“Dondequiera que estés te gustará saber que
te pude olvidar y no he querido...” Dondequiera que estés, Joan Manuel Serrat
“Ni la intimidad de tu frente clara como una
fiesta, ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña, ni la
sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios serán favor tan misterioso
como el mirar tu sueño implicado en la vigilia de mis brazos.” Amorosa
anticipación, Jorge Luis Borges
Miro para tu
rumbo y veo altas montañas nevadas y nubes de lluvia y tu silencio triste
anegado por una desolación sin palabras que se disuelve desvaídas dulzuras sin
nombre. Llueve allá y acá, como si estuviéramos juntos en el mismo sitio,
mirando llover por el mismo ventanal y ya fuera la hora de ese futuro perfecto
e imposible. Llueve intensamente, con frío y con viento, te pienso mientras tú
también me piensas, por eso aun hay rosas en el jardín del invierno y besos de
lluvia en nuestros labios distantes. Desde la lluvia un fragmento se encharca,
estila, en su ventolera esparce las hojas muertas en sus ocres presuntuosos, un
vaho húmedo como de silencio marino induce la añosa nostalgia de tantas lluvias
vividas en los recodos de los destinos invernales. El canto crepuscular de los
pájaros sobrevive en los espejos quietos de las pozas donde habitan serpientes
y endriagos, negras obsidianas y marchitas magnolias. Los pasos buscan ese
retorno a los tiempos idos sin saber si es posible el regreso, el vano intento
de recuperar afectos, sensaciones, aquel rincón del patio que poseía la esencia
de todo el invierno con sus lluvias y sus escarchas. Vuelve la casa con techo
de zinc, donde la lluvia tamborileaba estrepitosamente, y me asomo a mi
infancia, al jardín materno, con sus gladiolos, sus dalias, sus nardos, y la
lluvia se enternece y llora sus goterones desde los párpados de las hojas secas
que dejó el otoño. Es el agua de la noche lo que estila el nocturno en la gélida
trama del invierno, y esa cierta torpeza en las nostalgias cuando la lluvia va inundando
los pequeños rincones del jardín donde vimos, y veremos, gloriosas mariposas y
febriles abejas. Las calles son más anchas por la soledad y el silencio y la
lluvia, los caminantes son fantasma que trafican el púrpura de los lirios del
delirio envueltos en los celajes del día que se encharca lóbrego y cansado. Dejo
la sombra instaurada en la iridiscencia de las caracolas y en las breves
palabras que mienten los abalorios del suicidio, el misterioso sonido que
guardan las piedras en su eterna quietud y en su silencio ominoso, el aullido
del viento en la noche allá en la infancia de trenes y ladridos lejanos. Surge
nocturna la luna del plenilunio entre las altas brumas invernales, el frío
convierte en vaho las palabras, la escarcha espera entre los árboles deshojados
la congelada madrugada para desperdigar sus cristales de mínimos hielos. Ella
ha soñado toda la noche, se veía durmiendo desde un vértice del techo de la
habitación respirando agitada, pero al despertar no había podido recordar ni
una escena, ni una voz ni un color o siquiera un aroma a tierra mojada, tampoco
el solitario búho en el tejado esperando impasible y aterido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario