Te besaría hasta
morirte, hasta socavar las tumbas de todos los otros besos incinerados en tu
adolescencia de niña secreta incorporada en tu palidez indescifrable, en la turbiedad
de raíz o semilla que posees sin abrir los ojos, en esa vaguedad olorosa de tu
piel que se vuelve acantilado o concavidad tersa y persistente donde se
deslizan las yemas de los dedos como si siempre supieran donde ir y repitieran en
su vértigo angustiado una travesía ya descrita en la bitácora de tu sueño. Te
besaría hasta morirte para navegar tu boca, dolerme de naufragios atrapados en
las algas oscuras de tu pelo, sumergirme en la soledad abisal que te abruma de
sucesivas intemperies revocando con su salinidad de lágrima o de mar abierto
los sacramentos y entresijos de tus arteras artes desconocidas. Te besaría
hasta morirte solo por saber el significado oculto de tu nombre en ausencia de
silabas, entender el sino que te atravesó ayer en el verdor austero de esta
primavera casi constituida, asimilar porque el bruñido de tus espejos te busca
sin encontrarte en tu propio reflejo equivocado. Para comprender la magnitud
majestuosa del error que cometí al no verte, no seguirte, no alcanzarte para ir
a morir entre tus brazos contra toda premonición y cansancio. Te besaría hasta
morirte sabiendo que hay en ti mariposas que se expanden sin alcanzar nunca la
plenitud mortal de los sentidos, mariposas viscerales que te aguardan por las
esquinas en un sosiego de atardeceres paulatinos y sesgados, vencidos por tu
palidez indescifrable. Te besaría hasta morirte de besos en algún escaño de un
parque con cerezos florecidos y un gran magnolio en medio del silencio
atardecido, abarcaría en tu voz los escarmientos del primer amor, iría dejando
en tus mejillas el rubor de las madreselvas y en tus labios el rojo de la roja
rosa enredadera que guardo para ti desde mi juventud tan avara de besos. Y para
besarte hasta morirte he seguido tus vestigios, lobo ensimismado, entre las
reliquias de un pasado entrampado en una especie de temporalidad circular donde
te me apareces una y otra vez pero distinta, a veces sola en la filosa orilla
de un calle que da al poniente, otras habitada de fantasmas o carcomida por un
viento sur atravesado de trigales o tiritando de frío en mitad de una lluvia, pero
siempre lejana, amanecida e inalcanzable, y así he seguido hacia atrás uno a
uno todos y cada uno de tus pasos pero es demasiado tarde y ya no eres habida.
Vale.
miércoles, 12 de septiembre de 2012
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Transitar tus letras es reconocer que la palabra tiene la profundidad del vértigo y la deliciosa sensualidad de las rosas cuajadas de rocío en una mañana donde aún la dama de plata no ha terminado de recoger su cabellera de cuarzos ni se han acallado los susurrantes delirios de los grillos...
ResponderEliminarHace cuarenta años ya nos presentiamos.Aun asi al leerte me siento como una jovencita enamorada leyendo a escondidas de sus padres lo que le escribio su amor no lejano....que bella sensacion!
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