miércoles, 6 de octubre de 2010

BITACORA DEL NAVEGANTE IMAGINARIO

“…y bebíamos agua amarilla, podrida desde hacía ya muchos días, y comíamos ciertas pieles de buey (puestas sobre el mástil mayor con el fin de proteger las jarcias) durísimas a causa del sol, de la lluvia y del viento. Las dejábamos por cuatro o cinco días en el mar y luego poníamos un trozo sobre las brasas y así las comíamos, e incluso muchas veces probamos también aserrín de tabla.” Relazione del primo viaggio intorno al mondo. Antonio Pigafetta. Venecia, 1536.


Brújulas y sextantes. La horda de tártaros extraviados entre grifos e iguanas. Viajes, éxodos, periplos, hégiras, odiseas, traslaciones, travesías, son solo desoladas exploraciones en busca de nuevos soles, de otros orientes o de lejanos horizontes. Sobre las altas cúpulas doradas planean negros cuervos mientras una tortuga soporta el entero Universo. Mapas y portulanos dibujados con la precisión de un iluminado en las cenizas aun tibias de un cenicero en un oscuro y fétido tugurio en Mumbai. Plateados alevines voladores y el enigma de los imanes. Una cosmogonía de enanos invisibles que posee la misma simplicidad del péndulo de Foucault que demuestra la rotación de la tierra. Un brasero donde se quema el incienso en cínica adoración de falsos dioses. El equilibrio de las aguas de los océanos con sus alabardas de hierro-níquel de estrellas fugaces, sus iteraciones en el fermento mas profundo del légamo acumulado por centurias, milenios y eones con el resabio de continentes desaparecidos, naufragados, territorios tragados por sus mares en bíblicas hecatombes volcánicas. Cartografías erradas, las Terrae incognitae, inexistentes o mitológicas, Hiperbórea, más allá del viento del Norte, la Ultima Thule, más allá del mundo conocido, la Atlántida, más allá de los Pilares de Hércules y el gran continente Mu, más allá del gran mar oriental, el océano Pacífico, con su pirámide y sus ruinas sumergidas. Los oleajes y tormentas, ciclones, huracanes o tifones según sea donde. Las madreperlas y los nautilos, los corales y grandes cetáceos. Trasgos, duendes, druidas, traucos, miriápodos predadores en sus guaridas subterráneas ocultos y acechando a los tránsfugas de la urnas sagradas, y el cisquero que se usó para copiar en pergaminos de Pérgamo las raíces de todas las bromeliáceas del Nuevo Mundo. El moreno tegumento de las divinas princesas del Inga. El aljibe a cuya sombra se agazapaba Asterión. Los siringueros casi extintos de la Amazonia. Los abalorios, las ánforas, los demonios del alabastro, las esfinges aladas de Persia con cuerpo de león y cabeza humana, con sus tocados y sus cuernos triples que fungían como espíritus protectores del disco solar alado de Ahura Mazda, emblema de la dinastía Aqueménida. La circunnavegación Fernão de Magalhães, del levante al poniente en tres años y veintisiete días, con sus cinco naves, sus doscientos treinta y cuatro tripulantes, las catorce mil cuatrocientas leguas navegadas, y los dieciocho sobrevivientes que fueron en camisa y descalzos, con antorcha en mano a agradecer la gracia de vivir para contarlo a Santa María de la Victoria y a Santa María de la Antigua. Naos, carracas, galeones y carabelas navegando furtivos itinerarios. Vale.

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