“Yo besaré la memoria de tus ojos taciturnos, para seguirte el poema
que a medio hacer me quedó”. Preludio para el año 3001, Horacio Ferrer.
La simulación del tiempo que se
desploma y se tiñe y rueda y se rompe derrumbado sobre los mustios abalorios de
la comparsa de los años podridos, allá por el bajo, arrimado a los juncales
entre garzas y camalotes, vos sabés. Rumbeando sin rumbo divago amargo por los
caminitos repasados hasta el cansancio, al revés, con las flores enterradas y
las raíces al sol, me farreó lo oscuro del nocturno sin alcanzar nunca la
madrugada que me deje arrimado a tu boca como a tiro de beso pero sin tocarte
para no deshacer el embrujo de tenerte cerca desarmada. Y te venís de asombro
envuelta en un tango de penumbras, esquineando por los yuyos, la baguada y el
zanjón, te venís por dentro calladita, contenida y mortal, te venís como en un
rectángulo, plaza, parque o callejón, que se achica cuando vas pisando la garúa
sobre el pasto herido de los hielos y las hojas que agonizan en sus ocres
otoñales te dejan pasar sin un suspiro para que te sientas reina de sus comarcas
desvencijadas. Del destartalado cajón de los recuerdos voy recuperando las alegres
lanas de colores de tu niñez, alas de mariposas que rozaron tu pelo, pétalos de
rosas con el perfume equivocado, un cenicero que habitó tu dormitorio y tus
insomnios, y un filoso trozo de cristal, lo demás son los papeles viejos donde te
iba escribiendo las obviedades y extrañezas de mis barrocos ilusorios, y las
piedrecitas azules que vos escondida guardabas en mi honor. El tiempo, ese
enemigo, dejó abierta la puerta para que de rebelde no te fueras tangueando por
los surcos del olvido y yo me quedara detrás del alto ventanal que da a los
finales de tu vida mirando ahogado de nostalgias la delicada resolana de tus
bravos desvaríos desvelado restaurando las misteriosas esencias de la herejía de
tu voz. Destripo la memoria de tu nombre hurgando por tus vocales o tus tristes
monosílabos, desato el aparejo pa’costear tu río de sueñera y de barro (i) yendo siempre a contraviento de
ventolera en ventolera, desafinando los cánticos nupciales de los jolgorios de
la última noche sin vos. Y mientras llega esa hora, que llegará, leo y releo
extraviado en las letras negras, pequeñitas y secretas de la tarjeta diminuta donde están tu nombre, tu
calle y tu desvelo (ii), buscando, qué importa si no estás, un rincón
parejo donde dormir la larga noche del destierro como el linyera borrado de los
conchos y de las borras, reseco, insoportable, despreciado y feliz.
(i) Fundación mítica de Buenos
Aires. Jorge Luis Borges
(ii) Objetos perdidos. Julio
Cortázar