Para A. (ella sabe quien…)
Huyo de tu voz que me enceguece los caminos por donde me extraviaba
para desaparecerme, que me santifica los rumbos y me enternece las estaciones,
me fugo hacia un silencio de piedras heridas y altos cañaverales y vuelvo a
encontrarla en las vertientes escondidas, en los acantilados donde los musgos
crecen escribiendo tu nombre, en los gaviotales atardecidos y en las pajareras
del mediodía, y es tu voz en su cadencia pagana la persiste en su salvaje
recurrencia de obsesión clandestina como una ventolera sobre los cuarzos de las
arenas que dormían esperando el polvo o la ceniza, y se repite eco entre el
ramaje del bosque, acude, desborda, exhala un perfume oscuro de yerbas
sagradas, de dalias eternas y de misteriosas amapolas, de una noche de evanescentes
madreselvas y del aquel ciruelo enarbolando su albo velamen en el negro
terciopelo de un nocturno adolescente que buscaba [sic] tu voz en los equivocados territorios de los amores niños o de
las pasiones que nunca alcanzaron el otoño. Huyo de tu voz que me inunda y me recorre, que me acaricia la piel más
profunda, y que me deja estremecido por la nostalgia crepuscular de esas las
dalias perdidas en el tiempo, y me deja ser niño otra vez y recuperar la
sensación de la cercanía de mi madre haciendo florecer las primaveras de mi
infancia, y tu estabas ahí con tu voz entre el silencio de las dalias, vestida
de ese blanco de perfecta musa imposible cantando con tu dulce sensualidad de
mariposa intocable. Huyo de tu voz por los laberintos desquiciados de mis
memorias que ya la poseían como escondida semilla subterránea entre los
herrumbres de otras voces que iban hilando la telaraña de tu voz que me
atraparía en este destiempo de invencible distancia, de océano de por medio, de
horas desplazadas por una astronomía que semeja el azar furioso del destino que
no quiso que fueran las mismas mañana o los mismas noches, porque tus madrugadas
aún son noches en mis comarcas adormecidas y los sueños no se reflejan en los
mismos espejos. Huyo de tu voz para seguir buscándola en los cristales de las
lluvias de la noche y en los colores de los peces sumergidos, pero ahora
sabiendo que te escondes en tus mariposas y tus flores, en las piedras foliadas
y en las gárgolas, en los vitrales de antiguas catedrales y también en algunas
tardes en los asombrosos dibujos de las nubes. Sé que sentirás que alguien te
piensa a lo largo del día, de los días, de los años venideros, y sé que sabrás
que soy yo embrujado (sin huida posible) aún por tu voz.