Pero entonces parecía como si estuviera lloviendo de
otro modo, porque algo distinto y amargo ocurría en mi corazón.
Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo. Gabriel
García Márquez, 1955.
Acaso el amor
perdido te dejó la marca de la herida, del desangre detrás de el cristal
enmarañado por una lluvia inverosímil o por el relente decantado de tu ansiedad
de amortajada. O es que el desengaño te viste en tristeza de espera envuelta en
ese vaho de pena donde tu rostro se esconde difuso en tus ojos cerrados y en los
labios del mismo rojo de los besos inútiles que no alcanzaron para retener al
viajero, pasajero y tránsfuga que te habían traído los demonios del desencanto para
que la primavera poseyera en ti otro sentido allá afuera en el jardín de tus
sueños de tierna crisálida. Acaso tu mano roza la piel extraviada en la lisura
del vidrio buscando sin hallar las tibiezas de esa otra mano que te llevo
insepulta por los días felices, por las tardes en los parques, por los
plenilunios que los esperaban a la vuelta de las esquinas para arrastrarte como
dormida a los patios con madreselvas, a los zaguanes de penumbras y a las
sombras de las calles de ventanales iluminados que los espiaban antes de llegar
tu casa. Quizás tu desconsuelo se va trizando con las horas en ausencia hasta
romperse hecho añicos contra los muros que has levantado dolorosa para no
seguirlo por sus parajes de trampero impenitente escuchando su voz como un eco
inalcanzable entre los misteriosos tejidos del pasado. Y te escondes, te
ocultas a media imagen, te disuelves en ese enrejado cristalino fragmentada e inconexa
para no huir de ti misma sin saber si será fuga o intento, si irás por él
desesperada rastreando sus huellas, los vestigios que imaginas ha ido dejando
para que no te me pierdas reina que también te estoy buscando, o recorrerás
ahora sola los mismos senderos por donde el amor se escondía entre los arbusto
y las magnolias recién florecidas. Es el gesto sufriente de virgen de los
dolores, es tu boca sin besos, la mano congelada sin lograr la caricia, tus
parpados ensueñados o en llantito secreto lo que te ilumina de silencio en tu
escondrijo de claustro. Es la quietud de esa desolación que te invade con una
densidad de aguacero sin escampe la que te robó la sonrisa que se encendía en
tu boca cuando cerrabas la puerta y lo imaginabas caminando por el empedrado en
un circulo que se cerraba cuando al atardecer del día siguiente él golpeaba la
puerta y tu sonreías porque sabías que era él. O quizá es el reverbero entristecido
de esa pasión carcomida por la rutina que se fue estancado en la piel de cada
día hasta esa noche sin luna en que al irse ya no te besó. Vale.
Que dolor de ausencia!!! Tan cerca
ResponderEliminarpero tan lejos.....pero el amor intenso seguira viviendo aunque se esconda entre las raices cómplices,en la frescura del bosque ansiado........
y las magnolias volveran a perfumar el bosque.
ResponderEliminaryo he leido ese personaje en publico, pero en aleman. Fue un trabajo conjunto con una fotografa alemana que expuso fotos de mujeres colombianas.... fuer un éxito!!!!!! cuando pueda lo repetire......
ResponderEliminar???????????????????? Extraño texto en realidad.....Desvarios o meta oculta?
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