domingo, 20 de septiembre de 2015

HOMBRE DE CARNAVAL


“y el que lo vio da testimonio”. Juan 19:35

Se vino rastrojeando los concho en el barrial y en los remolinos y se fue por el empedrado y los charcos, navegante ensimismado, fue pescador y lobero (i), cetrero crepuscular y domador de endriagos, dejó el fandango titilando en las esquinas y las luces de los faroles se iban haciendo cada vez más lejanas después que el guitarreo cojeara y la murga, la jarana y la cumbiamba amanecieran durmiendo entre los borrachos de la madrugada. Vendía locuras de a peso en los callejones atardecidos haciendo hora para liberar a sus nocturnos vuelos las mustias palomas de sus míseros poemas, hosco como un farero, renegado o carcelario, pasajero inhabitante urdía sus derrotas con la sabiduría de aquel al que no le importa perder porque sabe que no se pueden ganar todas las manos. Desolado en multitudes, precursor de pequeñas nimiedades, harto de los días y los años, poeta en descampado, minimalista. Sobrio en las miserias, de mentiras arquitecto o constructor, veraz en los patios y los arcones, intranquilo. Soñador inconcluso, áspero de trato ajeno, amigo siempre de unos pocos, de joven Capitán de las nubes, de viejo cínico pontonero, desde siempre mero observador. Burdo editor a contrapelo, perfecto en la quietud y el asombro, tacaño de pesadillas y esplendores, triste y alegre en sucesivo, y desde ahora cansado y ausente. Trasgresor apenas de límites cercanos, habitual, gris, transparente a ojos vistas, lejano de tumultos y corazón al menudeo, rutinario. Utópico con pasaporte y residencia, sobretodo solitario y silencioso, necesariamente imperfecto de toda una vida pero muy racional en sus prejuicios, y por supuesto, cobarde comunista hasta la muerte (ii). Aunque por ahora nostálgico marxista acongojado. Asumió temprano sus orígenes, las miserias de los días y los desengaños de los años, siempre semillero al tanteo sembró pocas semillas para no perder tiempo en vanas cosechas o en inútiles palabrajes, su sobria mitología era poco concurrida por unos pocos dioses de barro demasiado humanos como para incidir en majestosos milagros o en asombrosos azares de circo pobre. De Pichicuy o Zacatecas, quizá de Querétaro o del Buchupureo de allá por Cobquecura, siempre transitorio, inubicable, quien sabe si ni el lo sabe ni lo supo nunca, ni donde estaba ni para donde iba, solo tenía claro de donde venía. Titiritero de silencios y miradas insistentes para seducir por igual lejanas esfinges intocables que marchitas meretrices de barrio, dicharachero cuando la mascada se le venía sabrosona pero tristón pensativo de wisky y cigarrillos cuando se miraba cada fin de año las manos vacías.

(i) El Lobo Chilote. Héctor Pavez. 1967.
(ii) Leve Autorretrato (Tempera sobre cartón). R. D. Ramírez R. 2004.


viernes, 11 de septiembre de 2015

ELLA EN EL DESTIEMPO


Hay un nombre establecido en la simiente, un cierto sabor a cenizas y a sal, un eco maternal que se viene por el atardecer como perdido en el silencio, el rumor puro de la lluvia sobre el techo de zinc, la primavera soleada de los diciembres sobre las dalias y los nardos, un olor a tierra quemada. Como si fuera un vicio de mi nostalgia por ella imperecedera amaneció con la misma leve llovizna de ayer y anteayer, esa garúa finita que humedecía los rosales para que lagrimearan por ella. Y me dejo dormir acurrucado allá por lo suyo, adicto vorazmente a su inasistencia. Siempre busco su imagen en la filigrana del bosque, y a veces la encuentro escondida en los verdores atávicos de la primavera que no alcanzó a tocarla, entonces me voy buscando la tersura de su mano sobre la mía y me extravío entre derrumbes u hojarasca, otoño siempre de por medio. Caerán uno a uno los velados tormentos de la aciaga memoria, danzarán las mariposas sin nombre en el mediodía del bosque encantado, y ella resurgirá eterna y transparente por la magia de la palabra y el terrible hechizo de su ausencia. Solo el jardín que cultivaron sus manos puede contener todos los sueños, todos los susurros, todas las voces, todos los sonidos de ese mismo rumor y fragancia que me rompe y me atrapa y me naufraga y me rescata en lejanías que se disuelven en esas distancias que otras voces secretas niegan en la búsqueda ciega de justificar la cercanía imposible, de oír aunque sea el eco de su voz por el patio del horno de pan, o antes, cuando el maíz de las estirpes. Y me sueño niño en ese patio de tierra antigua, recorriendo su jardín, descubriendo los pájaros, los insectos, los colores de las piedras, me veo nocturno en su ámbito sereno aprendiendo a no tener miedo a la oscuridad, a reconocer el simple sabor del agua, a disgregarme en el perfume total de la primavera y a leer los fragmentos de su silencio en las hojas amarillas, rojas, ocres, que me legaron aquellos otoños apacibles antes de las lluvias torrenciales de aquellos inviernos en la casa de esa infancia donde era posible vivir los días de las penas ligeras. En el intento hay un sabor a ciruelas maduradas en el ciruelo, y un olor a anochecer de primavera florecida en madreselvas, pero ella no está.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

