lluvia del jardín. Escondido en tu chal
miro llover por la ventana, abrumado de mí mismo, de mi estirpe de lombriz
aciaga y lobo incesante, llueve, cavilo en las profundidades del sentido del
hoy sin hallar la salida, túnel ciego, caverna, laberinto incrustado en los
arrabales del día que se llueve con todas las nostalgias posibles. Ya no sé
donde andarás ahora que te busco para hundirme en tus verdes y se me viene la
lluvia con tu perfume desparecido, sin tus manos estilando el agua virgen o tus
pies desatando los charcos, se me viene como de noche siempre noche,
arrinconándome en los zaguanes y los rincones oscuros de los parques donde no
llega el rumor calmo del río del pacú y el manguruyú, de las larvas del sábalo
o de los surubíes escurriendo silenciosos por el lecho fluvial bajo los camalotes
que van llevando sus verdes florecidos hasta el delta que irrumpe en el mar de
los descubridores. Y te intuí reina distante porque la lluvia tiene es sabor
salado de las antiguas vertientes de la melancolía y la tristeza, y el ruido
monótono de tu alma que se fragmenta en pedacitos irreconocibles. Llueve en ti
desde las lejanías donde te extraviaste sin rastros por lo tortuosos senderos
que no iban a ninguna parte sino solo te alejaban en las honduras de tu destino
de niña inconsumada. Sigue la lluvia sumando, acumulando, trayendo nostalgias,
de niño feliz mirando el jardín de mi madre, de adolescente solitario caminando
las calles de lluvia nocturna con todas las luces reflejadas en el asfalto y el
sordo trepidar en el paraguas, de su ausencia entrañable en el reseco norte
minero durante los años del exilio del oro, y de ayer mismo cuando te buscaba
entre los rosales entumecidos de lluvia del jardín del ahora. Por tus ojos anduve
y anduve entre charcos y barriales, exploré selvas y desiertos, acantilados y
playas, breves jardines y amplias llanuras, sabanas y tundras, vague costeando
islas y archipiélagos, me hundí en socavones y cenotes, agoté los mapas y sus
contenidos territorios, siempre bajo lluvia buscando tus ojos. Cabalga la noche
entrante un oscuro jinete desconsolado. Un caballo azul atraviesa al galope por
la lluvia con sus cascos de hierro brillantes de lluvias antiguas y remotas. Llueve,
pero siempre llueve sin ti.
lunes, 11 de junio de 2012
EXTRAVAGANCIAS DE CATEADOR
He vuelto de un desierto de vetas
de negro hierro y piedras imán, entre eclipses y lunaciones, ásperos arbustos y
cactus irascibles, piedras y arenas quietas en medio de un silencio milenario,
un mar largo como un alfanje incrustado de lentos planeos de pelícanos y los
feroces dardos verticales de alcatraces suicidas, y no vi tus ojos. No vi tus
ojos pero visité los infiernos sin tus voces enceguecido por los reflejos de
las crisocolas y las atacamitas que surgían de pronto en medio de los ocres
terrosos, los rojos hematíticos y los infinitos matices del marrón de los
cerros y las llanuras resecas imitando o plagiando con maldad de engaño tus
verdes esmeraldinos. Busqué en mis vuelos y sueños los verdes de tus ojos, para
sentir que existía también entre las magnetitas y hematíes y cuarzos minerales,
para confirmar tu presencia como un eco por los montes y socavones, para sentir
en piel viva ese sonido desgarrado del deseo inconcluso. Observé embobado tus
espejismos de océanos y telares, astrologías y mándalas, esa otra naturaleza de
sapos y silfos, y fui redescubriendo mundos y me convertí en un pequeño
espectador al que una sacra hilandera lleva de la mano como a un niño
desconcertado. Hasta que un escorpión amarillo rasgó la tierra dura abriéndola
en su profundidad telúrica para que afloraran las vetas del metal de la sangre
y ahí estabas. Entonces soñé que recalabas en el puerto amanecido donde te
esperaba ansioso de maravillas de otros territorios, de pájaros de colores, de
metales desconocidos, de aguas sagradas sobre las que pululan libélulas de alas
