Escriba querida amiga, escriba
sus desesperos, sus desasosiegos y sus desapegos, también sus desahogos, escriba
para quemar las naves o para encender la última hoguera, embriáguese con las
palabras que ha mordido furiosa en la almohada pero aun no ha dicho en voz alta
ni siquiera frente al espejo, deje que las letras una a una sucedan, que
construyan las palabras del espanto y del jolgorio, porque entre tanta palabra
alucinada dirá la frase que busca sin saberlo, entre esos asombros y suicidios
sabrá lo que nunca pudo o quiso decir, y no será tarde. Envíciese en largas
frases incoherentes, en párrafos caóticos e ininteligibles, abrume a los
burgueses asustadizos y a las damas reprimidas, pierda el sentido, la lógica,
la razón que acuna monstruos en los insomnios, imparta los barrocos que
tremolan en su alma, pontifique, desate aquellos poemitas escondidos en los
libros de su adolescencia y déjelos volar detrás de los desatados perros de las
furias, aniquile los infames monumentos, las huellas en las arenas inútiles y
los falsos corazones tallados por mala mano en las antiguas cortezas de árboles
muertos, manuscriba los jeroglíficos que codifican sus secretos y sus mentiras,
los errores que desviaron su camino, el hambre y la sed, los muchos desengaños
y los pocos misterios que le rompieron el amor. Renuncie a la lógica, a la
sintaxis, a la cordura que se lee para quebrar la víspera de la espera, fluya
turbulenta por un despeñadero, no por un lento cauce de ciénaga dormida, muérase
espantando los fantasmas de todos sus pasados, día por día, convierta en cenizas los desengaños y los amores, hilvane
las pasiones, cualesquiera sea la vertiente de donde ellas provengan, desarme
sus olvidos voluntarios y póngale máscaras o antifaces, descríbalos, destrípelos,
fragméntelos y vuelva a pegarlos con el mismo caos de su odio, su furia o su
rabia, inserte subrepticiamente la maraña de sus desprecios en los textos del
amor perdido, perfile sus venganzas como rosas espurias, use daga o puñal, saje
o cercene, socave los plintos de sus míticas estatuas congeladas y deje sangrar
los resabios de los besos traicionados y las manos infieles. Mientras otras
mujeres de su edad tejen con la tranquilidad final de una vida ya vivida
amorosas prendas para sus nietos, usted teja y desteja con las lanas de colores
de su imaginación ansiosa el pecador tejido de sus deseos inconsumados. Hay
fuegos en usted que nunca se apagarán, pero ya es tiempo de que deje de ser una
mujer inconclusa. Escriba.
viernes, 19 de diciembre de 2014
viernes, 12 de diciembre de 2014
MENESTERES DE DESPEDIDA
Dejamos la marca sobre la mesa en
blanco, el estío se acerca desarmado de otoños como una piedra pulida por los
vientos desérticos, es un ágata viscosa, lerda, con pequeñas grietas por donde
fluyen sus adornos de tristezas, el parco discurso de los árboles llenos de
pájaros, la clandestinidad de los caracoles que vagan lentos por la noche antes
que la madrugada los sorprenda besando los lirios o las magnolias, todo tiende
a una oscuridad difusa, sin siluetas de caminantes suicidas ni estatuas de
héroes descabezados por la bruma, ciertos cristales tintinean en sus azules de
mar profundo, la mesa en blanco con la marca de los abismos por donde huirán
los pájaros, y las espumas y los cuarzos y la melancolía de los otoños que
acosan de lluvias previas de los mustios inviernos venideros, surgen las
alquimias y las herejías en una sucesión confirmada por las pasionarias que
reptan por los muros apagando los ventanales, imprecaciones y olvidos danzan su
último tango extraviado en ayeres sin rostros, bebiendo el vino agrio de los
errores, el concho feroz de la mala muerte adormecidos, en blanco la mesa y la
marca de las palabras sugeridas o borradas, susurros en las arenas, en las
cenizas, en la cal viva que va carcomiendo las memorias de yeso o de barro, lo
demás son silencios escondidos en los rincones, las furias abrevando en el pozo
de la hiel, las comarcas deshabitadas y la tierra calcinada, afuera la
cumbiamba de paso que incita los desmadres y las polifonías de una sola nota,
el nocturno desde lejos, los ladridos de los perros, la noche ya no alcanza a
contener todas las nostalgias de los yuyos y el tranque con su barquito azul,
hay derrumbes sin escombros ni vidrios quebrados, el polvo del desierto cubre
las huellas de los pasos equivocados, las garúas borran los nombres y los
números, los vestigios de algo que ya no posee silueta ni sombra, de alguien
que habitó los subterráneos y no floreció, sobre la mesa en blanco la marca de
los signos de los tiempos, la decadencia, la obsolescencia, los estragos del
fuego divino, el castigo de falsarios y pecadores, y aquel que mire para atrás
será estatua de sal, y el que no mire será algas pútridas esparcidas por las
aguas por toda la faz de la tierra sin tumba ni llanteríos, al atardecer del
último día la última sonrisa cínica cristaliza en un semblante imperturbable.
domingo, 23 de noviembre de 2014
TANGO SINIESTRO
“Yo besaré la memoria de tus ojos taciturnos, para seguirte el poema
que a medio hacer me quedó”. Preludio para el año 3001, Horacio Ferrer.
La simulación del tiempo que se
desploma y se tiñe y rueda y se rompe derrumbado sobre los mustios abalorios de
la comparsa de los años podridos, allá por el bajo, arrimado a los juncales
entre garzas y camalotes, vos sabés. Rumbeando sin rumbo divago amargo por los
caminitos repasados hasta el cansancio, al revés, con las flores enterradas y
las raíces al sol, me farreó lo oscuro del nocturno sin alcanzar nunca la
madrugada que me deje arrimado a tu boca como a tiro de beso pero sin tocarte
para no deshacer el embrujo de tenerte cerca desarmada. Y te venís de asombro
envuelta en un tango de penumbras, esquineando por los yuyos, la baguada y el
zanjón, te venís por dentro calladita, contenida y mortal, te venís como en un
rectángulo, plaza, parque o callejón, que se achica cuando vas pisando la garúa
sobre el pasto herido de los hielos y las hojas que agonizan en sus ocres
otoñales te dejan pasar sin un suspiro para que te sientas reina de sus comarcas
desvencijadas. Del destartalado cajón de los recuerdos voy recuperando las alegres
lanas de colores de tu niñez, alas de mariposas que rozaron tu pelo, pétalos de
rosas con el perfume equivocado, un cenicero que habitó tu dormitorio y tus
insomnios, y un filoso trozo de cristal, lo demás son los papeles viejos donde te
iba escribiendo las obviedades y extrañezas de mis barrocos ilusorios, y las
piedrecitas azules que vos escondida guardabas en mi honor. El tiempo, ese
enemigo, dejó abierta la puerta para que de rebelde no te fueras tangueando por
los surcos del olvido y yo me quedara detrás del alto ventanal que da a los
finales de tu vida mirando ahogado de nostalgias la delicada resolana de tus
bravos desvaríos desvelado restaurando las misteriosas esencias de la herejía de
tu voz. Destripo la memoria de tu nombre hurgando por tus vocales o tus tristes
monosílabos, desato el aparejo pa’costear tu río de sueñera y de barro (i) yendo siempre a contraviento de
ventolera en ventolera, desafinando los cánticos nupciales de los jolgorios de
la última noche sin vos. Y mientras llega esa hora, que llegará, leo y releo
extraviado en las letras negras, pequeñitas y secretas de la tarjeta diminuta donde están tu nombre, tu
calle y tu desvelo (ii), buscando, qué importa si no estás, un rincón
parejo donde dormir la larga noche del destierro como el linyera borrado de los
conchos y de las borras, reseco, insoportable, despreciado y feliz.
