“y saldrán mis
raíces / a buscar otra tierra.” Si tú me olvidas. Los versos del Capitán. Las
Furias. Pablo Neruda
Dejó la marca sobre el agua remarcada
infinitas veces, la huella sobre antiguas y repetidas pisadas, breves vestigios
indistinguibles, soterradas ruinas de un imperio efímero, un pequeño vacío de
corto intervalo, una mínima oquedad donde las arenas ya instalaron el olvido,
un silencio concentrado en menos de una sola hora, las perturbadoras emociones
del asedio equivocado, fisuras, grietas y trizaduras, una brusca deslealtad de
amor desvencijado con su puñal, su antifaz y su herida, una ausencia bien
llevada si los astros son benignos o las musas desprejuiciadas, una tristeza
diluida en la voracidad de la memoria. Pero no era ella. Se llevó los recatos
contenidos, un pudor inverosímil, y un juego de velos y tules incitantes, el
esperado día de los peces y los pájaros, el color del fondo de la copa de vino,
la posible inspiración de las tardes que venían, la continua sensación de una
cercanía que nunca se alcanzaba, la húmeda intensidad de los crepúsculos
interiores, las incertidumbres del paraíso vedado y la certeza del alto muro
infranqueable, la inquisición con su hoguera y su suplicios, la censura
ingenua, el secretismo vergonzoso y una complicidad que nunca cuajó más allá de
las palabras. Y no era ella. Dejó un castillo abandonado con los goznes
herrumbrados, el foso seco, y unos barcos a la deriva buscando un puerto que
jamás volverán a encontrar, una esquina entre río y batalla donde siempre es
noche conturbada, un vaso a medio llenar con ron de caña, hierbabuena y hielo
muerto, poco repetidas lluvias imaginarias y un viaje suspendido a una
desconocida playa solitaria, la amistad siempre cercada por acosadoras
sensualidades y por los acechos de un fauno insoportable, las mañanas vacías
con el verbo burbujeante, la extraña afinidad de las crueles diferencias y la
rutina del espanto. Pero no era ella. Se llevó los árboles encandilados y el
soborno de la virtud mal concebida, la flor estancada en su floración inminente
y las palomas dormidas en los derruidos campanarios, las dalias y los nardos
que no supo o no quiso entender, las treinta argénteas monedas, cierta quietud
como de insomnio o de búsqueda concluida, las equivocaciones persistentes, los
errores primitivos y los míticos horrores, el encanto y el desencanto, un dulce
estío de punta a cabo, la otoñal persistencia de los ritos lunares, y sobretodo
el inesperado engaño de dos rostros bajo una sola máscara. Y aun así, no era
ella.
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