Se enlutan los castaños que lloran ya la
lluvia triste de Macondo, te acordarás Aureliano cuando comenzamos a ver las piedras
como huevos prehistóricos y éramos jóvenes allá en la esquina del barrio aprendiendo
de nuevo a leer en cien años con la soledad de un mundo que no entendíamos y
fuimos inducidos por ese colombiano mágico a los pecados de la literatura de
los asombros y las maravillas liberada hasta el final de los tiempos de las
arcaicas y siúticas petulancias de los godos, y cada uno era un Aureliano o un
José Arcadio y todos nos soñábamos enamorados de Amaranta con su mano vendada o
los más románticos de Remedios la Bella y terminábamos muertos de desengaño por
Manuela Sánchez de mi perdición para siempre. Se nos fue el Tata Grande, el
maestro desaforado que arrasaba con su verbo en esplendor florecido allá en las
ciénagas por el otro lado de Riohacha, el reinventor de la América mustia de
los guajiros y las damas coloniales, de los ojos de perro azul y del mal amor
en los años de la peste. Se nos fueron con Él las putas tristes y la cándida
Eréndira, el ángel viejo atrapado en el barrial del gallinero y el patriarca
más solitario que el primer muerto, se llevó volando sobre las casa de barro y
cañabrava al coronel esperando y se quedó para siempre jamás Isabel viendo
llover como siempre llueve en septiembre Gerineldo no seas pendejo. Y fue ayer
su partida no anunciada, para que hoy viernes santo los gallinazos se metan por
los balcones de la casa y remuevan con sus alas el tiempo estancado en el
interior, y en la madrugada de la resurrección despertemos del letargo de la
pena con una tibia y tierna brisa de muerto grande de comprobada grandeza. Dejó
la vara alta muy alta, pero la puerta cancel abierta al plagio de las casas y
los espíritus, y deberemos en su honor y su gloria reescribir una y otra vez
con las mismas palabras la hojarasca en mala hora, las crónicas del rastro de
tu sangre en la nieve, o las diatribas contra los hombres sentados que se alquilan
para soñar sin vivir para contarla, porque no venía a decir un discurso sino a
vagar por los diccionarios maternos y las enciclopedias caseras como un náufrago
en su laberinto. Recordarás Aureliano con esta misma tristeza que en su verbo
babilónico conocimos el hielo, esperamos la muerte frente al pelotón de
fusilamiento y desciframos los textos donde todo lo escrito es irrepetible
desde siempre y para siempre porque los soñadores condenados a treinta y seis
mil quinientos días de soledad no tenemos, lo sabemos por Él, otra oportunidad
sobre la tierra. Vale.
viernes, 18 de abril de 2014
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Con usted, señor, compartimos algunos amores, recuerdos y coincidencias en gusto por la literatura, me ha gustado mucho su homenaje, un tributo merecido al gran colombiano orgullo de toda latino-américa. Recuerdo que mientras leía cien años de soledad, iba anotando el nombre de los personajes de las distintas décadas para no enredarme y tener que volver a páginas anteriores.Felicitaciones, amigo y gracias.
ResponderEliminar