(i) Fundación mítica de Buenos
Aires. Jorge Luis Borges
(ii) Objetos perdidos. Julio
Cortázar
sábado, 22 de noviembre de 2014
ANTIGUA TRILOGIA PARA IRINA
Duermen en tus ojos las
crisálidas de aquellas perdidas primaveras que buscas en la quieta esperanza de
un día con un aquí y un ahora donde el túnel de tus insomnios se abra al
soleado y verde paraíso. Tu rostro dibuja en su tristeza la sagrada y desolada
soledad de tus sueños ya cristalizados, enterrados en la sombría nostalgia del
amor que no ha bebido aun de ti. Tu boca apenas sonríe mintiendo en el negro
negro embrujo de la pena, escurriendo desde su vertiente secreta sin palabras,
sin un gesto, toda solitaria. Ahí, en el reflejo de tus rasgos de reina
inmóvil, de musa que agoniza en su silenciosa melancolía, están todos los
ponientes de la reseca comarca donde tu corta infancia se deshizo en fragmentos
y tu delicada juventud fue largo otoño y fría nieve. Pero sobre tu belleza
misteriosa sobrevuelo, halcón hambriento de tu encanto incesante, hasta
atraparte una tarde de lluvias inciertas, robándote con ternura de tu arduo
presente para ir a anidar nuestras rebeldes ausencias en la lejana y alta
arboleda de los sueños. Duermen en tus ojos las crisálidas de aquellas perdidas
primaveras porque en tu rostro se dibuja una dulce tristeza sagrada y eres
entonces toda soledad, virgen de sueños cristalizados, imagen pura de la
nostalgia de un amor ingrato que no ha bebido de ti. Tu boca sonríe mintiendo
en negro embrujo la pena, escurriendo desde su secreta vertiente sin palabras,
sin un gesto, toda soledad. Ahí, en el íntimo reflejo de reina inmóvil, de musa
que agoniza, está la silenciosa melancolía, están todos los ponientes de tu
reseca comarca de tu infancia fragmentada y de tu delicada juventud como un
largo otoño y su premonición de nieve. Pero como halcón hambriento sobrevuelo
cazador herido de ti sobre tu belleza misteriosa, sobre tu encanto incesante,
esperando atraparte furioso y sangriento una tarde de lluvias inciertas, para
robarte con mis garras en aterradora ternura de tu arduo presente e ir a anidar
nuestras rebeldes ausencias en ese lejano y alto roquerío de mis sueños. Duermen
en Sus ojos las crisálidas de aquellas perdidas primaveras. Busca en la quieta
esperanza un día con un aquí y un ahora distintos. Intuye o desea que túnel de
Sus insomnios se abra al fin al soleado paraíso. Su rostro dibuja en su
tristeza la sagrada soledad de sueños cristalizados. Sabe que enterrado en la
nostalgia está el amor del que aun no ha bebido. Su boca miente el embrujo de
la pena, sin palabras, sin un gesto, toda soledad. En Su reflejo de reina
inmóvil, la musa agoniza en silenciosa melancolía. Allí están los ponientes de
Su reseca comarca con Su infancia en fragmentos. Allí Su delicada juventud como
un largo otoño y su premonición de nieve. Sobre Su belleza sobrevuela un halcón
hambriento de Su encanto incesante. Día llegará en que la atrape, una tarde de
lluvias inciertas, con feroz ternura. Será esa noche entonces, sin Su arduo
presente, que anidaran sus ausencias. Solo el secreto de un lejano y alto
roquerío verá como encienden sus sueños.
Diciembre, 2008.
Nota.- Debe leerse escuchando la
mejor versión en clavecín de la Sonata en sol mayor, Allegro, K.455, de
Domenico Scarlatti.
lunes, 10 de noviembre de 2014
OTROS ROJOS
“... el bermellón, la flor súbita de la sangre recogía la luz del mundo
en tu retrato.” Pablo Neruda, Cien sonetos de amor. Soneto LXXVI
Horas antes de la medianoche
entra en los desesperos del rojo desatado, en la bullente hoguera en brasas
refulgiendo en el nocturno, en los altos atardeceres encendidos de rosas y
geranios, del rojo en contraste con una palidez provocante, con tersuras y
sabores y perfumes, los rojos sedosos y satinados, el rojo del inevitable
infierno y de la tentación de la manzana, de unos labios que se besaron en los
tiempos de las lluvias o unas perfectas uñas declarando su sensual fiereza, los
rojos encarnados y sangrientos desde el espeso púrpura al alegre colorado. Un
rojo de amapola que floreció en los voluptuosos jardines de la noche solitaria,
rosa desarmada, copihue o ceibo, densidad sublime de la voz esparcida, de un
cuerpo tendido en la sensualidad cómplice del lecho de luces lejos, de alturas
intocables, de sobornos visuales y vertiginosos vértigos de palomas. El rojo
color de todas las pasiones, malas y buenas, del amor y del odio, del pudoroso
rubor de la timidez y de la vergüenza, el rojo color de la intensidad en
cercanía, del afecto apasionado, impregnado de cierta angustiosa tensión y
sobresalto, el rojo color de la furia y de los instintos primarios, de los
impulsos vitales y del sol naciente. El rojo misterioso que quema y seduce,
incita y provoca, que se vierte en la roja desvergüenza del heno otoñal y su
manantial en estiaje, que enrojece los lúbricos momentos del desenfreno
voluptuoso y los faroles de las callejuelas por donde deambula la sombra de su
yo verdadero. El rojo profundo del escarmiento y del despliegue, roce, caricia
y frotación, de la incitación que se refleja en la flor del granado y el tinte
del rubí, rojo que fue esplendor de una piel sagrada entre las albas espumas
sumergida. El rojo lacre que selló tratos imposibles, el rojo litúrgico de los
cardenales en los alfeizares de las ventanas de las tierras perdidas, el rojo
en sus gamas, en sus matices carmesí, bermellón, escarlata, granate, carmín y amaranto.
Los rojos jugosos que destilan el estío caluroso de los cinabrios subterráneos
en aquellos frutos endulzados por ciertas mariposas, en el sabor de las boquitas
pintadas, en las ácidas moras antes de madurar, y en los infinitos rojos de las
hojas que agonizan cercadas por el otoño. Los rojos del encanto, del espanto y
del desencanto, no esos, fue otro rojo el que incineró las horas de su
desespero antes de la medianoche. Vale.
lunes, 13 de octubre de 2014
PEDRERIAS DE AMOR SECRETO
“Quizá la sorprenda entre las sabanas de la noche, ebria de champaña y
yo ebrio de ella.” Viajera. F.S.R.Banda, 2014.
Pedrerías, repartija de cascajos
sobre el vientre maternal de la tierra impoluta, en su declaración de primavera
los mirlos acechan los nidos de los chincoles, las últimas aguas invernales se
evaporan en los altos albos algodones que las brisas se van llevando hacia las
nevadas cumbres de volcanes y dormidos granitos. Descreo de las convergencias tutelares, de lo
que contiene el otoño en sus ocres innumerables o la primavera en sus verdes
infinitos, como tu voz cuando se va empequeñeciendo hasta el silencio de dalias
o ceibos según sean los derroteros de las naos hacia sus naufragios. Y
hay gredas quebradas y musgos en los vidrios de tu imperio coordenado, oblicuo,
evanescente, situado siempre a contraluz o en un escorzo imposible como tus
labios cuando musitan las letanías del desamparo, como un anillo roto sobre el
fieltro púrpura de las profanas liturgias. No más que esos rezagos; ventoleras
y vuelos, los pájaros insistiendo en un desasosiego de cernícalo o carancho, las
junturas de la tarde tranquila dibujando tu boca en los geranios para que no se
arranche entrando el crepúsculo y se adueñe de los rojizos rubores en el cielo
lejos que deja estilar la noche para que no estés triste mañana. De sementeras
y poliedros esta hecha la brusca realidad que acomete, fiera venganza la del tiempo, de tulipanes y regiones del ocaso, de
olvidos arrinconados en los meandros desolados de las lluvias en los parques o
la garúas con que las madrugadas amenazan las melancolías, de un aire quieto en
esa densidad solemne y pudorosa de las penas. Todos es sangriento bermellón o
cinabrio en la largura de tu perfume que se percibe como en un halo contenido
de alturas de pino y eucaliptos, de brevedad misteriosa, subterránea, dejando
tu silueta repartida por los caudalosos ríos del destiempo, esparcida y
discordante en los mustios susurros del cañaveral. Las arenas de los días
guardan las huellas de tus pasos, la filigrana que dejó tu imagen en los
cuarzos diminutos, en sus mínimos destellos y en su espejismo constante.
Anochece en ese ámbito donde estás inmersa y descrita. Voy a viajar por la
noche de tu pelo mientras te observo desde todos los espejos para que todo
decante en la fluidez asidua de tus ojos y en sus antiguas comparecencias,
porque solo en la lluvia, esa poética incesante, puedo tocar tu pelo dulcemente
sin cruzar el límite mientras evoco nostálgico aquellos tiempos en que podíamos tanguear impunemente.
sábado, 13 de septiembre de 2014
DESENCANTACIONES
“Un peu de volupté et de sensualité pour accompagner doucement des
réjouissances à venir...” Isabelle M
Voy a tener que borrarte con un filoso
cuchillo (i) raspándome la piel donde me escribí tu nombre asumiendo una
eternidad que ya era imposible, y después destriparme en carne viva para
aprender que no existes y desangrarme en los rincones donde aun guardo los
rastros de tu perfume. Deberé desgranar las vehemencias en sus incipientes semillas
de tristezas, iniciar la molienda de los recuerdos de tu voz clavada en el desierto de los tártaros (ii), triturar
más allá de las arenas los sopores del espanto de no verte más en las
floraciones de los lirios, en los mustios desarraigos del nocturno evasivo de
tu imagen, corroído por la languidez de lo que va sucediendo sin ti. Habré de
despintarte de los muros que detentan tu nombre como un sortilegio en el
degradé de los atardeceres arrebolados, de los óleos siniestros donde te me
apareces reflejada sonriendo en el cristal sobre paisajes de altas cetrerías,
en el fondo de las copas o las tacitas de café, en las siluetas que se van
alejando por los crepúsculos sin solución de continuidad. Bifurcaciones donde
las palabras se resquebrajan resecas en los pergaminos extraviados, hilvanando
de misterios los pálidos arcos lunares y los vuelos de los queltehues llamando
a las últimas lluvias de este invierno voraz. En un desmadre de inundaciones y
ventoleras te hundes en los claros destellos de tu memoria invencible, en los aluviones
que cavan las cárcavas donde deberías volver a brotar, vertiente o flor según la
mala noche de las ciénagas que bordean tus vigilias. Dejaré descritos con
piedras los registros de tus ensoñaciones en perpetua vagancia, permanecerás en
los azules de los vidrios, en los rojos desperdigados por los trenes y los
anuarios, en los verdes poderosos de toda primavera, pero no en los amarillos
previos a los fuegos del poniente, ni en el mármol agrietado de las estatuas de
los parques sin otoño. Desaparecerás en la latente luminiscencia de los
caracoles, cercada por la melancolía de las rosas, las dalias y las calas, en
el iridiscente preludio de las pompas de jabón, furtiva y nimia, serás cúspide
o simiente del místico boato de todas las refundaciones, y seguirás siendo en
el espejo húmedo, en la madera mojada, la misma libélula de terciopelo,
embeleso sublime del ocaso, susurro, anhelo, enigma. Derivas y sotaventos,
espumas y algas y medusas, desarmes de la madrugada en su silencio de lejanos
cantos del desvarío, amanece.