ORBITACIONES INCONCLUSAS


El universo -recitaba el enano como si estuviera en una habitación hexagonal y blanca, acariciando un pelícano atragantado con un salmón coleante- es obra de un dios apresurado y torpe. Maitreya, Severo Sarduy

Un arcángel desvestido entre el púrpura de los lirios canta el Ángelus mientras los escarabajos roen sus huesos descarnados, es el presente hirviendo en el hierro oxidado de la bisagra del tiempo, el pasado son nácares de caracoles vacíos y el futuro es pasto nuevo que apenas se asoma en la tierra húmeda, sin sentido, sin geografía, solo el ulular de esa voz entristecida lamenta el equinoccio que se aproxima subterráneo y fatal. Un cerrojo niega una puerta de antiguas maderas y clavos vencidos por la herrumbre y por la voracidad de las lluvias del destiempo, la melancolía hiere con los últimos desencantos y se sabe que nada volverá a ser lo mismo. Todas eran ella, las que dejaron su impronta como una cicatriz que no duró más de tres días, las que usufructuaron del mito sin entender que no eran ellas sino otro rostro y otro cuerpo imposible tendido en un lecho prohibido, las que no fueron más que siluetas táctiles a ojos cerrados retardando la consumación premonitoria del oráculo tebano, la ceguera como castigo no cumplido y el delirio, el arrebato, el pecado y el infinito camino por las penumbras del deseo, el perfume extraviado de los nardos, la visión irrecuperable, la hendija y la mano, el retorno al útero, el ansioso regreso al seno primordial, la perdida sensación de la convergencia de la boca en el pezón ya imposible, los laberintos que describió el austriaco genial que interpretó los sueños de esa noche, la más oscura que todas. Eras más mía mientras más invierno, ebrio de esperanzas en esos besos tuyos guardados yo sembraba en ti la misma esperanza de estar un día frente a frente, más temprano que tarde, y darnos la mano, mirarnos a los ojos, sonreírnos, mientras bebíamos un café y charlábamos de los asombros de ese día preciso. Me encantaba provocarte emociones, ternuras, amor, celos, furias, odios, deseos, cariños, no importa cuales fueran, solo necesitaba inquietarte, saber que te tocaba, sí, eso... que tocaba esas fibra escondidas, secretas, que ocultas bajo la almohada hasta que apagas la luz y me buscas en la penumbra, cuando dejas de ser la reina de tus lares y eres la doncella soñadora que espera ansiosa y estremecida al demonio inquietante que vendrá a robarte la noche, sí, eso, tocarte... con manos santas y con besitos arrastraditos por tus comarcas como si alguien no existiera y mi tormento tampoco. No sé si será o no, quien sabe lo que pasará mañana si ni siquiera podemos predecir lo que sucederá esta tarde. Solo que el día era muy soleado, primaveral, y de pronto a mediodía en medio del bosque sentí algo, no sé bien qué, como un hálito perfumado, una presencia pequeñita entre el musgo verde y el ocre de las hojas secas y te busqué por todos lados tal como te he buscado en los parques de los sueños, y quise dejar acá escrito a mano trémula el trazado indescifrable de mi búsqueda insensata.