Pensarás que los últimos
deslumbres del estío y los incipientes matices del otoño te pertenecen por
derecho propio, que tu hechizo invadirá los días con sus ocres y garúas, que
aquella roja rosa roja en su oscura intensidad que ayer pervivía en el jardín
del otoño y hoy permanece cristalizada en el florero, agua y cristal, posee las
misteriosas reminiscencias de ti en las transparencias de tus ojos de mariposa
alucinada por el perfume de mis verbos. Imaginarás un bosque donde la brisa
cumplirá su suave deber en tu pelo, y tu acechador escuchará iluminado el
susurro de tu voz, y tus labios y los suyos se tocarán en el borde del abismo,
y tu piel, tu piel dejará un reverbero iridiscente en mis dedos que la
acariciarán a lo largo de la tarde, casi hasta cumplirse el crepúsculo, ese
crepúsculo que pertenece inobjetable a mis sueños. Intuirás que te habito desde
hace tiempo en las grietas más profundas de tu alma, que he ido así socavando
los diques, las barreras, las puertas selladas de tus anhelos, abriéndome paso
sigiloso y poético hacia el centro mismo de tu ser, y allí he iniciado el fuego
que creías extinguido, a partir de esas cenizas aun tibias de tus pequeños sueños
de casta mujer niña velada por los miedos a ser lo que es. Sentirás una
presencia ajena como un vaho que sube por tu silencio, hiedra en el muro de tu
distancia, musgo invadiendo los cimientos del claustro derruido por las mudas
urgencias de tus suspiros, alguien invadirá los márgenes de la página en blanco
donde aun no escribes tus desbordes de magnolia penitente, de velada dama
sospechosa, de mujer habitante de los oscuros desencantos siempre, alada,
efímera, de silueta y sombra transparentes. Huirás por los laberintos
cotidianos, callejuelas tristes con sus escaparates apagados o senderos
solitarios que llevan a las grutas donde medran los demonios de los insomnios,
yacerás clavada de estrellas y una luna estancada, en ese oscuro azul
terciopelo extraviada, caminante en rumbo equivocado, desertarás del acopio y
de tumulto, fingirás un destierro de redención para que el invierno que ya te
viene no se congele en tus ventanas. Creerás que escapaste a los asedios del
que te vocaliza con silabas desconocidas y te sumerge en las bifurcaciones del
destiempo, que solo fue arena, sal y ceniza, que sus vestigios destrozados se
encharcaron en las primeras lluvias que te vendrán, incluso oirás sus pasos alejándose, pero no
será así.
domingo, 12 de abril de 2015
jueves, 2 de abril de 2015
¿DÓNDE TÚ NO HUBISTE?
¿Dónde, bajo qué luna te
sepultaste sagrada y sangrante en las arenas de tu propia voz? Fue crepúsculo
hundiéndose en tus rubores, tú lejana, perdida en los lodazales del destiempo,
apenas sugerida por las tardes que iban anegando las calles con el perfume de
las últimas rosas que tocaste, tus ojos como dormidos sin asombros ni penas, todo
sucedía sin ti, las mareas, las fases de la luna o las migraciones de las aves,
las sombras bajo los puentes, o el avance sigiloso de la herrumbre en los
clavos de los portalones de los monasterios, así fue sucediendo ausencia al
paso del otoño con tu nombre borrándose en los muros mientras florecían los
geranios sin esperarte y los grillos insistían en sus cantos funerarios
escondidos del invierno sin tu silueta habitando las lluvias. ¿Dónde, en qué mes sin plenilunio te despojaste de tu vetusta solemnidad y abriste un vacío en
las finas arcillas de tu imperio de pájaros silenciosos? Allí eras soberana y
soberbia en tu delicada consistencia de reina, como si todo te hubiera
pertenecido de antes, cuando aun no había noticias de tu nacimiento ni de tu
entronización en los reinos de las mariposas y las libélulas, habrá sido por
esos rumbos en que fuiste canonizada por los que te amaron sin alcanzar los
arpegios ni las nomenclaturas que solían dibujarte a contraluz sobre los
jardines del estío. ¿Dónde, sobre qué marasmo de las horas fue que perdió tu
estirpe las semillas de tus ojos dejando subterráneos los encantos suspendidos
en las magnolias y una tristeza de solitarios celacantos en los verbos que te
siguieron buscando? Tú en los cuarzos instalada, en su cristal deshabitada,
madreselva de su aroma atardecida, tú en los cántaros y los peces, piedra
espejo en la albas desplegadas de tu sonrisa oceánica, necesaria, tú en los
cafés y en los rastrojos del manzanar del otro lado del canal de las aguas
pardas, en las vidrieras y en el estropicio del otoño, sin los vidrios que
soportan los vitrales que ciegos dejan de sentirte carcomiendo los cimientos de
las antiguas catedrales, tú, que no hubiste acontecido sin los embrujos de la
cercanía insensata de tus manos sobre el vino o la miel, sin el trasiego de los
destierros y la penumbra de los eclipses, sin el nocturno aterido que dejaste
cuando quedaste inmóvil y sin tiempo contra los tristes arreboles. ¿Dónde tú?
que no percibo aun las ternuras en el fulgor de tu nombre.
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