(i) En el original se lee ‘facón’.
(ii) “Il deserto dei Tartari”, Dino
Buzzati, 1940. Prólogo de la traducción al español de Jorge Luis Borges, 1985.
miércoles, 27 de agosto de 2014
VADEMECUM DE INCLEMENCIAS
“La escritura neobarroca es el intento por recuperar el sentido en la
intensidad de una escritura que provoca una dimensión de visualidad imposible”.
Sergio Rojas Contreras
Certero ciego inclemente, desbordado por la
lluvia de hoy sábado de tu nombre, verso las insistencias de los charcos y las
goteras, de los pájaro anegados en sus alturas sin vuelo, escarbo las
nostalgias voraces antes que broten los rezagados pastos juguetones de la
pequeña Emperatriz de Todas las Reinas. Crezco una y otra vez por entre las
hierbas muertas de todos mis inviernos, equivocado como siempre, nunca soñado y
secreto, o al menos clandestino. Ya no fragmento la noche en sus granos
demolidos, la usurpo por las mañanas si llueve, o la dejo perderse sombra o
penumbras en las garúas, sin insomnios ni con las malas artes del perplejo. Decanto
las vendimias atrasadas, bebo los vinos agrios del no destierro, escancio los sumos
con la paciencia del que tuvo su tiempo y jugó sus cartas, buenas o malas según
los caóticos avatares designados por los mustios dioses de piedra. Me someto a
las discontinuidades del tiempo, a la mala hora y al desasosiego, a todos los
ecos de los cántaros vacíos y a los celacantos que habitan los abismos donde
decantan los sueños congelados. Incierto mudo intransigente, incrustado en la
tierra madre donde florecen las dalias y el magnolio que sostienen la certeza
de su verdadera eternidad desde la aciaga madrugada de la huerfanía y las muy
tristes desolaciones. Deserto de las marmóreas alturas, inhabilitado y
perpetuo, de la mar que sumerge y se oscurece con las negras aves en sus vuelos
helicoidales contra un atardecer remoto de minerales y desierto, distribuyo
soterrado las ansiedades siguiendo los túneles de las lombrices o de las larvas
subterráneas. En la memoria duermen las semillas latentes de los diurnos estropicios,
de las miserias crepusculares y de los tormentos de una sola noche, esperando reverdecer
en las grietas de los recuperados olvidos como musgos o mandrágoras, o sobre
rompientes y ceremonias, en las bifurcaciones, los bosques embrujados y las
escarchas, cercano al vórtice donde van convergiendo en una infinita espiral
los crasos errores, los malos silencios, las torpes lejanías, sin llegar nunca
a justificarse. En esa vorticidad que será la suma de los fragmentos del rostro
que se fue disgregando por todos los espejos. Austero sordo indiferente,
atrapado en las conspiraciones de las lentas nostalgias de los furiosos instantes
del desespero, por el filo del signo perdido, por sus escombros, por la
solemnidad de la última muerte, la imprescindible, la esperada, la inevitable.
lunes, 25 de agosto de 2014
ESPEJOS QUEBRADOS
(Fragmentos de pulsión escópica)
Mi rostro era un tormento. Nube.
Gajos de sol. Rompí el espejo. Un rostro fragmentado. Y todo el cielo. Dormir.
Pasar. No desear. Mis labios. Y el silencio. Dormido entre los muros de este
huerto. Pasó un pájaro blanco, alegre, extenso. Sus alas. Su gorjeo. Pero yo no
estoy preso. Los bosques, crepitando. Los destellos. Más allá no hay jardines.
No los quiero. Pájaros, bosques, mares, el espléndido relato de inconstantes y
viajeros. Ángeles, no de llamas, sí de yeso. Latir. Urgente azul. Estoy
despierto. Mi torre tiene un mirador y espejos. Desde aquí miro y toco y gozo y
siento. Su voz no amó Narciso. Amaba el eco. Acudir a tu juego es ver cubrirse las
aguas del espejo de gran niebla: un reducido número de estampas indecisas, que
pierden densidad y volumen, como el humo; el guía que me burla y llega siempre a
desaparecer tras los recodos, escurridizo, artero, suplantándose sin que nunca
le pueda ver el rostro, que es el mío: palabras en un espejo escrito y
aplazado, en las apariciones de una sombra que se esconde detrás de la cortina,
confunde su papel y olvida el gesto o impone su evidencia mentirosa de actor de
cine mudo que ha pasado con demasiadas muecas al sonoro; un texto que se pierde
en el reverso, el espesor y el margen del papel, que nace con las dudas de su
sentido y de su desaliento, paréntesis inscrito en una historia en blanco. Ese
espejo me llama y me confirma otra vez en un cuerpo que no es mío. Miro esos
ojos y giro en la extrañeza de su voluntad. El otro ya me mira también con la
sorpresa de no encontrarse en mí. Somos las dos figuras que separa la
superficie de un cristal y la mirada funde en un mismo destino. El agua nos da
cita y el vacío nos repite que no somos el mismo. No conozco su sombra y
acaricia la muerte cuando yo traigo el día, retiene el infinito cuando increpo
su gesto. No conozco la historia de quien mira, no sé quién de los dos delata y
finge ser quien se piensa siendo, ser antes de la luz, ser sin el otro. Ahora
busco sus ojos y esconde sus pupilas allí donde no miro ni nunca podré ver. Como
si me ocultara un ardiente secreto huye al mar de lo oscuro. Un suspendido
instante ha roto el movimiento de sus ojos. Siento todo el espejo en el vacío reflejando
la herida y el dolor de quien ha descifrado su sentencia: Mirar ya para siempre
hacia la nada. Hay restos de mi figura y ladra un perro. Me estremece el
espejo: la persona, la máscara es ya máscara de nada. Como un yelmo en la noche
antigua, una armadura sin nadie, así es mi yo; un andrajo al que viste un
nombre.
A
partir de la lectura, hoy, de:
Espejo
de gran niebla. Guillermo Carnero,
Siesta
en el mirador. Antonio Carvajal
Quien
mira. José Ramón Ripoll
De
Piedra negra o del temblar. Leopoldo María Panero
En
“La Mirada Elíptica: El Trasfondo Neobarroco de la Poesía Española Contemporánea”.
Luis Martin-Estudillo.
Nota
del mero collagista.- Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos
textos; el de explayar en cuatrocientas palabras una idea cuya perfecta
exposición ya fue escrita por otros adelantados. Mejor procedimiento es asumir
que esos textos ya existen y ofrecer un collage,
un copy-paste. (i)
(i)
Perífrasis de: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros;
el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral
cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya
existen y ofrecer un resumen, un comentario.” Ficciones. Prologo, Jorge Luis
Borges.
viernes, 22 de agosto de 2014
IMAGO DE LA ESFINGE DEL PEQUEÑO BOSQUE
Te vas por sobre las huellas de anónimas
pisadas en las grises arenas, a contraluz siempre en un atardecer que te
persigue como un perro abandonado, en silueta contra el bruñido oleaje de un
mar sereno que refulge en sus tenebrosos laberintos abismales. Alguien camina
allá atrás buscando caracolas o algas o simplemente el silencio adormecido del
oleaje sin atreverse a acercarse para no ser atrapado en el aura de misterio
que te asilueta en el aterido paisaje de esa playa de poetas. Una línea
algodonosa de nubes te corona como una guirnalda de un blanco alejado en su
brumosidad continua de lejanas lluvias por venir, el horizonte es marino y
terrestre, bífido o bifurcado, dividido por ti en sus ambivalencias somnolientas,
el caserío y los arbustos, la mar desplegada en ese límite que la separa del
azul gris tristón de un cielo confuso en el que tu rostro es una penumbra
hierática que no sonríe. Quietos observan en el borde del acantilado de
arcaicos estratos geológicos los altos copaos (Eulychinia acida) que esperan la cercana primavera acumulando sus
savias para amanecer en sus blancas floraciones, los cuarzos y las micas
incrustados en las foliaciones gris plateadas de las micacitas y los esquistos
azules, los mínimos circones de los granitos devónicos, y los oscuros granates
del atávico imaginario fetichista, el pasto verdeando, las areniscas amarillas
y el bordados de las albas espumas. De pie como una esfinge tallada en un
roquerío de arcaicas rompientes que surge desde las profundidades metamórficas
como feroz inquisidora, sin peces ni gaviotas, sin la sal de los espantos ni el
sosiego de las altas mareas, ahí, solemne y soberana con tus manos modeladas en
la greda elemental del secano costero. Se te nombra en susurros escondidos bajo
apercibimiento de proceder en rebeldía, se te evoca mirando nostálgica las
luces lejos de los barcos imaginarios atracados en el nocturno cristal de tu
ventana, se te escribe con letra pequeñita y tinta desvaída, se te dibuja sin
sombra en los antiguos palimpsestos donde fuiste paloma de altos vuelos
inconclusos, se te busca en los abandonados santuarios del desencanto, en los
templos donde se profanaron las estatuas de los dioses insensibles que
invocaron los cantos del amor extraviado. Te vas incautando los plenilunios, las
bajamares y las pleamares, desatando las oscuras gravitaciones que llevas
tatuadas en los sortilegios de tu voz concebida sin pecado en tus hechizos
lunares y solo dejas un reguero triste de arenas muertas porque hoy es viernes
y lloverá mañana.
