Alguien describe un arco algo desolado sobre
el pasto seco que dejó el estío, escribe encantamientos en el vaho del vidrio,
poemas breves sobre nombres que nada le significan, dibuja el otro lado del
otoño con las hojas secas y las piedras húmedas en las que perdura aun la
madrugada. Espera la lluvia para mañana hacia el anochecer. Cierra una puerta,
para siempre, del lado oscuro del aguacero le viene el canto de un gallo y
recuerda. Camina y recuerda. La quietud de una calle a contracrepúsculo, una
esquina desconocida cargada de misteriosas nostalgias, el color gastado de un
muro, le traen la memoria casi pérdida de algo que soñó pero que no recuerda
bien, solo posee fragmentos y leves sensaciones, quizá un rostro femenino
difuminado o borroso, el roce escondido de una mano, la complicidad del
silencio y las miradas de reojo, una tarde o un parque, o ambas imágenes, el
vaivén entre una delicada certeza y la vaga incertidumbre. El gris del poniente
atardecido, los nubarrones y el pequeño resplandor último y rojizo allá lejos
semejan el lento rasgueo de una guitarra ensimismada, la funeraria constatación
de una flor marchita, la promesa no cumplida de una rosa, aquella noche
prometida que se quedó traspapelada en los fervorosos trajines del desespero o
en la fría hondura del desengaño. Ese mismo alguien cruza la noche hasta el
recodo donde la lluvia se confirma repetida sobre el techo de zinc de la
infancia, desde el ciruelo, por las antiguas calles ripiadas del barrio, en el
nocturno de los trenes y los perros lejanos. Camina, sueña y recuerda. Conversa
con los que ya están muertos en los mismos lugares cotidianos donde le siguen
viviendo. Hubo una luna estarcida sobre el jardín, un ancho mundo ajeno, ciudades,
estatuas, rincones, pequeñas voces que irrumpieron en todos los cariños. El
arco se abre abarcando el pasado antes de él, la playa de arenas negras y el
ulte, el matadero y el obrero en bicicleta por la noche lluviosa, el legendario
abuelo infiel que inició la casta de los solitarios, la bisabuela que repitió
premonitoria los patronímicos de la raza. Llueve con viento en la instancia
primordial de antiguas ceremonias hogareñas, otras mariposas, las dalias,
siempre las dalias convergiendo en la fugacidad del tiempo, otros pájaros, y el
ciruelo, siempre el ciruelo, y las rosas de antaño repetidas con la insistencia
del color y el perfume por las magias ancestrales de la Maga. Vale.
Imagen: Fotografía del autor, ahora, aquí.
Imagen: Fotografía del autor, ahora, aquí.