miércoles, 21 de mayo de 2014

ATASCAMIENTOS


Alguien describe un arco algo desolado sobre el pasto seco que dejó el estío, escribe encantamientos en el vaho del vidrio, poemas breves sobre nombres que nada le significan, dibuja el otro lado del otoño con las hojas secas y las piedras húmedas en las que perdura aun la madrugada. Espera la lluvia para mañana hacia el anochecer. Cierra una puerta, para siempre, del lado oscuro del aguacero le viene el canto de un gallo y recuerda. Camina y recuerda. La quietud de una calle a contracrepúsculo, una esquina desconocida cargada de misteriosas nostalgias, el color gastado de un muro, le traen la memoria casi pérdida de algo que soñó pero que no recuerda bien, solo posee fragmentos y leves sensaciones, quizá un rostro femenino difuminado o borroso, el roce escondido de una mano, la complicidad del silencio y las miradas de reojo, una tarde o un parque, o ambas imágenes, el vaivén entre una delicada certeza y la vaga incertidumbre. El gris del poniente atardecido, los nubarrones y el pequeño resplandor último y rojizo allá lejos semejan el lento rasgueo de una guitarra ensimismada, la funeraria constatación de una flor marchita, la promesa no cumplida de una rosa, aquella noche prometida que se quedó traspapelada en los fervorosos trajines del desespero o en la fría hondura del desengaño. Ese mismo alguien cruza la noche hasta el recodo donde la lluvia se confirma repetida sobre el techo de zinc de la infancia, desde el ciruelo, por las antiguas calles ripiadas del barrio, en el nocturno de los trenes y los perros lejanos. Camina, sueña y recuerda. Conversa con los que ya están muertos en los mismos lugares cotidianos donde le siguen viviendo. Hubo una luna estarcida sobre el jardín, un ancho mundo ajeno, ciudades, estatuas, rincones, pequeñas voces que irrumpieron en todos los cariños. El arco se abre abarcando el pasado antes de él, la playa de arenas negras y el ulte, el matadero y el obrero en bicicleta por la noche lluviosa, el legendario abuelo infiel que inició la casta de los solitarios, la bisabuela que repitió premonitoria los patronímicos de la raza. Llueve con viento en la instancia primordial de antiguas ceremonias hogareñas, otras mariposas, las dalias, siempre las dalias convergiendo en la fugacidad del tiempo, otros pájaros, y el ciruelo, siempre el ciruelo, y las rosas de antaño repetidas con la insistencia del color y el perfume por las magias ancestrales de la Maga. Vale.

Imagen: Fotografía del autor, ahora, aquí.

TENTATIVAS DE FUGAS

Le es preciso abandonar la realidad en ciertos instantes, siempre efímeros, y dejarse llevar por la imaginación o la pequeña locura del momento, entonces se aplica a los contornos y le desaparecen los colores y los volúmenes, solo se enfoca en las formas, los bordes, las siluetas, va así detectando los fractales escondidos en los objetos del día, las repeticiones o las similitudes que de otra manera se pierden en la consistencia tridimensional del entorno habitual. Una hoja de papel puede ser una cuadro, una mesa o una caja de fósforos, un árbol una rama, una raíz o las cristalizaciones de óxidos de manganeso sobre una caliza, son un rectángulo o un figura dendrítica de innumerables posibilidades. Los espejos le esconden las minucias del día en el reflejo mustio del azogue y dejan sin que se de cuanta de reflejar la realidad contingente, no es raro que el rostro que ve sea el mismo de ayer o el que será mañana. Un libro debe leerlo muchas veces porque intuye (sabe) que algunas palabras cambian cada vez que lo cierra, o un verso perfecciona una metáfora o se borra para eliminar un énfasis. En ciertas horas lo que sucede se retrasa persistentemente y escucha el canto entre el follaje cuando el ave ya ha volado, las palomas duermen en los campanarios mientras las sigue viendo picotear las migajas en la calle. Todo es crepuscular o anochecido, inserto en la luz apacible y silenciosa de un atardecer o un anochecer que nunca termina de consumarse. Lo sucedido y los objetos, lo pensado y lo imaginado entran en un eterno retorno, pero no como consecuencia de sucesivas reencarnaciones sino como un bucle atrapante en el que las sensaciones son reproducidas enlazadas en secuencia una vez tras otra generando una fingida y rústica continuidad. Inmerso en una realidad diferente gira insomne atrapado en el vórtice de un misterioso atractor efímero, virtual o imaginario, pleno de visiones y asombros, llevado por las minucias de una poética insaciable que surge del proceso iterativo en el juego barroco de las palabras. En ciertas ocasiones permanece inmóvil inserto en la realidad ilusoria que proclama certero y verosímil el budismo, sabe (intuye) en sus adentros que es verdad todo es falso. Así, con íntima felicidad puede visitar a los que ya están muertos en sus mismos lugares cotidianos donde siguen viviendo. En fin, todo esto ha de ser parte de la primera de sus últimas demencias.