domingo, 10 de agosto de 2014
DESHOJES
[El
Otoño te trajo, mojando de agonía, tu sombrerito pobre y el tapado marrón, eras
como la calle de la Melancolía, que llovía, llovía sobre mi corazón. (i)] Vendrá
caminando por el lado norte de la lluvia, invadida de sus penas, caminantes
como ella, por el espejo de la vereda y en los charcos entrando en los
crepúsculos, sosegada inmersa en el silencio, desvastada. Sobre los artilugios
del destino (o el azar) dispondrá las copas en la mesa, el pan y el corazón en
trozos, la sonrisa como ida o por lo menos distante, los ojos eternizados en la
vastedad de los inviernos enlluviados. Sufriente de ternuras atrasadas dibujará
con las migas en el mantel cuadriculado el portulano de sus intentos, escribirá
el listado de los rumbos extraviados y el registro preciso de las singladuras
de sus travesías inútiles o equivocadas. Aquellos perfectos desengaños. Puerta
afuera los dolores, las palabras y los paraguas, la sensación de ser no siendo
y el incierto horizonte de gaviotas y mar y negras arenas, allá más lejos la
finura de los adioses sin lagrimones de desencanto ni los tenebrosos reproches
del desespero. Para adentro, los labios sellados, el libro inconcluso de los
insomnios y los reflejos del día arremolinados en los cristales. La turbia
soledad decantando las minucias que quedaron de los sueños y un rostro,
repetido y constante, desdibujado por el tiempo sin la certeza del amor que
decretó las penurias del olvido. El anillo de oro con una perla y el reloj triste
de la bifurcación (del error o del azar) perdidos a propósito en los ciegos
cajones que se cerraron para siempre quizá donde, después que el barrio se hizo
ajeno y la esquina y la plaza se cansaron de esperar. Se desataron los tiempos a
lo largo y la distancia insobornable en su tráfago imperioso de miserias humillantes
y sus breves alegrías, se fueron borrando los números siniestros de los
descoloridos calendarios y florecieron flores imposibles en un retorno de
pantano y de oscuro laberinto. Lo demás se quedó traspapelado en versitos que
sus ojos no leyeron y en las rosas que su mano no tocó. Así la pienso ahora
cuando los árboles deshojados tascan las tristezas de lo que hace muchos años no
fue y se me viene feroz la noche incesante en su derrumbe y su ausencia. [Yo no la quería cuando la encontré, hasta
que una noche me dijo, resuelta: Ya estoy muy cansada de todo... Y se fue. ¡Qué
cosas, hermano, que tiene la vida! Desde ese momento la empecé a querer.(ii)]
(i) María.
Tango. Cátulo Castillo
(ii) Quién hubiera dicho. Tango. Luis César
Amadori
miércoles, 6 de agosto de 2014
OROPELES INUNDADOS
(Apuntes de viaje, transcripción directa de
los originales)
Busco el Sur, el
tiempo abierto y su después (i). La lluvia larga, los ríos desbordados, los anegamientos bajo el
sin fin de nubes negras, nubarrones, el sol pequeño niño asomando con la
timidez esperando por el amanecer sobre los verdes fulgurantes entre los fríos
del desborde. Y venía una y otra vez la lluvia sobre lo inundado repetida
persistente con solemnidad de aguacero urgente sobre el techo y los bosques, venía
en ráfagas sobre los siete horizontes que se escondían en la bruma, anegando el
estero, el puente, los verdes potreros ovejeros. Venía y se iba silenciosa por el
sol asomado cuando gritaban los queltehues llamándola otra vez. De pocos pájaros,
de espejos de agua reflejando las espesuras, de cuarzos y lavaderos del oro
invisibles y de las casitas de techos relucientes, de los rubores esplendorosos
del amanecer lejos y altos, tramontanos. Los nubarrones grises, oscuros,
amenazantes, siempre de paso acechando, un pedazo de azul que parece cielo
escurre entre las grises nubes y el blanco iluminado. La mañana aterida
comienza a esperar la challa y las arenas negras allá en los bajos que pudieran
ser auríferos. Cuarzos enlluviados, encastados en los barriales y los
pastizales, empantanados juncales, potreros. Las leñas de broza, ulmos y
alerces, mojadas estilando en las orillas inundadas. Allá p’al bajo la anegada,
la inundación soberana de sus cauces y territorios. Hacia por siguiendo la
bajante el mar detrás de las grises arenas de la barra sin gaviotas solo en las
albas espumas de sus invernales y furiosos oleajes escondidos. De borde a borde
el río con sus arcillas desbordadas, ancho y perentorio, consumado en su
creciente, en la amplia soledad de las casitas sumergidas en la lluvia. Viene
con su bruma sin paisaje, las varas de leña rojas como los atardeceres ausentes
La lluvia del último día para gloria o escarnio de los hombres que afanaron y buscaron
el oro, el primer arrebol, del último amanecer, efímera rosa ruborosa absorbida
desvanecida por entre los negros oscuros amenazantes de los últimos nubarrones.
El hacha hiriendo la sangrienta madera, la mariposa nocturna detrás del
cristal, visitante de la estirpe engarzada en el nocturno. El río desanegando
los campos ovejeros, la ventolera y sus ráfagas susurrantes. Lo otro, la
quijada y el cuerno y el misterio del pasto fosforescente, los dados y las
barajas jugando en el mismo azar del oro. Las islas en su brevedad del desagüe,
del estero de las buenas yerbas ancho como los áureos sueños, la crecida, las
siluetas de los ulmos contra la claridad mañanera, siempre las nubes buscando
el sur más al sur lentas y majestuosas. Las suaves lomas de verdes perfectos,
lecherías y hacia adentro de la lluvia desde el mapu ancestral, enjoyadas de
garzas blancas y bandurrias y gaviotas extraviadas, en la otra lluvia del
retorno a mis ojos se enredan aromos
rubios en los campos de Loncoche (ii) donde ya no hay un rostro ni una voz que
buscar o nostalgiar, tristemente, en este sur de sumidas cavilaciones y
amarillos desgajados. Vale.
Río Llico, 2 al 5 agosto 2014
(i) Vuelvo al sur. Fernando "Pino"
Solanas, en la música de Astor Piazzolla
(ii) Aromos rubios en los campos de Loncoche.
Pablo Neruda, 1923
Imagen: Fotografía del autor.
domingo, 20 de julio de 2014
ALLÁ LEJOS, EL INTENTO
A Edmea Tetua
Donde el púrpura se desvencija en sus
horizontes de torreones derruidos y altos peñascos roídos por los vientos de
los últimos atardeceres, en esas fúnebres oquedades de los acantilados que dan
a los mares del destierro, a las oceánicas corrientes que trasiegan los peces a
sus clandestinos desoves nocturnos entre las algas de los sargazos. Las albas
de transparentes medusas y lentos celacantos, el equinoccio socavado por los
bosques incendiados y los aullidos de los perros hambrientos, la soledad color
malva, el salobre sabor del agua de los charcos donde los rinocerontes extinguidos
beben las lunas temblorosas, el espejismo y el sosiego, la turbulencia que
detenta los zafiros de la madrugada que se esparcen entre brumas y pájaros
extraviados. Los molinos que trituran las horas más lúcidas, el pergamino que
va escribiendo en tinta roja sangrienta los avatares de los vagabundos, los
insanos y los poetas, la música vertida en acrobacias de libélulas sobre los
espejos del agua estancada de los paramecios y las amebas. Allá donde los
tigres se empantanan de tristeza en las marismas anochecidas y los buitres
duermen sus insomnios en sus vuelos carroñeros, donde vaga una sombra escondida
del plenilunio y del naufragio en los cañaverales de las orillas. Sobre los
desiertos pedregosos del solemne embaucador, lejos de los tumultos y las
cumbiambas, en los turbiales, en el fango de las negras arcillas, del ocre de los
óxidos de hierro y del rojo venenoso del cinabrio, enredado en el tupido velo
de soberbia de un dios hastiado de serlo. La marca de la mano ausente, el
hueco, el vacío que deja sin su tibieza maternal como las grietas en los muros
de adobes, su presagio de pérdida irrecuperable, de decadencia, de ocaso, de
definitiva conclusión. La máscara de porcelana, su lividez de nardo o magnolia
impoluta, ese rostro pálido de labios apretados en una línea de silencio o
desprecio, su altivez desesperante de lacónica emperatriz, las manos largas y
frías, el tornasolado cambiante de sus ojos inmortales, su hostil desapego a la
burda y fragmentada realidad, sin aceptación resignada, sin pena ni gloria. Donde
los cuarzos entibian sus cristales en las drusas incrustadas, en la brevedad de
las cenizas, y en los vestigios reverberantes del solsticio por donde las
singladuras no siguen los rumbos del imán sino el murmullo perpetuo del místico
oleaje de su voz que se sumerge escorándose lentamente hacia los abismos del
olvido sin retorno mientras la nave va.
viernes, 11 de julio de 2014
INNEVAZIONES
Para Nieves María
del Carmen Merino Guerra, amiga en los neobarrocos ultramarinos.
