“Cántame una
canción/al oído y te pongo un cubata
Con una
condición:/que me dejes abierto el balcón de tus ojos de gata”
Y nos dieron las
diez. Joaquín Sabina, 1992.
Desde el espinal hacia la hondura sur de los
verdes y ocres desde la llovizna de queltehues y tiuques. Se aparece tu rostro
como en un sueño funerario, dormido o muerto, reseco aun bajo la lluvia, en el
vano de una puerta, en el crujido de unas piedras en la oquedad de su bosque. Te
me desapareces de las trizaduras de los espejos, de la callecitas, esas, del
mismo prodigio de tu voz alucinante. Hacia adentro en la hondura, en la bruma
que sube por el río buscando la trama de los bosques entristecidos de pájaros
escondidos en sus silencios entumecidos. El agua baja con sus hileras de blancos
pétalos de los arrayanes que aun permanecen en su otoño florido. Y el tiempo se
ramifica entre el follaje denso y verde, en el río de aguas lánguidas, en el
estero amparado en los cañales, en la quietud de las casitas dormidas en los
claros del bosque, en el mismo observador impaciente. El chucao grita oculto
siempre quien sabe donde. La mañana aun estila la lluvia de anoche. El día
amanece con la parsimonia vegetal de los ulmos hasta que se triza con la
algarabía elemental de los queltehues, otros. Allá arriba a pleno cielo se
inician los tiernos rubores de un sol ingenuo con un claro de azul por delante
y hoscos nubarrones cercándolos. Todos los verdes en todos sus posibles matices
se entremezclan en un paisaje instituido en su propio silencio. Sobre el frío,
el silencio y la lluvia se derraman las nostalgias azucaradas de lo que fue. Sobre
el río, la quietud y los bosques se vierten los recuerdos intocados de lo que
pudo haber sido. Todo es como un ayer no vivido, con la consistencia de un
recuerdo vago, inhóspito, con sabor a pena y perfumado de lenta tristeza. Allá
mañana, de vuelta, el otoño entra a bocanadas con sus amarillos estentóreos. El
sol en su deslave va enrojeciendo el muro implacable de tu boca. Será mañana. El
paisaje duda entre solearse alegre entre los cantos de los pájaros venideros o
enlluviarse convencido del fervor de los queltehues. El chucao se despide allá
abajo emboscado en el boscaje cerca del estero, una fina neblina arremete la
urdimbre cerrada del bosque, tímida, porque el sol ya amanece sonriente. Se
vienen burbujeando los amores por el río pero ya es la hora de los peces en la
concavidad de tus ojos instaurados. Madre! que me dueles tanto que no logro
entrar en la rutina de tu olvido. Te me desvaneces aun sin aparecer. Vale.
Viaje al Río
Llico, Mayo 2013.
Disfruto del paisaje mas con sus letras que con la foto....................Maestro
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