sábado, 19 de enero de 2013

INTIMIDAD DE PAISAJE


¡Oh dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir!
La escritura de Dios. El Aleph, Jorge Luis Borges, 1949.

La brisa lo dejaba a contramano como un santo pendiente, lo envolvía en un remolino de arrebatos y alturas de muchos verdes posibles, de blanca loca mariposa arrastrada por la turbulencia de un oleaje invisible, desvinculado en un azar de perro, entre los geranios quietos de un abandono mortecino cristalizado en esa misma opacidad lánguida de las tumbas abandonadas, congregado por los entramados y las urdimbres florecidas en la fijeza del estío. Entonces se inclinaba hacía ella y le bordoneaba en su oído su rezongo de linyera. No, son intentos búsquedas de nuevas formas de comunicación, de renovaciones vivificantes como cuando se incendian los bosques buscando el brote de los renovales, estremecimientos, intenciones, exploraciones, no hay nada de lo que dices supones intuyes, nada que vislumbrar si no lo lúdico, el juego amorosos de dos seres que se tocan reconociéndose, solo hay alegres divagaciones para no caer en aquellos tenues y eternos intersticios de sinrazón (i) que dijo aquel tu viejo poeta ciego, eso, juegos para concretizar nuestra realidad, confirmar la certeza del deseo, de esta cercanía de vos y yo de la que siempre desconfías, que te desespera porque la sientes tan real que te asusta, y entonces la niegas, la desesxistes, no, no es escape ni salida ni bostezo, es un pellizco para que te sobresaltes, te rías coqueta, juegues mi juego y te dejes seducir una y otra vez por todos mis yo, no, no se me acaban los verbos ni los adjetivos, nunca se me acabaran cuando estás cerca y te pienso, sé que puedo seguir conmoviéndote y emocionándote hasta que este maldito destino de mísero mortal me haga pronunciar por ultima vez la palabra de tu nombre como en ese sueño de Borges (ii), porque no hay día en que no nos extrañemos (niégalo!) vos a mí y yo a vos, madrugada mañana tarde y crepúsculo, y ni que decir en las noches de insomnios o las de sueños, o en las lluvias o en las rosas, no, no sabes, piensas equivocada, no son presiones, son tímidas invitaciones al juego del fuego, eso. Ella lo escuchaba sin sonrisa, con un mohín de incredulidad, haciéndose la reina y nada. La brisa lo dispersaba por el cañaveral, lo disgregaba en una arena húmeda que resistía aferrada a las piedras, a las cortezas cuarteadas, lo hundía en las oquedades muertas bajo cierta luna diurna que se emborronaba en un allá arriba de muy triste azul difuso.


Notas.-
(i) Nosotros hemos soñado el mundo, lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso.
Otras inquisiciones. Jorge Luis Borges, 1952.
(ii) "Sueño Soñado en Edimburgo"
Antes del alba soñé un sueño que me dejó abrumado y que trataré de ordenar.
Tus mayores te engendran. En la otra frontera de los desiertos hay unas aulas polvorientas o, si se quiere, unos depósitos polvorientos y en esas aulas o depósitos hay filas paralelas de pizarrones cuya longitud se mide por leguas o por leguas de leguas y en los que alguien ha trazado con tiza letras y números. Se ignora cuántos pizarrones hay en conjunto pero se entiende que son muchos y que algunos están abarrotados y otros casi vacíos. Las puertas de los muros son corredizas, a la manera del Japón, y están hechas de un metal oxidado. El edificio es circular, pero es tan enorme que desde afuera no se advierte la curvatura y lo que se ve es una recta. Los apretados pizarrones son más altos que un hombre y alcanzan hasta el cielo raso de yeso, que es blanquecino o gris. En el costado izquierdo del pizarrón hay primero palabras y después números. Las palabras se ordenan verticalmente, como en un diccionario. La primera es Aar, el nombre de un río. La siguen los guarismos arábigos, cuya cifra es indefinida pero seguramente no infinita. Indican el número preciso de veces que verás aquel río, el número preciso de veces que lo descubrirás en el mapa, el número preciso de veces que soñarás con él. La última palabra es Zwingli y queda muy lejos. En otro desmedido pizarrón está inscrita neverness y al lado de esa extraña palabra hay ahora una cifra. Todo el decurso de tu vida está en esos signos.
No hay un segundo que no esté royendo una serie.
Agotarás la cifra que corresponde al sabor del jengibre y seguirás viviendo. Agotarás la cifra que corresponde a la lisura del cristal y seguirás viviendo unos días. Agotarás la cifra de los latidos que te han sido fijados y entonces habrás muerto.
Los Conjurados. Jorge Luis Borges, 1985.





1 comentario:

  1. Con tus escritos se sueña, se vive ,se es feliz pero sobre todo yo aprendo mucho sobre como es posible escribir un texto gramaticalmente perfecto ( tecnica) y a la vez lleno de sentimientos ( espiritu).Gracias por tu calidad.

    ResponderEliminar