Visión de dioses enclaustrados, vertiginosas alturas babelicas, vuelos y sobrevuelos, agua precipitándose al alto vacío en el Salto del Ángel, cóndores planeando indolentes en altas cordilleras nevadas, águilas y halcones fugaces, filosos y veloces, altos muy altos, envueltos en las nubes, por sobre los aguaceros y los relámpagos. Las luces pequeñitas de la ciudad allá abajo titilando en la negrura de terciopelo de la noche. La Torre Burj Khalifa o la columna de Marco Ulpio Trajano Emperador o la del Vizconde Nelson, primer Duque de Bronté. Vértigo de palomar en altos campanarios de altas catedrales. Vértigos de gárgolas asomadas en temerarias cornisas, altas arriba sobresalientes, grifos desaguando tejados, decorando desagües, ahuyentando brujas y demonios medievales, criaturas de piedra grotescas y espantosas. Barrancos y despeñaderos, farallones habitados de pájaros, de hierbas elevadas, de grietas y nidos. Ojos de gaviota ebria al borde del abismo con el mar, el oleaje y el roquerío allá abajo, bufando, devorando las pesadillas con el estruendo de rompeolas, de rompiente primigenia, bullicio de aves sobre las espumas, albatros y petreles, fardelas, arriba contra el cielo ilimitado. Vértigo de faro, iluminando escollos y crestas de olas, sobre un oscuro leviatán inmóvil. Vértigos de atalaya esperando, vigilando a los tártaros en medio de un desierto reverberante y desolado. Una V de gansos indicus contra el atardecer elevándose por encima de los Himalayas, o aquel solitario buitre griffon a once mil metros sobre costa de Marfil. Las chovas piquirrojas picoteando las cumbres del Everest o el majestuoso vuelo de cisnes negros a los ocho mil sobre las Hébridas. Precipicios hacia el centro de la tierra, derrumbaderos, escarpes, taludes resbalosos y mortales. Cúspides o ápices. Vértigos que hacen girar la pieza, la casa, la calle, el planeta y el universo como una galaxia terrorífica en medio de las náuseas, los vómitos, y el sudor. La caída vertical, el descenso sin fin, el horror de estrellarse y deshacerse en sangrientos fragmentos estallados. Vértigo de cristales de calcio. Y las otras alturas, las intimas y terribles, de las pesadillas, de las alucinaciones, del desvarío y del delirio. El vértigo freudiano con la peor variedad de angustia, la Angustneurose, cuando el suelo se hunde y oscila, y es imposible mantenerse en pie, las piernas de plomo tiemblan y se doblan, y se viene ese profundo desvanecimiento subjetivo, ese vértigo, el de las alturas del inconsciente atrapado en las represiones y en las fobias.
jueves, 28 de octubre de 2010
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