martes, 11 de marzo de 2014

INVALIDACIONES


“y saldrán mis raíces / a buscar otra tierra.” Si tú me olvidas. Los versos del Capitán. Las Furias. Pablo Neruda

Dejó la marca sobre el agua remarcada infinitas veces, la huella sobre antiguas y repetidas pisadas, breves vestigios indistinguibles, soterradas ruinas de un imperio efímero, un pequeño vacío de corto intervalo, una mínima oquedad donde las arenas ya instalaron el olvido, un silencio concentrado en menos de una sola hora, las perturbadoras emociones del asedio equivocado, fisuras, grietas y trizaduras, una brusca deslealtad de amor desvencijado con su puñal, su antifaz y su herida, una ausencia bien llevada si los astros son benignos o las musas desprejuiciadas, una tristeza diluida en la voracidad de la memoria. Pero no era ella. Se llevó los recatos contenidos, un pudor inverosímil, y un juego de velos y tules incitantes, el esperado día de los peces y los pájaros, el color del fondo de la copa de vino, la posible inspiración de las tardes que venían, la continua sensación de una cercanía que nunca se alcanzaba, la húmeda intensidad de los crepúsculos interiores, las incertidumbres del paraíso vedado y la certeza del alto muro infranqueable, la inquisición con su hoguera y su suplicios, la censura ingenua, el secretismo vergonzoso y una complicidad que nunca cuajó más allá de las palabras. Y no era ella. Dejó un castillo abandonado con los goznes herrumbrados, el foso seco, y unos barcos a la deriva buscando un puerto que jamás volverán a encontrar, una esquina entre río y batalla donde siempre es noche conturbada, un vaso a medio llenar con ron de caña, hierbabuena y hielo muerto, poco repetidas lluvias imaginarias y un viaje suspendido a una desconocida playa solitaria, la amistad siempre cercada por acosadoras sensualidades y por los acechos de un fauno insoportable, las mañanas vacías con el verbo burbujeante, la extraña afinidad de las crueles diferencias y la rutina del espanto. Pero no era ella. Se llevó los árboles encandilados y el soborno de la virtud mal concebida, la flor estancada en su floración inminente y las palomas dormidas en los derruidos campanarios, las dalias y los nardos que no supo o no quiso entender, las treinta argénteas monedas, cierta quietud como de insomnio o de búsqueda concluida, las equivocaciones persistentes, los errores primitivos y los míticos horrores, el encanto y el desencanto, un dulce estío de punta a cabo, la otoñal persistencia de los ritos lunares, y sobretodo el inesperado engaño de dos rostros bajo una sola máscara. Y aun así, no era ella.

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