Se han vaciado las esencias del misterio, ya
nada sucede sino como repetición o monotonía, un reguero de revelaciones
inconclusas conduce a las ruinas del desasosiego, todo lo que se augura son
espumas o espigas, el azar ha develado la trama del caos y de las abiertas
posibilidades de que con el tiempo de su parte todo a la larga sucede, el
menoscabo de una voz que se consuma o se vierte, el lúdico entrampamiento en
los escollos de las nostalgias, la difusa consecuencia de un error que se
despliega frondoso y tardío, el solemne hastío que comienza a derramarse sobre
cualquier atardecer. Sobre la mesa un puñal, al fondo una silueta comienza a desdibujarse
en la pared bajo la luz de una lámpara que no existe. El concho del día va
dejando su borra decantada en el último rojo oscuro del crepúsculo, un silencio
de pájaros dormidos abarca ya la plenitud concreta y salvaje del nocturno. Se
intuye que algo se ha perdido, quizá algún destello reflejado en la ventana, un
gesto en el azogue del espejo cegado, cierta persistencia en la piel que aún no
se acomoda al olvido, un susurro que no alcanzamos a oír por el ruido incesante
de la lluvia que tampoco escuchamos, mínimos detalles del grande óleo donde
quedaron descritos a pincel los recuerdos. Una melancolía pequeñita como una
pena se va convirtiendo en una sostenida angustia marina de náufrago en la mar
de las sirenas dormidas. Antiguos perfumes de rosas escarchadas en la memoria
decretan el duelo, el rito funerario, la tumba o la ceniza. Desertan los lirios
y las magnolias, la textura fibrosa de la madera desgastada por los oleajes, y
el aroma de la tierra mojada o el pasto recién cortado. Una garúa triste se
extiende sobre los parques cercanos y sobre los bosques lejanos, un río ancho y
lento fluye en su inmanencia perpetua, continua. Corre la ventolera por los
campos desolados del estiaje cabalgando sobre las zarzamoras y los charcos,
sobre las arenas negras con sus ojos de ágatas u obsidianas, sobre el
tornasolado concheperla del tardo amanecer que despierta aterido. Canta tres
veces un gallo en la madrugada del tren de medianoche que va al sur sombrío
mientras los perros aúllan a la luna. Siempre
tuvo palabras o pálidos y pobres pedazos de amores sin usar, de grandes
vientos, trece veces estuvo por entrar a la muerte pero volvió, de
acostumbrado, decía (i).
(i) Velorio del solo. Juan Gelman
Excelente estado melancólico entregas ,mi estimado amigo, frente al leit motiv de tu texto...te cuento que en la web hay un blog dedicado a Juan Gelman y que estarían encantados de recibir tu creación...te dejo el link
ResponderEliminarhttp://www.juangelman.net/2011/08/25/velorio-del-solo-1961/