Le es preciso abandonar la realidad en
ciertos instantes, siempre efímeros, y dejarse llevar por la imaginación o la
pequeña locura del momento, entonces se aplica a los contornos y le desaparecen
los colores y los volúmenes, solo se enfoca en las formas, los bordes, las
siluetas, va así detectando los fractales escondidos en los objetos del día,
las repeticiones o las similitudes que de otra manera se pierden en la
consistencia tridimensional del entorno habitual. Una hoja de papel puede ser
una cuadro, una mesa o una caja de fósforos, un árbol una rama, una raíz o las cristalizaciones
de óxidos de manganeso sobre una caliza, son un rectángulo o un figura
dendrítica de innumerables posibilidades. Los espejos le esconden las minucias
del día en el reflejo mustio del azogue y dejan sin que se de cuanta de
reflejar la realidad contingente, no es raro que el rostro que ve sea el mismo de
ayer o el que será mañana. Un libro debe leerlo muchas veces porque intuye
(sabe) que algunas palabras cambian cada vez que lo cierra, o un verso
perfecciona una metáfora o se borra para eliminar un énfasis. En ciertas horas
lo que sucede se retrasa persistentemente y escucha el canto entre el follaje
cuando el ave ya ha volado, las palomas duermen en los campanarios mientras las
sigue viendo picotear las migajas en la calle. Todo es crepuscular o anochecido,
inserto en la luz apacible y silenciosa de un atardecer o un anochecer que
nunca termina de consumarse. Lo sucedido y los objetos, lo pensado y lo
imaginado entran en un eterno retorno, pero no como consecuencia de sucesivas
reencarnaciones sino como un bucle atrapante en el que las sensaciones son
reproducidas enlazadas en secuencia una vez tras otra generando una fingida y
rústica continuidad. Inmerso en una realidad diferente gira insomne atrapado en
el vórtice de un misterioso atractor efímero, virtual o imaginario, pleno de
visiones y asombros, llevado por las minucias de una poética insaciable que
surge del proceso iterativo en el juego barroco de las palabras. En ciertas
ocasiones permanece inmóvil inserto en la realidad ilusoria que proclama certero
y verosímil el budismo, sabe (intuye) en sus adentros que es verdad todo es
falso. Así, con íntima felicidad puede visitar a los que ya están muertos en
sus mismos lugares cotidianos donde siguen viviendo. En fin, todo esto ha de
ser parte de la primera de sus últimas demencias.
miércoles, 21 de mayo de 2014
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