No cae la nieve, se eleva pájaro esfera
pluma, humo o nube, no cae alba en su albura, vuela alto busca azul cielo,
burbuja iridiscente, inicia alturas desatando las palabras de las cornisas,
aprendiendo el idioma de las gárgolas, los códigos misteriosos de las gaviotas
isleñas, el lenguaje pedregoso de los oleajes en las grises arenas volcánicas,
para enviar sus mensajes de náufraga tierna y solitaria encerrados en los
cristales de sus versos por las furiosas corrientes oceánicas, asombrando a los
peces sagrados y a las algas de los roqueríos continentales, al oscuro
celacanto escondido en las negruras de sus abismos y a las medusas que danzan
transparentes en todas las espumas. No cae la nieve, se alza ingrávida sobre
horizontes y cúpulas, sobre templos y tumultos, invocando las soledades
telúricas cercadas por los mares del silencio, no cae blanca en su pureza de
aguas congeladas, sube vaho quebrando las brumas marinas y los arreboles de
lejanos atardeceres, conspira con palabras en susurros delicados, en su sonrisa
esparcida, en sus tentaciones barrocas. Se derrama, se estarce, se delinea en
su silueta de esfinge imposible, navega rumbos sin nortes explorando las otras
islas de los antiguos mapas de los delirios y de las inspiraciones, cava en
lavas incandescentes, socava los acantilados y atrapa las lluvias escasas en
sus orígenes climáticos, entre el reseco anticiclón y la humedad constante de
los alisios que se vierte en las vertientes de su barlovento. No cae la nieve,
se incrusta en los índigos y los azules de los atardeceres entre cirros,
cúmulos y estratos, blancos albos confundida, mimetizada acechando las
desperdigadas estrellas del crepúsculo, se hace noche nívea sobre los techos
silenciosa, algodón o plumas, seda inmaculada, se viste de novia y sueña
desenmascarada, inmersa en la arena de los cuarzos, envuelta en el albor de los
mármoles y los ópalos, estatuaria en su blancura atlántica, en su archipiélago
volcánico entre altas fumarolas y lavas vertidas en las sales marinas, se iza
sobre magmas y extrusiones de basaltos y traquitas, se deshace en copos de
palomas o petreles, se inunda, se anega, se enarbola banderola al viento más
alta que los cantos erodados, que las cenizas conminuidas por el tiempo, más
alta que los imaginarios de las perlas deformadas, más alta que los vuelos
migratorios, que los velámenes de las naves que siempre se van perdiendo en los
profundos límites de la mar, más alta.
martes, 8 de julio de 2014
E LA NAVE VA
«Una fantasía, si
es auténtica, lo contiene todo y no necesita explicaciones.». Federico Fellini.
Ya nadie sabe donde se van a esconder los
delirios cuando vos Maestro no los desarmes ni los tritures en sus topacios y
sus rubíes coronados en sus espantos de medianoche sobre el filo mustio de la
luna menguante, cuando no sepamos si enmudeciste porque se te abarrotaron las
venas de los sacrificios sangrientos o te abandonaron los pájaros del éxtasis
de la contemplación en medio de alguna calle de tu Sevilla cerca de la Plaza del Pumarejo, o simplemente dejaste el espacio donde te
inclinabas a contar las huellas de los saurios y ahora andas por ahí
especulando sobre las nervaduras de las alas de las mariposas con la vista en
alto tan alto que ya no ves las miserias que ibas borrando con tus verbos
embarrocados hasta los mismísimos delirios que desarmabas y triturabas para que
nadie dijera que mentías cuando relatabas en la voz de tus demonios los viajes
a los profundos territorios de la locura. Quizá en esas travesías se te fueron
escarchando lo recuerdos y el mañana temprano se te volvió cenizas y cuando
despertaste del otro sueño, del verdadero, no encontraste la madrugada y
seguiste durmiendo para que no se te volaran los ojos con los que mirabas los
objetos en sus reales tornasoles y observabas los microscópicos imaginarios de
las geografías extraviadas en los antiguos portulanos, las zoologías de las
salamandras inverosímiles y las misteriosas botánicas de los musgos y los helechos
sangrientos. O se te entumieron las manos con el frío de las cumbres en las
alturas marfileñas de tus desvaríos por rastrear los senderos de la belleza sin
saber que:
Los siglos que en
sus hojas cuenta un roble,
árbol los cuenta
sordo, tronco ciego;
quien más ve,
quien más oye, menos dura (i).
Y ahí se están quedando para los siglos los
vestiglos y los endriagos que habitaron tus mundos divididos, escindidos, hendidos
o rotos, ahí las sublimes mutaciones de la conciencia de realidad de las que
apenas escapabas riendo a carcajadas por la mísera fisura de los antipsicóticos
y su mágica bioquímica de circo pobre, sin trapecistas ni payasos porque resulta que los dioses sólo se escuchan a si
mismos (ii). Y la nave se fue sin tus huesos derrotados,
sin que alcanzaras a ver los escorpiones de amatista ni las larvas de los escarabajos
de obsidiana que perforaban sus túneles pestíferos en las pequeñas limaduras de
tu mente alborotada por los arduos adjetivos con que describías los mínimos
detalles de los asombros y las maravillas, y las innumerables versiones a las
que te obligaba el soborno de la inalcanzable perfección. Vale.
(i) Luis de Góngora y Argote. 1620.
(ii) Francisco Antonio Ruiz Caballero,
Noviembre 30 de 2012.domingo, 6 de julio de 2014
VAGUEDADES DEL DESTERRADO
Dejó el aire suspendido como una corola de
flor ausente, los pájaros escaparon de sus jaulas e invadieron los museos y las
bibliotecas, anidaron en los ojos de las estatuas y de las gárgolas, un vaho
multicolor derramó sus aromas de mar y pinos por las oquedades de las últimas
esfinges. Descreía que la noche es ciega y encastillada o que los arreboles del
atardecer son un soborno de las tardes para que el nocturno no deshiciera las
sombras de los magnolios y los ginkos contra los muros antes que florecieran
las dalias y los nardos. En cambio, su ingenuidad de poeta inédito acostumbrado
a los detalles mínimos y a los asombros cotidianos le hacía creer que los
pájaros desaparecen en los plenilunios o que las piedras son las almas de los
picaflores que encontraron al fin el descanso. Sabía separar el orujo del
concho, la letra como signo del canto del viento en los follajes, supuso
siempre que las gaviotas eran las almas de las medusas que no encontraron el
fondo de las arenas abismales. Buscaba los esqueletos de los celacantos en las
playas pedregosas y las conchas vacías de los caracoles en los jardines del
estío, coleccionaba clavos viejos y pedazos de alambres por los matices del
ocre de sus herrumbres. Dedicaba días enteros a dibujar las alas de los
insectos intentando conocer sus nombres de pila o los rancios apellidos de sus
estirpes, leía los presagios y las premoniciones escritas en las huellas de las
orugas en las hojas de los suspiros. Poseyó el mapa de los túneles de las
drusas de cuarzos dormidos en sus geodas, de los topacios y los cobres
sulfurados, y lo perdió a propósito para invalidar cualquier intento de retorno
a las periferias subterráneas de su historia. Era coloquial y austero, sagaz en
las trampas del olvido y frugal cuando se trataba de inicios intempestivos, los
finales prefería enterrarlos sin ceremonia después que las aves migratorias
abandonaran las cenagosas marismas del desencanto. Conocía las magias tutelares
de los bosques, el entramado que el azar construía con los musgos y los
charcos, la manera de aniquilar la persistencia elemental de ciertos rostros y
la sabiduría para entender los prodigios del caos. Marcaba las horas con lanas
de colores para no extraviarse en la desidia de lo inútil o lo intrascendente,
y entraba en las rutinas del destiempo altivo y parco como un guerrero
derrotado.
viernes, 27 de junio de 2014
OSAMENTAS
“Todo apunta al
desvarío, todo empuja al abismo y a la zanja.”
Testamento de tus
ojos. En ‘Huesos de mi último árbol’, Mireya Zúñiga Noemí, 2012.
Se abren las hiedras en su vigilancia de muro
nocturno, en su violencia de diluvio prehistórico sobre las piedras canteadas
por la luna. Un rezongo de cañas allá por el bajo cabalga la negrura perfumada
de las rosas mustias y los lejanos cardúmenes que cruzan fugaces espadas de
plata la bajamar del horizonte insomne. Las siluetas llevan antorchas
iluminadas y perros vagos siguiéndolas en su hilera de fuegos por la noche, en
su fervor funerario, en su desolación embancada en la eternidad de las arenas. Las
siemprevivas estallan sus colores de rojos oscuros y amarillos soleados, sus
blancos genuinos y sus rosados imperceptibles, hilando la lana verdiazul de los
sahumerios que socavan las honduras de sombra de los altos pastizales. Lo demás
va decantando bien avanza el nocturno, la serena consistencia de los árboles,
el espejo de agua que ya no refleja las iridiscencias de las libélulas, los
crujidos de la sal de roca en sus empegos, el último naufrago asediado por las sirenas. Ilimitadas variantes del espanto intentan fragmentar la opacidad
sigilosa de los acantilados, el misterioso deambular de los celacantos, las
cárcavas que dejo la lluvia, descifrar los mapas trazados en el rojizo ocre
nostálgico de las hojas del otoño vencido, consignar la profundidad esencial de
los charcos que no reflejan las lunas. Es inútil, el idioma de los musgos y las
dalias se ha perdido para siempre, como la tierra aquella prometida y el
florido paraíso de gladiolos y el magnolio. Retumban los tambores del destierro
en los púrpuras y los mármoles desvastados por las veleidades de un ayer que no
ocurre y la tortuosa vigencia de un mañana inesperado, en esa caótica sucesión un
vaho de premoniciones inunda la madrugada que viene en su garúa impenitente. Las
quietas anclas corroídas que duermen abandonadas en los muelles abandonados
declaran en sus herrumbres los precisos testimonios de lo irrecuperable, la
siniestra intangibilidad del todo, la errada devoción por lo perpetuo, la impermanencia
que degrada toda palabra, todo pensamiento, toda obra, hasta su disolución en
la nada, también la ilusoria existencia de los pájaros y los estambres. Alguien
sucede en los congelados abalorios de las consteladas estrellas, abre los
brazos abarcando el universo desatado, la mínima incerteza de la tierra humilde
en sus pastos y la majestuosa certidumbre de volver a ser polvo hasta el final
de los tiempos, cuando su arcilla encuentre las concavidades de la muerte.
