sábado, 13 de enero de 2018

UN COLOR DEL TIEMPO


“Una vez, durante un crepúsculo violeta,…”
Earth Is the Lord's. Taylor Caldwell, 1941.
  
“... cogiendo, como siempre, el violeta intenso de la hora.”
Otra Vez El Mar. Arenas Reinaldo, 1982.
  
Buscó el violeta por su esencia crepuscular, como de esas extraviadas nostalgias que ya no sabemos si son memorias o sueños, o de aquellos perfumes acumulados de todas las insinuaciones que no se consumaron, su consistencia impenetrable de tiempo ido, desde el púrpura ungido hasta el lila floral, el azul escondido y palpitando en los turbulentos pliegues del mediodía. Ella, dibujada en el desesperante contraluz del ventanal como un quieto ángel insoportable, y allá atrás el persistente violeta que la perseguía como un halo mágico o un aura de sutil y sagrada virginidad. Su piel, intocable porcelana, refulgía con una densidad de mariposa cuando la luz lunar se mimetizaba con su palidez que todo abarcaba, sus ojos dormidos en su imperio, su silencio de piedra tutelar, su presencia en el desamparo de la tarde, los pájaros entumecidos esperando que amaneciera y el misterioso dialecto con que los caracoles la iban [d]escribiendo y descifrando con sus babas plateadas en los antiguos muros de ladrillo. La lejanía le daba un aire de lenta paloma sumida en un vaho que recordaba el aroma de los gladiolos, o nardos, o dalias, de un jardín donde ella fue subterránea mientras fue crisálida entre las tenues y delicadas raíces de las violetas. Desde la liturgia de soñarla equivocada de rumbo y artificio entre altas floraciones violetas la desdibuja una y otra vez para sentirla en su absoluta intensidad inicial, liberada de claroscuros y fetiches inciertos, la ve de lejos (i), sin sombra ni perfil, la ve así disgregada por el atardecer, difusa en su perpetua inestabilidad de vestal profanada por el violeta que la acoge en su lenta turbulencia desvanecida y esencialmente crepuscular (ii).
  
  
(i) “… desde allá lejos, donde están los pescadores, todo el que mire verá en la playa violeta a una mujer violeta, pisar arena violeta, y avanzar junto a un mar violeta…”
Otra Vez El Mar. Arenas Reinaldo, 1982.
  
(ii) “Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo, pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas, de violetas acostumbradas a la tierra, porque la cara de la muerte es verde, y la mirada de la muerte es verde, con la aguda humedad de una hoja de violeta y su grave color de invierno exasperado.”
Sólo la muerte. Pablo Neruda, 1935.
   

LA GRAN TRIBULACION (Segunda versión)


Vindicación de Yocasta
  
[Y me llevó en el Espíritu al desierto; y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos. Y la mujer vestía ropas de púrpura y escarlata, y resplandecía de oro, piedras preciosas y perlas. Tenía en la mano una copa de oro llena de abominaciones, que eran las impurezas de la inmundicia de su fornicación y la lujuria de la tierra entera. Apocalipsis 17:3-4]
  
...pero no me importó porque el púrpura y el escarlata de sus vestidos encendían aun más los fulgores carnales de sus pecados y yo pecador perdido sin perdón para siempre lo único que deseaba era hundirme y beber, beber y ahogarme en el cáliz de oro lleno de su sangre y su saliva y sus fluidos hirvientes y sus aguas de perdición, y vi el nacarado tierno de su cuerpo vestido solo con oro y piedras preciosas y perlas, y ella ebria de la vida que se toca y que duele, me llamaba, me atraía hacia un túnel sagrado, y no me importó, porque la anilina de sus ojos me envolvía en el tul de su piel perfumada, ardiente y cercana, y fui más ciego al mal que enemigo del bien, y fui sordo a la voz del cielo de mentira, y a los votos de abstinencia de monje adusto y consagrado, así sumergido al fin en ese liquido primordial de sangre, leche, saliva, sudores y lagrimas y orines y licores sexuales, esas aguas vivas que me llevaron la vida buscándolas para aplacar mi sed de ser parte del Todo que me prometieron en el Paraíso,  y sentí que mi cuerpo inmerso en la tierna turbiedad de ese vino voluptuoso se iba involucionando sobre si, curvando sin dolor ni conciencia, mis piernas se encogían con las rodillas al pecho y las manos en oración hacia el rostro, bajando la cerviz y cerrando los ojos, y supe que en ese cenote tibio y urgente, lleno de los aceites y brebajes de la Gran Ramera que no eran el vinagre fétido de todos mis pecados, no, yo no estaba muriendo sino volviendo al origen materno, entendí que esa cálida densidad animal era en verdad sus íntimos caldos uterinos, que estaba de regreso al único lugar donde el Universo tenia sentido, y asombrado intuí que era el fin de la búsqueda, del camino, y del Tiempo. Y fue esa mi revelación. Creo recordar que con el pavor desesperado de los que alcanzan a ver la Luz, quise borrar con el codo los oscuros escritos que me habían llevado a ese divino dzonot, pero comprendí que ya era tarde para todo. Y ahora estoy cerrando otra vez los ojos y dejándome morir para apurar el goce de los últimos estímulos vitales de estas las aguas sagradas de Babilonia la Grande…
  

[Dadle a ella como ella os ha dado, y pagadle doble según sus obras; en el cáliz en que ella preparó bebida, preparadle a ella el doble. Cuanto ella se ha glorificado y ha vivido en deleites, tanto dadle de tormento y llanto; porque dice en su corazón: Yo estoy sentada como reina, y no soy viuda, y no veré llanto. Apocalipsis 18:6-7]