azules, de cuencos de cuarzos transparentes y de espejos de obsidiana donde
solo se refleja el verde más verde de tus ojos con su hechizo y su vicio y su
hondura de océano insondable. Y soñé que nos sumergíamos en el calmo mar donde éramos
nada más que sirena y tritón jugando con fuego entre corales y medusas, y te
acechaba, te encandilaba, arremetía contra tus altos muros infranqueables en
vanos intentos de seducción, pero te me escurrías por entre las arremolinadas
algas de tu perfume o te me ocultabas en esa flor blanca y concisa instalada en
tu pelo. Pero iban quedando las huellas de mis susurros, iban quedando los
oleaje de tus estremecimientos, nos iban quedando los vestigios del juego del
fuego mientras la marea de las palabras nos arrastraba hasta la playa y nos quedábamos
asesando entre las tibiezas del sol del día que se venía y la persistencia conjetural
de las arenas amarillas. Confirmé así tu hechizo o embrujamiento, sintiendo
estremecido tu barroco natural y ahora, después del viaje, solo voy dejando que
me escurra por la piel y penetre mis poros para beber de ti ese néctar sacro
que me inunda y embriaga asombrado aun de haberte encontrado.
Imagen: Mina San Pablo, Incahuasi, Chile. Fotografía del autor.
sábado, 2 de junio de 2012
CONVOCATORIA
Quiero
secuestrarte ebria o extasiada por un río de acuarelas en un viaje inesperado
cruzando nuestras selvas inexploradas hasta encontrar el océano de las sirenas
y las medusas, de los turbios celacantos y las esplendecentes noctilucas. Y seducirte
en una playa de arenas sin tiempo, de lentos oleajes sucesivos. Raptarte como
un feroz filibustero y llevarte en el galeón de todos los sueños por
navegaciones y naufragios donde tus ojos sean brújula, astrolabio y sextante, y
las líneas de tus manos el mapa del buscado tesoro. Por eso duérmete pronto
porque te buscaré en el sueño, para ir a caminar la noche por sus rumbos
inexplorados y esperar el deslumbre del amanecer en un parque solitario,
hilanderos, navegantes, en la vastedad del despuntar del día con sus cantos de
pájaros, sus rocíos esparcidos en el verde de los pastos, los ojos sin mirarse
para no caer en los hechizos de la dulce cercanía, pero atrapados en las
trampas de las voces que van buscando los verbos que irrumpan con perfectas ternuras
para hacer más brillante el bordado que se va urdiendo en medio de los
estremecimientos provocados por ese roce como sin querer de las manos. Avísame
por donde andarás soñando para encontrarte en alguna esquina donde se crucen
tus sueños con los míos y nos vayamos riendo y pintando las paredes con los
colores de tus ojos para que la ciudad de los cuarzos amanezca con un
resplandor distinto creyendo que la primavera se devolvió confundida por
nuestras risas a lo largo de la noche. Y vivir la hermosa convergencia de tu
sueño y el mío, verte venir entre floraciones nocturnas y puertas dormidas por
la ancha calle solitaria que la noche barre arrastrando hojas secas y papeles
con versos escritos por amantes dichosos, y todo se confunda en nuestro
carnaval de ilusiones, cuarzos y saltamontes, risas cómplices y rítmicos
latidos, grillos y resplandores, y así irnos esparciendo por lo muros de la
ciudad un terrorismo de verdes infinitos, explorando los matices de las
acuarela de tus ojos, verde enamorado, verde triste, verde ansioso, verde
madrugador cuando un sol distinto inicie la sinfonía de los pájaros al amanecer
y nos vayamos difuminando con su misma lentitud mientras corremos por las
calles, ahora pintaditas de tus verdes, despertando con nuestra algarabía a los
oficinistas y a las matronas, a los embaucadores y a las meretrices, hasta que
en la misma esquina de la cita ya no seamos más que dos siluetas transparentes
que vuelven felices cada una a sus propios sueños.
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