“Creo que la literatura está para cosas más complejas que sólo
contar historias. … La literatura está para ampliar las vivencias, que el
pensamiento se expanda y la imaginación pueda ser mayor y podamos sentir más.
Y, además, para darnos maneras de decir que nos permitan liberarnos de un
régimen del decir.” Marcelo Cohen
Alguien, como un pez atrapado en el fango entre las algas y los
negros roqueríos, explora el mundo en tanto niega la persistencia de su mísera
realidad convencional. Ciego navegante de alta mar adentro surca sus propios
oleajes en las tormentosas aguas de los desvelos que erosionan laboriosos la
vigilia, el mustio sosiego, la quietud santificada por el desdén. Habita la
palabra en sus engarces barrocos, sobreadjetiva, repite, recarga en excesos
ilógicos o abrumadores, busca los deslumbres sin asomos de fúnebres raciocinios.
Alguien explora más allá del encanto del desencanto de los abismos marinos
donde vagan absurdos e imposibles celacantos, descifra en sus nocturnos vacíos
palimpsestos y equivocados portulanos, iluso pretende la inalcanzable verdad de
todas las verdades, capturar la última noción de indiferencia del frío e
imperturbable Universo, el absoluto cristalizado, inmóvil, la inmensidad
inasible donde a la larga todo sucede porque el tiempo allí es infinito. Alguien
sostiene perfectas falacias para engañar la razón que lo infecta como un virus
inmortal, intenta así borrar los rastros de su íntimo calvario y las cicatrices
de todas sus inútiles victorias, la travesía del barro a la ceniza, los
intervalos de arena disgregada y de polvo disperso, suma cero. Alguien juega a
ser un dios indiferente dispersando pompas de jabón y vilanos de diente de león
en la brisa de la transcurrida primavera y en el viento desbordado del estío. Donde
el cauce previsto dejó las cárcavas como heridas sin sangrar en las pendientes de
las resecas lateritas, en los rojizos y en los ocres de su otoño terrestre,
aciago, intenso, antiguo como las piedras engarzadas en las sangrientas
arcillas. Donde los espejos mienten porque solo reflejan la máscara, el rostro
quieto de lo que no somos, la sonrisa mentida, los ojos que no miran porque ya
han visto todo, y solo repiten en sus pupilas el cansancio del que ha vagado
por los años siempre con rumbo equivocado. Donde las lluvias escriben con sus
grietas en el barro sus mensajes cuneiformes donde están los códigos perdidos
que permitirían descifrar los misteriosos ruidos del agua que rompen los
cántaros del desamparo. Donde alguien dejó la marca, la huella purulenta, el
tajo sangrando, los alelíes desesperados en la bruma de lo perdido y el desorden
del verano repartido en las lajas de cuarzo y los caracoles enterrados, y se
sumergió hecho sombra, digno e inmortal, como un pez atrapado en el fango.
Imagen: Saltarín del fango, Periophtalmus koelreuteri.
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