“El individuo efímero, perdido en la jungla
inextricable de los reflejos y los responsos, recibe durante un instante la
impresión (o la ilusión) de entrever la topología del laberinto”
Approches de l’imaginaire. Roger Caillois, 1975.
El
contracrepúsculo de los destierros inmóviles, las libélulas extraviadas en las
umbrías copas de los árboles, el canto de las aguas en las bajantes
perentorias, la delicada e indescriptible sensación que antecede a la lluvia o
a las frescas noches del verano, la reverberación del pasto bajo una brisa
continúa y leve, persistente en su desarmada oquedad eólica, los ojos brujos de
una mujer inmortal o aquel rictus como un dejo de hastío que le besaba la boca
cuando no me miraba, el violeta difuso de los jacarandaes agonizando de estío,
lo que imaginamos que soñamos, la pequeña soledad de una calle en la madrugada
con su garúa y sus palomas desquiciadas, el esplendor de las rosas mustias cuando
se van convirtiendo en papel reseco, en palimpsestos indescifrables, aferradas
con esmero a sus hermosas brevedades primaverales, las huellas evanescentes de
la vagancia entre el asombro y el éxtasis por los tejados de los pueblos
abandonados, por las acequias de los barquitos de la niñez, por la esquina
donde la maga se incrustó en los huesos con su metal de silencio, y por la miel
incorruptible de cierta noche en que se me fue convirtiendo en esfinge, la zarza
ardiendo en el otro desierto (y no fui digno de la revelación), el despliegue
del humo de la hoguera que me consume, el vino agrio del castigo, y el vino
dulce de la consumación, la muerte quieta, sosegada, acechando con su guadaña y
su ábaco, el libro de las constelaciones y de los espejismos, los laberintos
que construyen las hormigas y los que arrastran los caracoles, el tan lejano
perfume de las azucenas y el irrecuperable verde furioso de la calas, la
luminiscencia de las luciérnagas y las noctilucas separadas por el tiempo y la
distancia pero que convergieron en la misma fascinación ante su prodigio
irreal, el aroma reverente del incienso y los cánticos de un diciembre que
sigue sucediendo, la voluptuosidad decantada en una piel que se dejó acariciar
solo para marcar a hierro su recuerdo, el rasgado de las vestiduras en la
certeza de la imposibilidad del amor, las amapolas y los gladiolos y las dalias
que fosforecen en sus colores cada vez que sueño un jardín, la gran morera de
la casona cuando niño con mi padre, la tierra magra de arenas y caliches, de
las retorcidas ágatas desesperadas, de los sílices de improbables puñales, del
destierro donde iban a morir todos los crepúsculos.
Imagen: “Insectario”. De la serie Herrumbres, 2011.
Instalación y fotografía del autor.