¡Oh dicha de entender, mayor que la de imaginar o la
de sentir!
La escritura de Dios. El Aleph, Jorge Luis Borges,
1949.
La brisa lo
dejaba a contramano como un santo pendiente, lo envolvía en un remolino de
arrebatos y alturas de muchos verdes posibles, de blanca loca mariposa
arrastrada por la turbulencia de un oleaje invisible, desvinculado en un azar
de perro, entre los geranios quietos de un abandono mortecino cristalizado en
esa misma opacidad lánguida de las tumbas abandonadas, congregado por los
entramados y las urdimbres florecidas en la fijeza del estío. Entonces se
inclinaba hacía ella y le bordoneaba en su oído su rezongo de linyera. No, son
intentos búsquedas de nuevas formas de comunicación, de renovaciones
vivificantes como cuando se incendian los bosques buscando el brote de los
renovales, estremecimientos, intenciones, exploraciones, no hay nada de lo que
dices supones intuyes, nada que vislumbrar si no lo lúdico, el juego amorosos
de dos seres que se tocan reconociéndose, solo hay alegres divagaciones para no
caer en aquellos tenues y eternos
intersticios de sinrazón (i) que dijo aquel tu viejo poeta ciego, eso,
juegos para concretizar nuestra realidad, confirmar la certeza del deseo, de
esta cercanía de vos y yo de la que siempre desconfías, que te desespera porque
la sientes tan real que te asusta, y entonces la niegas, la desesxistes, no, no
es escape ni salida ni bostezo, es un pellizco para que te sobresaltes, te rías
coqueta, juegues mi juego y te dejes seducir una y otra vez por todos mis yo,
no, no se me acaban los verbos ni los adjetivos, nunca se me acabaran cuando
estás cerca y te pienso, sé que puedo seguir conmoviéndote y emocionándote
hasta que este maldito destino de mísero mortal me haga pronunciar por ultima
vez la palabra de tu nombre como en ese sueño de Borges (ii), porque no hay día
en que no nos extrañemos (niégalo!) vos a mí y yo a vos, madrugada mañana tarde
y crepúsculo, y ni que decir en las noches de insomnios o las de sueños, o en
las lluvias o en las rosas, no, no sabes, piensas equivocada, no son presiones,
son tímidas invitaciones al juego del fuego, eso. Ella lo escuchaba sin
sonrisa, con un mohín de incredulidad, haciéndose la reina y nada. La brisa lo
dispersaba por el cañaveral, lo disgregaba en una arena húmeda que resistía
aferrada a las piedras, a las cortezas cuarteadas, lo hundía en las oquedades
muertas bajo cierta luna diurna que se emborronaba en un allá arriba de muy triste
azul difuso.
Notas.-
(i) Nosotros
hemos soñado el mundo, lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo
en el espacio y firme en el tiempo pero hemos consentido en su arquitectura
tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso.
Otras
inquisiciones. Jorge Luis Borges, 1952.
(ii) "Sueño
Soñado en Edimburgo"
Antes del alba
soñé un sueño que me dejó abrumado y que trataré de ordenar.
Tus mayores te
engendran. En la otra frontera de los desiertos hay unas aulas polvorientas o,
si se quiere, unos depósitos polvorientos y en esas aulas o depósitos hay filas
paralelas de pizarrones cuya longitud se mide por leguas o por leguas de leguas
y en los que alguien ha trazado con tiza letras y números. Se ignora cuántos
pizarrones hay en conjunto pero se entiende que son muchos y que algunos están
abarrotados y otros casi vacíos. Las puertas de los muros son corredizas, a la
manera del Japón, y están hechas de un metal oxidado. El edificio es circular,
pero es tan enorme que desde afuera no se advierte la curvatura y lo que se ve
es una recta. Los apretados pizarrones son más altos que un hombre y alcanzan
hasta el cielo raso de yeso, que es blanquecino o gris. En el costado izquierdo
del pizarrón hay primero palabras y después números. Las palabras se ordenan
verticalmente, como en un diccionario. La primera es Aar, el nombre de un río.
La siguen los guarismos arábigos, cuya cifra es indefinida pero seguramente no
infinita. Indican el número preciso de veces que verás aquel río, el número
preciso de veces que lo descubrirás en el mapa, el número preciso de veces que
soñarás con él. La última palabra es Zwingli y queda muy lejos. En otro
desmedido pizarrón está inscrita neverness
y al lado de esa extraña palabra hay ahora una cifra. Todo el decurso de tu
vida está en esos signos.
No hay un
segundo que no esté royendo una serie.
Agotarás la
cifra que corresponde al sabor del jengibre y seguirás viviendo. Agotarás la
cifra que corresponde a la lisura del cristal y seguirás viviendo unos días.
Agotarás la cifra de los latidos que te han sido fijados y entonces habrás
muerto.
Los Conjurados. Jorge
Luis Borges, 1985.
Con tus escritos se sueña, se vive ,se es feliz pero sobre todo yo aprendo mucho sobre como es posible escribir un texto gramaticalmente perfecto ( tecnica) y a la vez lleno de sentimientos ( espiritu).Gracias por tu calidad.
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