martes, 21 de julio de 2009

CERBEROS IMPERIALES

Los mastines del Imperio recorrían las calles, atroces bestias negras, demoníacas masas tensas de músculos feroces, mimetizados en la negrura de la noche buscaban afanosos sus presas entre los asustados transeúntes trasnochados, los torpes borrachos que deambulaban a deshora buscando la puerta que muchas veces no alcanzarían a cruzar, la meretrices ingenuas que aun creyendo con una fe imposible que la medallita de la Virgen del Socorro las libraría de los demonios del Imperio, se atrevían a pararse en las esquinas solitarias. Orinaban en los parques bajo los altos magnolios o en los pedestales dorados de las estatuas del Emperador, defecaban aquí, allá y acullá libres de culpa porque eran los Cuidadores, lo guardianes sangrientos de Imperio. Durante el día dormían en las esquinas mas concurridas, en medio del trafago tumultuoso de la ciudad que con la luz olvidaba las sombras. Solían dormir hasta la media tarde, retozaban un rato entre ellos, se olían, copulaban, y mientras atardecía deambulaban rastrojeando los tachos y bolsas de basuras en los húmedos pasajes donde los restaurantes depositaban sus desechos. Su dieta era estricta, carnes magras, pato, salmón, o camarones, aunque no despreciaban un buen trozo de chunchules con salsa picante. No bebían agua, sabían instintivamente que después la cacería nocturna les aplacaría la sed con la sangre fresca de sus victimas. Porque así habían sido entrenados en los secretos caniles del Imperio, solo morder y rasgar la carne para apurar el desangramiento, cortar la yugular, o romper la traquea oprimiéndola para estrangular a la victima. Jamás comerían un pedazo de esa carne vil, solo se les enseñaba a beber la sangre cuando aun borboteaba de las heridas mortales de los odiosos intransigentes. Pero lo mas estricto de su adiestramiento estaba dedicado a permutar su natural habilidad para oler el miedo por una refinada capacidad para reconocer el olor de un anarquista. Los entrenaban haciéndoles olfatear las ropas, a veces sanguinolentas y sudadas provenientes de las mazmorras del Imperio, que habían pertenecido a comunistas, libertarios, palestinos, sindicalistas, voluntarios irlandeses, terroristas, etarras, revolucionarios de todos los países e ideas, hasta de los mismos Tigres de Liberación del Eelam Tamil. Sus fauces se entrenaban en los crueles, pero legales, interrogatorios de marxistas de palabra u obra, intelectuales de izquierda, contrasitemicos, antiglobalicionistas, radicales, intolerantes, solidarios, antirreligiosos, independentistas, en fin, los inconformistas de siempre. Una tal Agencia Internacional de Seudointeligencia, aportaba por contrato una cuota mensual de cebos vivos para esta delicada fase del entrenamiento. Allí mientras destripaban a los ácratas, patriotas e ingenuos bienintencionados, les enseñaban a no comer esa carne ponzoñosa y a lamer la sangre dulce y fluida recién derramada. Y sobretodo a remarcar su ancestral instinto de no hacer prisioneros. Después de tres años de incesante y disciplinada preparación los largaban a hacer calle y husmear a cada uno de los transeúntes con que se cruzaran, en busca de los malditos desagradecidos que no querían reconocer las bondades y la tranquilidad moral que brindaba el Imperio a todos y cada uno de sus amados súbditos.

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