Al último Maestro
sevillano, con humilde respeto
“Si no me engaño,
usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún
trabajo mío.” A Leopoldo Lugones. Jorge Luis Borges, El Hacedor (1960).
Yo dividí los nombres aduciendo causas y
nociones, la tarde se dormía en sus iridios, en un crepúsculo somero, en un
tornasolado sin retorno, en un girasol detenido, acudían los pájaros en sus
vuelos de otoño, de altos cristales enternecidos. El arrebol iba escribiendo
los nombres acerados, deshojaba los libros secretos y blandía furioso su
alfanje lunar, habitaba los rastrojos, se escondía en las santerías y los
mentideros, asolaba los verbos y los adverbios como un arcángel vengador que
solo sucumbía a los estragos del nocturno y al álgebra inverosímil de los sobreadjetivados
adjetivos. Translúcidas libélulas danzaban sobre el espejo de las aguas
reflejadas, sobre rosados nenúfares florecidos y rojos peces dormidos, una
brisa jugueteaba en los sauces columpiando las cigarras que cantaban los
arpegios en fanfarria de su oculto carnaval. Y es una melodía tan fresca, tan bonita, y tan transparente que es como
si aquí no hubiese sucedido nunca nada (i). Y vino el silencio de la voz
incontenida, la desaparición de sus asombros y sus imaginarios, de su
iridiscente verbalia gongorina, mudo y sumido en la voracidad del pez de
catacumbas. Lo que no lograron los mediocres inquisidores, los menos y los
faltos, los miserables que medran en las grietas de pacatas censuras, lo pudo el
azar de un pavoroso torrente desviado. Ardua su medianoche fue cristalizando
los miedos en los azulejos transgresores, la mitad del tiempo se diluyó
siguiendo las huellas de las salamandras en la pared de la celda cegada, un
perfume de orquídeas negras lo llamaba desde sus adentros misteriosos. En la
catedral del insomnio oraban por su alma desaforada un nazi, un alíen y un
pianista, vestidos de galas medievales como para velar las armas del insigne caballero,
esperaban el amanecer en un mar sin horizonte donde pululaban las salvajes gaviotas.
Volverá, se dijo en las cárcavas y los cañaverales, y se corrió la voz entre
los proxenetas y los asiduos a la bohemia de tugurios de mala muerte, a los
escondrijos de penumbras viciosas, a las calles donde todo sucede. Y si no
vuelve quedarán sus voces enquistadas en los barrocos derramados de los que
convergieron en la sooolitaria [sic] huella
del adelantado con non sancta envidia y con la sacrílega admiración desarmada de
los meros aprendices. La cimitarra sajaba las vidrieras sobre el canto frío del
destierro y dividía los nombres en sus cuarzos, repitiendo para la pequeña posteridad
sevillana el eco codificado de sus primeras palabras: Ahora obviamente hay que crear un universo de plantas extrañas con
flores enigmáticas tanto o más exóticas de lo que es ya de por sí naturaleza. Y
finalmente poner un gran tesoro de infinitos y rabiosos rubíes (ii). Vale.
(i) La Jaula Espacial. Francisco Antonio Ruiz
Caballero. Enero 13, 2014.
(ii) Pequeño Relato de Fantasía. Antonio
Ruiz Caballero. Enero 4, 2006.
Entiendo su admiración por el maestro, pero paciencia, seguro volverá a dejarnos de nuevo sus escritos. Un gusto leerle.
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