Amanece.
sábado, 21 de junio de 2014
DETENTO UN NOMBRE
Ya ves que va la luna en su menguante
amenazado, y las calles están llenas de escombros, y el atardecer no derrama
sus perennes arreboles. Que crece el mugo devorando las ruinas de los templos,
que la bruma de los insomnios acontece en las esquinas de los faroles apagados,
que un salto de agua violeta perfora los asfaltos percolados en sus arenas
iniciales. La noche se dramatiza en esta boca de invierno, discurre o difumina,
se encasta derrotada aun solemne y arcaica en sus vetustas estribaciones, crea
dípticos o trilogías, reinventa sagas y secuelas, describe con minuciosa
inutilidad universos cerrados y caóticos, mistifica las pasiones y desarraiga los
mitos de amor enternecido. Algunos objetos, un alambique y una clepsidra, la
bitácora del exilio y la tenue luminosidad a barlovento, el púrpura de unas
serranías o las comarcas de los aguaceros, buscan sin lograrlo incrustarse en
la memoria demasiado cansada. Se distrae el nocturno ensimismado, se perciben
ajenas lontananzas, un indigno fervor se declara nacarado como una medusa de
terciopelo en sus arcanas luminiscencias, un sabor a antiguas aguardientes
desata la memoria de un brasero allá en la infancia de las dalias y el ciruelo.
La conciencia de un tiempo perpetuo, de incansable repetición y libre de las
devastaciones del olvido concurre entre escarchas y crisálidas en el rasgado
crepúsculo que se enceguece en su propia pesadumbre. Ya ves que va la luna atrasada
en su creciente enturbiada por las aves y los pordioseros, que en sórdidas
evocaciones de vierte luz pálida mortuoria sobre las troqueladas silueta de los
árboles dormidos. Un preludio de nostalgias amenaza con quedarse en su murmullo
melancólico como un canto triste de amor pagano o como un conjuro o una
blasfemia que se desgrana arrastrada por el oleaje de una playa pedregosa. Los
afectos decantan en los reflejos invisibles escondidos en los azogues, en las semillas
de desquicios y unívocas contumacias, soterrados quebrantos que habitan en los
estremecimientos que nos agreden cuando nos miramos temerosos en las lunas de
los espejos. Yo bosquejo un nombre con
las minucias de su desaparición inminente, y por lo mismo provocadora e invocante
en su vertiginosidad desafiante, pero su brevedad innombrable se me oculta detrás
de las estatuas, bajo los escaños anochecidos, en el reflejo lunar del estanque
de los peces silenciosos, en el zureo nocturno de las palomas, en los jardines
de rosales y magnolias. La nombro y es como una liberación absoluta, de una
poesía profunda, extrema y hermosa, como si alcanzara una revelación sublime,
más allá de las metáforas y de las imágenes.
jueves, 12 de junio de 2014
BREVERIAS DE TANGO Y AUSENCIAS
La noche que se envicia en sus propios
brocatos, las caobas relucientes, los bronces pulidos, el tango que se desgaja
en los cristales, en las copas de champaña y en el vaso de whisky a medio beber,
en las lámparas y en los ventanales que dan a la lluvia, hasta en el tabaco
dulce que viene con la muerte trasteando por el Buenos Aires costanera por el
río ancho, el mar de fondo y viceversa, ciudad que no veré sino en sus palabras
visitantes y en el recuerdo tanguero de mi padre que tampoco la vió nunca en
sus esplendores de firuletes y guapos en las esquinas de la noche. Las
callecitas empedradas de nostalgias se van difuminando en una tristona sinuosidad
de bandoneón, mientras llueve sobre los hinojos y los techos de las
curtiembres, también sobre últimas rosas del jardín, llueve en los reflejos de
los pozas recién llovidas con la cadencia de un otoño desgatado que se rinde a
las ventoleras del invierno bienvenido porque vendrá a recrear el tiempo de los
húmedos caracoles y de la lluvia repiqueteando en el techo de zinc. Y la
melancolía va confundiendo los aromas de tanguería con el de la tierra mojada, y
el olvido recupera la imagen de un amor aciago que no alcanzó a cristalizar en
la penumbra infiel de los que se encontraron a destiempo. Yo dejé que sus ojos
me abrumaran de insistencias, dejé que su boca me mordiera de silencios la
brevedad de su paso canyenguero, dejé que me disolviera en el hastío feroz de esperarla
en otra piel que no fue la suya. Pero volveré a pensarla ahora que llueve hasta
romperla otra vez con mis ternuras en esa locura
confusa que florece entre la mustia vanidad de ser el otro en su perfil pensativo
y en el delicado rosado nacarado de sus uñas bien pintadas. Ella se dejó arrastrar
por mi oleaje a las tórridas arenas de una playa prohibida, dejó incitadas las
semillas para que brotaran lluviosos en altas floraciones y dejó esas brasas ciegas
bajo la delgada capa de cenizas del tiempo que me queman cada vez que las remuevo,
me ocultó en su perfecta memoria, alejado del tumulto pero cautivo en la fiera
nostalgia de nuestro ayer para que quizá un día o una noche, de tanto en tanto,
nos encontremos en el mismo sueño, y eso no sea pecado sino una feliz
coincidencia. Llueve como tangueando sobre los malvones podados sin una queja y
también sobre la magnolia que ya mojó la luna, con la misteriosa certidumbre de
que un día iremos a escribir nuestra propia leyenda en los charcos del barrio donde
nunca vivimos y dejar esas mismas callecitas anegadas de nosotros allá por las
oscuras honduras de los espejos de la lluvia.
Nota.- Estos textos
fueron surgiendo como antiguos pergaminos censurados de nombres y huellas, no
de sus intensos fervores, bajo el irreverente bandoneón del “Adiós Nonino” de Astor
Pantaleón Piazzolla, que nunca convenció a mi padre.
lunes, 2 de junio de 2014
LA DONCELLA EXTRAVIADA
Dio cariño, amor y fervor en un
juego enfermizo que no le hacia falta pues poseía el amor, el sexo, la vida misma.
Entre las magias sin pecados concebidas faltaron miradas, sobraron silencios,
no bastó el solo respirar y las manos apretadas. Prendada de una voz y de
imaginada tibieza. Desarmada, envenenadas y vencida. Un encuentro fresco de
dulces desatinos, a cuerpos vivos en dicha y aventura, caracoles, lagartijas y
colibríes dorados, y un despertar sin nada. Propios verbos de la celda rosa y
verde sublimada, de jardines en los sueños, de girasoles maduros y de duendes
mirones. Conoció sus límites, la inutilidad del verbo, la complejidad de sus
íntimas estructuras, lo ex profeso, y de pronto vislumbró el vicio. Inspiró
cantos de encantos y desencantos antes, durante y después del paso arrasador de
una siempre efímera sombra. Se detuvo ante el asombro del aterrorizante
celacanto, grandioso, majestuosamente egocéntrico, cruel e impiadoso que la
petrificó como sirena atrapada. Aceptó en silencio la lapidaria carta escrita
al galope desde el sendero de la huida. Detrás de los velos de humo no alcanzó
a dar otras señales. Fue entonces una polizonte silenciosa en un barco
extraviado, compartiendo el naufragio, la pérdida, la soledad cristalizada contra
un alto muro sin ventanas. En muy pocos días generó una conexión muy intensa,
innegable, de almas antiguas que vuelven a encontrarse, pero era una obviedad
también que ya no tenían posibilidad de sobrevivir al naufragio, habían
insoslayables diferencias agazapadas en los fangos originales. No podía quebrar
sus límites ni la bestia dejar de ser bestia. Eran imposibilidades. Fue el
demonio de sus últimos e inesperados insomnios. Hubo viajes y regresos de un
maldito perro apestoso que supo desde el primer mordisco baboso que en su
sangre estaba el don de un barroco intangible y quiso enviciarla en ese afán
corrupto y secreto, y también en otros vicios terrenales porque conjeturó en su
alma primitiva la intensidad de otras pasiones más oscuras. Y no fue así. Pero
siguió buscándola en los sueños, ahora con más timidez, más recato, menos
pasión y sin esas pequeñas perversiones colaterales, sin tocarla ni hablarle
para no hacer volar la delicada libélula que la habita, solo para seguir sus
huellas, para oler clandestino en su cercanía sus perfumes, de sándalo y
benjuí, para no naufragar, otra vez, y hundirse en las desesperaciones de sus
sutiles juegos de evanescentes coqueteos y para no volver a ser el demonio de
sus últimos e inesperados insomnios. Para no ser, una y otra vez, en ella.
