“El hecho estético
es un brusco milagro. No puede ser previsto.” Jorge Luis Borges, 1984.
Fui a por tu boca latiendo en tu saliva, fui
por el otoño inicial en ese sur con sus tintineantes amarillos incipientes y
sus verdes tardíos, habité los cimientos de un sueño vasto y posible construido
en absurda paradoxa sobre la ruinas de otro sueño igual de vasto pero que fue
imposible. (Yo me dormía vivo dentro de tu boca esperando tus besos desde
adentro). Hacía abajo tirando para el lago se desplegaba un hermoso desperdicio
de florcitas amarillas, chiquitas como una pena de amor o las nostalgias de
ciruelo en flor allá en la casa de la infancia. Hubo pastizales y hermosos
potreros vacíos con sus forrajes infinitos, bosques islas intocados de maderas
dormidas, coihueras antiquísimas, florecidos ulmos melíferos en una pequeña
selva valdiviana contenida en el cuenco de tu mano donde los pájaros visitaban
tus nostalgias sin rostro, tu mala suerte traicionera, tu desaparición
inevitable. Yo destrocé tus labios en esos pastos congelados que fueron forraje
dulce para mi hambre de silencio en los bosques encantados. (Tú por el borde
canto de la lluvia que ya viene y no me alcanza). Allí dormí tres noches entre
los primeros oros del otoño, cercado de pinos rojos y verdes, rodeando un
jardín de grama ballica, florcitas blancas y rosadas, pinos rastreros y un
gomero en la ventana. Tu fantasma abrumado en lejanía vagaba en el nocturno
entre antiguos muebles de caoba, entre cristales, platerías y plaqué. Entre
pulidas y barnizadas maderas de mañios o en las sonrosadas manzanas de la
chicha dulce y los negros hierros de las cárceles de los vinos envejecidos.
(Dejé que te afanaras en la búsqueda de mi boca incitando bajo la ternura ácida
de tu piel). En los pastajes los bolos albos y grandes como huevos de
dinosaurios (i), los campos del ganado blanquinegro u overo colorado pastando
en un mundo quieto y transparente con un oriente de aguas pintadas con acuarela
azul y un volcán dibujado. Sobre la mesita china la calesa de plata donde nos
quedamos esculpidos tomados de la mano, tú con tu escote de dama de abolengo y
yo con mi pañuelo al cuello de romántico poeta. (Besaría esa piel de tu escote
hasta despertar otra vez tus deseos). Por cierto, este texto no es tuyo, lo
tuyo es el milagro del destiempo, de la voz inconclusa, de la constancia y el
vértigo, de la volición compartida de los sueños frustrados y su intento.
(i) Paráfrasis de “a la orilla de un río de
aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes
como huevos prehistóricos.”. Cien Años de Soledad, Gabriel García Márquez.
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