“y sigue lloviendo, hay flores caídas, ramas rotas por
la tormenta, el ronroneo del gato me
adormece y la lluvia en la ventana suena
a tu voz”
Lluvia y gato que te mira. Hilda Breer
Llueve, con esa
tristeza desordenada de las ciudades invadidas por los finales del invierno, de
las ciudades atrapadas en una soledad sin tiempo que viene de sus territorios
ancestrales, ciudades vacías, antes de su fundación y sus torpes refundaciones,
cuando aun los ríos corrían por sus cauces y las hierbas eran más verdes que
las de ahora que llueve sobre los pastos falsos y las ortigas entumidas. Las
calles asumen esa tristeza de vértice fúnebre y se vacían de siluetas, de
sombras y de pájaros, se van como disolviendo en las aguas que escurren por sus
aceras, en los reflejos difusos de los árboles deshojados, de las marañas de
líneas de los cables eléctricos y de los postes del alumbrado en su
verticalidad heroica en medio de la lluvia. Llueve y es un poco un fin de algo
que nadie sabe que es pero que todos los
escurridizos caminantes intuyen en los charcos que los asaltan en los bordes de
las veredas y en los nubarrones grises que van ensuciando un cielo de oscura porcelana.
Confundido en un oriente que se aleja hasta tocar y subir por la cordillera un
vaho húmedo va guiando los chubascos hacia su trampa de nieves eternas mientras
el poniente declarado en rebeldía se resiste a morir sin la gloria esplendorosa
del crepúsculo y se rompe en una iluminación de claraboya, de ventana de
hospital, de ventanal de casa abandonada. Más acá, donde los pasos ya perdieron
su eco por la persistencia de la lluvia, el habitante se ensimisma en su
desolación de naufrago extraviado y se pierde en la esquina siguiente sin
encontrar nunca la salida al llueve, a la indiferencia de lo clandestino, de lo
secreto, de las congojas por los pecados cometidos y en deuda por pagar. Llueve,
con el abandono en carne viva, con el mutismo de lo que sucede sin esperanza,
con la agobiante sensación de un castigo bíblico que traspasa las generaciones
y se aferra como hiedra muerta en los muros del único habitante, del viajero
detenido en la lluvia cabizbajo a la espera que escampe para continuar el viaje
por la ciudad que le parece vacía en su desborde pero de la que alcanza a oír
su linfa cloacal fluyendo por las alcantarillas allá abajo en la tierra misma
humedecida por el agua quizás final de este invierno en sequía. El asfalto
espejea en un plateado agrisado como un largo mar triste esparcido entre la
quietud de un archipiélago prehistórico buscando un imposible punto de fuga. Llueve,
mientras la ciudad, tan callando, se va borrando, inundando de sombrías nostalgias
y sumergiendo en infelices presagios. Vale.
Imagen: Fotografía de Hilda Breer, junio 2012
anoche volvio a llover........soledad completa muy adentro de la tierra
ResponderEliminarella no cree en el pero si esta de acuerdo con que llovio en la noche. El punto en comun es que la soledad es parte de ambos..
ResponderEliminarNo creer es parte de nuestras defensas.
ResponderEliminarYo amo.Yo soy amada.Soledad es solo un sueño fugaz....