miércoles, 21 de mayo de 2014
ATASCAMIENTOS
Alguien describe un arco algo desolado sobre
el pasto seco que dejó el estío, escribe encantamientos en el vaho del vidrio,
poemas breves sobre nombres que nada le significan, dibuja el otro lado del
otoño con las hojas secas y las piedras húmedas en las que perdura aun la
madrugada. Espera la lluvia para mañana hacia el anochecer. Cierra una puerta,
para siempre, del lado oscuro del aguacero le viene el canto de un gallo y
recuerda. Camina y recuerda. La quietud de una calle a contracrepúsculo, una
esquina desconocida cargada de misteriosas nostalgias, el color gastado de un
muro, le traen la memoria casi pérdida de algo que soñó pero que no recuerda
bien, solo posee fragmentos y leves sensaciones, quizá un rostro femenino
difuminado o borroso, el roce escondido de una mano, la complicidad del
silencio y las miradas de reojo, una tarde o un parque, o ambas imágenes, el
vaivén entre una delicada certeza y la vaga incertidumbre. El gris del poniente
atardecido, los nubarrones y el pequeño resplandor último y rojizo allá lejos
semejan el lento rasgueo de una guitarra ensimismada, la funeraria constatación
de una flor marchita, la promesa no cumplida de una rosa, aquella noche
prometida que se quedó traspapelada en los fervorosos trajines del desespero o
en la fría hondura del desengaño. Ese mismo alguien cruza la noche hasta el
recodo donde la lluvia se confirma repetida sobre el techo de zinc de la
infancia, desde el ciruelo, por las antiguas calles ripiadas del barrio, en el
nocturno de los trenes y los perros lejanos. Camina, sueña y recuerda. Conversa
con los que ya están muertos en los mismos lugares cotidianos donde le siguen
viviendo. Hubo una luna estarcida sobre el jardín, un ancho mundo ajeno, ciudades,
estatuas, rincones, pequeñas voces que irrumpieron en todos los cariños. El
arco se abre abarcando el pasado antes de él, la playa de arenas negras y el
ulte, el matadero y el obrero en bicicleta por la noche lluviosa, el legendario
abuelo infiel que inició la casta de los solitarios, la bisabuela que repitió
premonitoria los patronímicos de la raza. Llueve con viento en la instancia
primordial de antiguas ceremonias hogareñas, otras mariposas, las dalias,
siempre las dalias convergiendo en la fugacidad del tiempo, otros pájaros, y el
ciruelo, siempre el ciruelo, y las rosas de antaño repetidas con la insistencia
del color y el perfume por las magias ancestrales de la Maga. Vale.
Imagen: Fotografía del autor, ahora, aquí.
Imagen: Fotografía del autor, ahora, aquí.
TENTATIVAS DE FUGAS
Le es preciso abandonar la realidad en
ciertos instantes, siempre efímeros, y dejarse llevar por la imaginación o la
pequeña locura del momento, entonces se aplica a los contornos y le desaparecen
los colores y los volúmenes, solo se enfoca en las formas, los bordes, las
siluetas, va así detectando los fractales escondidos en los objetos del día,
las repeticiones o las similitudes que de otra manera se pierden en la
consistencia tridimensional del entorno habitual. Una hoja de papel puede ser
una cuadro, una mesa o una caja de fósforos, un árbol una rama, una raíz o las cristalizaciones
de óxidos de manganeso sobre una caliza, son un rectángulo o un figura
dendrítica de innumerables posibilidades. Los espejos le esconden las minucias
del día en el reflejo mustio del azogue y dejan sin que se de cuanta de
reflejar la realidad contingente, no es raro que el rostro que ve sea el mismo de
ayer o el que será mañana. Un libro debe leerlo muchas veces porque intuye
(sabe) que algunas palabras cambian cada vez que lo cierra, o un verso
perfecciona una metáfora o se borra para eliminar un énfasis. En ciertas horas
lo que sucede se retrasa persistentemente y escucha el canto entre el follaje
cuando el ave ya ha volado, las palomas duermen en los campanarios mientras las
sigue viendo picotear las migajas en la calle. Todo es crepuscular o anochecido,
inserto en la luz apacible y silenciosa de un atardecer o un anochecer que
nunca termina de consumarse. Lo sucedido y los objetos, lo pensado y lo
imaginado entran en un eterno retorno, pero no como consecuencia de sucesivas
reencarnaciones sino como un bucle atrapante en el que las sensaciones son
reproducidas enlazadas en secuencia una vez tras otra generando una fingida y
rústica continuidad. Inmerso en una realidad diferente gira insomne atrapado en
el vórtice de un misterioso atractor efímero, virtual o imaginario, pleno de
visiones y asombros, llevado por las minucias de una poética insaciable que
surge del proceso iterativo en el juego barroco de las palabras. En ciertas
ocasiones permanece inmóvil inserto en la realidad ilusoria que proclama certero
y verosímil el budismo, sabe (intuye) en sus adentros que es verdad todo es
falso. Así, con íntima felicidad puede visitar a los que ya están muertos en
sus mismos lugares cotidianos donde siguen viviendo. En fin, todo esto ha de
ser parte de la primera de sus últimas demencias.
domingo, 27 de abril de 2014
OTOÑAL
Entro en el otoño cabizbajo, como siempre
melancólico, entro en sus laberintos de nostalgias humedecidas por la fina
garúa a recuperar involuntario como cada año las hojas secas que inundan la
memoria con sus variaciones sobre los amarillos, sus verdes desolados, sus
ocres matizados y sus rojos exultantes. Recupero aquí y allá restos de olvidos impensados,
pedazos de mustios recuerdos enterrados como semillas durmientes en mala
tierra, breves detalles de un rostro que quizá no fueron, un giro distinto en
el verbo de esa boca besada tantas veces o el cercano reflejo de mi cara en
unos ojos que la memoria inunda de nombres o lugares o fechas. Es la tarde
apacible de un abril en quietud diversa la que me disgrega como arena en el
pasado, en sus turbulencias y sus estragos, en el amor extendido, bruma, humo,
sobre la perfecta intimidad de los parques, en el vértice marino del rompeolas
y en un silencio de pájaros ateridos. Entra el otoño con su marea de nubes y
ventoleras, se llega arrastrando los restos de todos los naufragios, malamores,
desengaños, fugas cobardes y miedos a rendirse a la obviedad del cariño que me
entregaban equivocadas aquellas que hoy son lejanas cenizas. De oscuros
crepúsculos se va haciendo la noche, gira sin estrellas un cielo anegado, las
negras siluetas de los árboles deshojados asolan las calles buscándome en un
brevísimo arrebol descolorido que define allá por el poniente un resplandor
apagado por donde irá a verterse el tardío nocturno del sombrío ermitaño. Hay
una espera larga de lluvia que no llega, el crujido de los pasos que no di
sobre las hojas quebradizas dejan un eco reverberando entre las penas y los
preludios de la tristeza. Acometen tarderas las evocaciones de pasados
posibles, y me dejan pensando que sí lo fueron y ahora suceden en realidades
paralelas generando otras resonancias que ya irán a ser recuerdos en esta
vaguedad taciturna que va del estío al invierno. Un olor a sosiego escurre por
las calles solitarias dejando encendidos los faroles y cerrados los ventanales,
las piedras se van apagando en la sinuosidad cotidiana del otra vez otoño; la
gloria de su hojarasca y sus lloviznas, las uvas doradas de los pámpanos en el
parrón de la infancia, los rastrojos del manzanar al otro lado de los canales y
las zarzamoras con sus moras indecisas aún entre el negro dulce y el ácido rojo,
el ciruelo jugando a ser todo el otoño del patio. Vale.
viernes, 18 de abril de 2014
LUTO EN LAS MAGIAS DE LAS PALABRAS
Se enlutan los castaños que lloran ya la
lluvia triste de Macondo, te acordarás Aureliano cuando comenzamos a ver las piedras
como huevos prehistóricos y éramos jóvenes allá en la esquina del barrio aprendiendo
de nuevo a leer en cien años con la soledad de un mundo que no entendíamos y
fuimos inducidos por ese colombiano mágico a los pecados de la literatura de
los asombros y las maravillas liberada hasta el final de los tiempos de las
arcaicas y siúticas petulancias de los godos, y cada uno era un Aureliano o un
José Arcadio y todos nos soñábamos enamorados de Amaranta con su mano vendada o
los más románticos de Remedios la Bella y terminábamos muertos de desengaño por
Manuela Sánchez de mi perdición para siempre. Se nos fue el Tata Grande, el
maestro desaforado que arrasaba con su verbo en esplendor florecido allá en las
ciénagas por el otro lado de Riohacha, el reinventor de la América mustia de
los guajiros y las damas coloniales, de los ojos de perro azul y del mal amor
en los años de la peste. Se nos fueron con Él las putas tristes y la cándida
Eréndira, el ángel viejo atrapado en el barrial del gallinero y el patriarca
más solitario que el primer muerto, se llevó volando sobre las casa de barro y
cañabrava al coronel esperando y se quedó para siempre jamás Isabel viendo
llover como siempre llueve en septiembre Gerineldo no seas pendejo. Y fue ayer
su partida no anunciada, para que hoy viernes santo los gallinazos se metan por
los balcones de la casa y remuevan con sus alas el tiempo estancado en el
interior, y en la madrugada de la resurrección despertemos del letargo de la
pena con una tibia y tierna brisa de muerto grande de comprobada grandeza. Dejó
la vara alta muy alta, pero la puerta cancel abierta al plagio de las casas y
los espíritus, y deberemos en su honor y su gloria reescribir una y otra vez
con las mismas palabras la hojarasca en mala hora, las crónicas del rastro de
tu sangre en la nieve, o las diatribas contra los hombres sentados que se alquilan
para soñar sin vivir para contarla, porque no venía a decir un discurso sino a
vagar por los diccionarios maternos y las enciclopedias caseras como un náufrago
en su laberinto. Recordarás Aureliano con esta misma tristeza que en su verbo
babilónico conocimos el hielo, esperamos la muerte frente al pelotón de
fusilamiento y desciframos los textos donde todo lo escrito es irrepetible
desde siempre y para siempre porque los soñadores condenados a treinta y seis
mil quinientos días de soledad no tenemos, lo sabemos por Él, otra oportunidad
sobre la tierra. Vale.
