(Apuntes de viaje)
“mi destino por el río es derivar
desde el fondo del obraje maderero,
con el anhelo del agua que se va”
Canción Del Jangadero. Jaime Dávalos - Eduardo Falú
Hacia el bajo por la lluvia, la
llovizna y aguacero, entre róbalos y salmones, entre infinitos matices de
verdes. Orondos por el río ancho y lento, detenido, por las mareas, entre la
hojas de colores otoñales que arrastra la corriente, por las raíces de los
ulmos florecidos de espumas blancas y las rojas y violetas flores bailarinas de
las chilcas, por los pinos y los calafates. Navegando sobre las piedras
sumergidas y los naufragados troncos asomados, orillando por las arenas y los
pastos con los queltehues y las vacas. Por el vaho de la bruma amanecida, el
destello de la luna en su oriente, y el beso ardiente del sol en su altura. El
azul original y las nubes de blanco perfecto a los grises nubarrones. Soñadores
pescadores en el borde de la noche río arriba buscando el pozón en la maniobra
de boteros incipientes, en la bifurcación y los botes amarillos por allí donde
el oro se escondía en las terrazas y los bosques. El silencio vegetal de la
absoluta quietud y del abandono, de las casitas vacías con sus techos plateados
reflejando un cielo gris de altas nubes también detenidas en el suspenso frío
del día. La voz lejana y dulce de la Maga recordando que no hay paraíso sin
ella. La densidad amanecida del sosiego, de las decantaciones y del espejo del
río detenido repitiendo los bosques, el cielo nuboso, las vastas soledades de
su propia inundación. Río arriba, la vertiente y el canalón, el yeco y las
golondrinas rasgando las corrientes en sus rasantes vuelos alocados, los peces
ocultos en las aguas transparentes, la playa de arenas gruesas y los cuarzos
metamórficos. Los sumergidos troncos esperando la bajante, los esquistos sin
tiempo y allá en el bajo el estero de las ovejas y los bueyes. Los juncales y
los barquitos abandonados río abajo, más ancho y más dormido, de aguas rojizas
y albas garzas. Las varas de maderas trozadas esperando su viaje, el ulmo
iluminado de flores blancas incrustado en el boscaje oscuro y sombra. La barra
de arenas grises y conchales blancos donde el río desagua sus aguas y se
incrusta en un mar de furiosos oleajes espumosos. La marea sube dejando el río
quieto, detenido, y va dibujando lineales simetrías en sus breves acantilados
fluviales, sometidas a los hieráticos cormoranes y las juguetonas golondrinas
besando el espejo del agua que lleva pétalos y hojitas amarillas hasta antes
del otro canalón, el de los róbalos precoces. La última mañana, con su bruma húmeda
y el silencio detenido y abrumador que deja una nostalgia saturada de solitario
paisaje como si todos se hubieran ido y la vegetación asumiera una quietud
funeraria y otra vez salvaje.
Imagen: Fotografía del autor, Río Llico, Región de Los Lagos, Chile. Febrero
2015.
Muy bien captadas las emociones y las realidades que nos muestra la naturaleza en nuestro país. Hermosa prosa
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