¿Dónde, bajo qué luna te
sepultaste sagrada y sangrante en las arenas de tu propia voz? Fue crepúsculo
hundiéndose en tus rubores, tú lejana, perdida en los lodazales del destiempo,
apenas sugerida por las tardes que iban anegando las calles con el perfume de
las últimas rosas que tocaste, tus ojos como dormidos sin asombros ni penas, todo
sucedía sin ti, las mareas, las fases de la luna o las migraciones de las aves,
las sombras bajo los puentes, o el avance sigiloso de la herrumbre en los
clavos de los portalones de los monasterios, así fue sucediendo ausencia al
paso del otoño con tu nombre borrándose en los muros mientras florecían los
geranios sin esperarte y los grillos insistían en sus cantos funerarios
escondidos del invierno sin tu silueta habitando las lluvias. ¿Dónde, en qué mes sin plenilunio te despojaste de tu vetusta solemnidad y abriste un vacío en
las finas arcillas de tu imperio de pájaros silenciosos? Allí eras soberana y
soberbia en tu delicada consistencia de reina, como si todo te hubiera
pertenecido de antes, cuando aun no había noticias de tu nacimiento ni de tu
entronización en los reinos de las mariposas y las libélulas, habrá sido por
esos rumbos en que fuiste canonizada por los que te amaron sin alcanzar los
arpegios ni las nomenclaturas que solían dibujarte a contraluz sobre los
jardines del estío. ¿Dónde, sobre qué marasmo de las horas fue que perdió tu
estirpe las semillas de tus ojos dejando subterráneos los encantos suspendidos
en las magnolias y una tristeza de solitarios celacantos en los verbos que te
siguieron buscando? Tú en los cuarzos instalada, en su cristal deshabitada,
madreselva de su aroma atardecida, tú en los cántaros y los peces, piedra
espejo en la albas desplegadas de tu sonrisa oceánica, necesaria, tú en los
cafés y en los rastrojos del manzanar del otro lado del canal de las aguas
pardas, en las vidrieras y en el estropicio del otoño, sin los vidrios que
soportan los vitrales que ciegos dejan de sentirte carcomiendo los cimientos de
las antiguas catedrales, tú, que no hubiste acontecido sin los embrujos de la
cercanía insensata de tus manos sobre el vino o la miel, sin el trasiego de los
destierros y la penumbra de los eclipses, sin el nocturno aterido que dejaste
cuando quedaste inmóvil y sin tiempo contra los tristes arreboles. ¿Dónde tú?
que no percibo aun las ternuras en el fulgor de tu nombre.
jueves, 2 de abril de 2015
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Hermoso
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