jueves, 27 de marzo de 2014
SPLEEN DEL ULTIMO DIA
Se han vaciado las esencias del misterio, ya
nada sucede sino como repetición o monotonía, un reguero de revelaciones
inconclusas conduce a las ruinas del desasosiego, todo lo que se augura son
espumas o espigas, el azar ha develado la trama del caos y de las abiertas
posibilidades de que con el tiempo de su parte todo a la larga sucede, el
menoscabo de una voz que se consuma o se vierte, el lúdico entrampamiento en
los escollos de las nostalgias, la difusa consecuencia de un error que se
despliega frondoso y tardío, el solemne hastío que comienza a derramarse sobre
cualquier atardecer. Sobre la mesa un puñal, al fondo una silueta comienza a desdibujarse
en la pared bajo la luz de una lámpara que no existe. El concho del día va
dejando su borra decantada en el último rojo oscuro del crepúsculo, un silencio
de pájaros dormidos abarca ya la plenitud concreta y salvaje del nocturno. Se
intuye que algo se ha perdido, quizá algún destello reflejado en la ventana, un
gesto en el azogue del espejo cegado, cierta persistencia en la piel que aún no
se acomoda al olvido, un susurro que no alcanzamos a oír por el ruido incesante
de la lluvia que tampoco escuchamos, mínimos detalles del grande óleo donde
quedaron descritos a pincel los recuerdos. Una melancolía pequeñita como una
pena se va convirtiendo en una sostenida angustia marina de náufrago en la mar
de las sirenas dormidas. Antiguos perfumes de rosas escarchadas en la memoria
decretan el duelo, el rito funerario, la tumba o la ceniza. Desertan los lirios
y las magnolias, la textura fibrosa de la madera desgastada por los oleajes, y
el aroma de la tierra mojada o el pasto recién cortado. Una garúa triste se
extiende sobre los parques cercanos y sobre los bosques lejanos, un río ancho y
lento fluye en su inmanencia perpetua, continua. Corre la ventolera por los
campos desolados del estiaje cabalgando sobre las zarzamoras y los charcos,
sobre las arenas negras con sus ojos de ágatas u obsidianas, sobre el
tornasolado concheperla del tardo amanecer que despierta aterido. Canta tres
veces un gallo en la madrugada del tren de medianoche que va al sur sombrío
mientras los perros aúllan a la luna. Siempre
tuvo palabras o pálidos y pobres pedazos de amores sin usar, de grandes
vientos, trece veces estuvo por entrar a la muerte pero volvió, de
acostumbrado, decía (i).
(i) Velorio del solo. Juan Gelman
miércoles, 26 de marzo de 2014
FRUTILLAR
“El hecho estético
es un brusco milagro. No puede ser previsto.” Jorge Luis Borges, 1984.
Fui a por tu boca latiendo en tu saliva, fui
por el otoño inicial en ese sur con sus tintineantes amarillos incipientes y
sus verdes tardíos, habité los cimientos de un sueño vasto y posible construido
en absurda paradoxa sobre la ruinas de otro sueño igual de vasto pero que fue
imposible. (Yo me dormía vivo dentro de tu boca esperando tus besos desde
adentro). Hacía abajo tirando para el lago se desplegaba un hermoso desperdicio
de florcitas amarillas, chiquitas como una pena de amor o las nostalgias de
ciruelo en flor allá en la casa de la infancia. Hubo pastizales y hermosos
potreros vacíos con sus forrajes infinitos, bosques islas intocados de maderas
dormidas, coihueras antiquísimas, florecidos ulmos melíferos en una pequeña
selva valdiviana contenida en el cuenco de tu mano donde los pájaros visitaban
tus nostalgias sin rostro, tu mala suerte traicionera, tu desaparición
inevitable. Yo destrocé tus labios en esos pastos congelados que fueron forraje
dulce para mi hambre de silencio en los bosques encantados. (Tú por el borde
canto de la lluvia que ya viene y no me alcanza). Allí dormí tres noches entre
los primeros oros del otoño, cercado de pinos rojos y verdes, rodeando un
jardín de grama ballica, florcitas blancas y rosadas, pinos rastreros y un
gomero en la ventana. Tu fantasma abrumado en lejanía vagaba en el nocturno
entre antiguos muebles de caoba, entre cristales, platerías y plaqué. Entre
pulidas y barnizadas maderas de mañios o en las sonrosadas manzanas de la
chicha dulce y los negros hierros de las cárceles de los vinos envejecidos.
(Dejé que te afanaras en la búsqueda de mi boca incitando bajo la ternura ácida
de tu piel). En los pastajes los bolos albos y grandes como huevos de
dinosaurios (i), los campos del ganado blanquinegro u overo colorado pastando
en un mundo quieto y transparente con un oriente de aguas pintadas con acuarela
azul y un volcán dibujado. Sobre la mesita china la calesa de plata donde nos
quedamos esculpidos tomados de la mano, tú con tu escote de dama de abolengo y
yo con mi pañuelo al cuello de romántico poeta. (Besaría esa piel de tu escote
hasta despertar otra vez tus deseos). Por cierto, este texto no es tuyo, lo
tuyo es el milagro del destiempo, de la voz inconclusa, de la constancia y el
vértigo, de la volición compartida de los sueños frustrados y su intento.
(i) Paráfrasis de “a la orilla de un río de
aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes
como huevos prehistóricos.”. Cien Años de Soledad, Gabriel García Márquez.
miércoles, 12 de marzo de 2014
ORIGEN (Variante evolucionista)
“Vuestro pecado
abominable os prohíbe percibir mi esplendor... comenzó a decir. No lo
escucharon y lo atravesaron con lanzas”. El tintorero enmascarado Hákim de
Merv. Jorge Luis Borges.
En el principio creó los cielos y la tierra.
Y la tierra estaba sin orden y vacía. Había tinieblas sobre la faz del océano,
y el espíritu movía sobre la faz de las aguas. Entonces pensó en la luz, y fue
la luz. Vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas. Llamó a la
luz día, y a las tinieblas llamó noche. Y fue su primer día. Entonces pensó en
una bóveda en medio de las aguas, para que separe las aguas de las aguas, e
hizo la bóveda, y separó las aguas que están debajo de la bóveda, de las aguas
que están sobre la Bóveda. Y fue así. Llamó a la bóveda cielos. Y su segundo
día. Entonces pensó en reunir las aguas que están debajo del cielo en un solo
lugar, de modo que aparezca la parte seca. Y fue así. Llamó a la parte seca
tierra, y a la reunión de las aguas llamó mares; y vio que esto era bueno.
Después pensó que la tierra produzca hierba, plantas que den semilla y árboles
frutales que den fruto, según su especie, cuya semilla esté en él, sobre la
tierra. Y fue así. La tierra produjo hierba, plantas que dan semilla según su
especie, árboles frutales cuya semilla está en su fruto, según su especie. Y
vio que esto era bueno. Y fue su tercer día. Entonces pensó en que haya
lumbreras en la bóveda del cielo para distinguir el día de la noche, para
servir de señales, para las estaciones y para los días y los años. Así sirvan
de lumbreras para que alumbren la tierra desde la bóveda del cielo. Y fue así.
E hizo las dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor para dominar en el día, y
la lumbrera menor para dominar en la noche. Hizo también las estrellas. Las
puso en la bóveda del cielo para alumbrar sobre la tierra, para dominar en el
día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio que esto era
bueno. Y fue su cuarto día. Entonces pensó que produjeran las aguas
innumerables seres vivientes, y haya aves que vuelen sobre la tierra, en la
bóveda del cielo. Y grandes animales acuáticos, todos los seres vivientes que
se desplazan en las aguas, según su especie, y toda ave alada según su especie.
También pensó que la tierra produjera seres vivientes según su especie: ganado,
reptiles y animales de la tierra, según su especie. Luego pensó en hacer al
hombre a su imagen, conforme a su semejanza, y tuviera dominio sobre los peces
del mar, las aves del cielo, el ganado, y en toda la tierra, y sobre todo animal
que se desplaza sobre la tierra, que fueran hombre y mujer (i). Y la vida en la
Tierra comenzó a desarrollarse a partir de formas muy simples, surgiendo de
pequeñas moléculas que interactuaban entre ellas mediante ciclos de reacción Y
estas moléculas se encontraban en pequeñas y simples cápsulas semejantes a
membranas celulares que con el paso del tiempo fueron volviéndose cada vez más
complejas (ii). Y en esto pasaron dos largos y lentos días de dos mil millones
de años cada uno, el quinto y el sexto, entre el azar y el caos, afanados tejiendo
la vida solo con las variaciones genéticas y la selección natural. Así fueron
terminados los cielos y la tierra y todos sus habitantes. En su séptimo vio que
había terminado la obra que hizo y desapareció bruscamente para siempre. Y ese
fue su último día.
(i) Génesis, Capitulo I,
Versículo 1 a Capitulo II,
Versículo 4. Fragmento muy editado.
(ii) Teoría de los principios simples. “5
teorías del origen de la vida”. http://www.ojocientifico.com/
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