miércoles, 27 de junio de 2018

NOTAS DE VIAJE A LOS BOSQUES


“Lo nuestro era volar”
K. y K.
Graffiti en la entrada del Mercado municipal de Maullín,
Región de Los Lagos, Chile.
  
En Llico Bajo cruzamos un otoño hondo como un respiro y un río fluyente lento enverdecido entre la asombrosa densidad vegetal de bosques ancestrales, el frío que rasgaba la mañana de bruma y difuminaba los relieves y escondía los pájaros, todo era quieto y agonizante como un último sosiego, yo procuraba no verte en el cimbraje del juncal, en las floraciones escondidas, pensando en la lluvia que iba a venir si te imaginaba silueta o sombra allí en la mitad más húmeda del paisaje de ese sur que escondía tus vestigios en los arrebolados troncos de los arrayanes o en la piedras que latían en la corriente transparente de las orillas. O quizá fue en Parral, hacia la cordillera, que era en ese entonces un rumor de otro río invisible, con su inverosímil castillo (o laberinto) borgeano en medio de la infinita grama, y leñas esparcidas en un azar misterioso que detentaba tu nombre de mariposa contra el cielo de nubes cirrus como una pianola recortada en el horizonte arisco e imponente de las alturas del Andes con los verdes infinitos tarjados por los brillantes amarillos verticales de los álamos ajenos, por ahí por las nacientes del Longaví con sus aguas congeladas y el volcán también esparcido en antiguas piedras grises y terrosos amarillos, y me fui enhebrando los pocos pájaros entumidos navegando en el frío cristal de la mañana de un sol despuntando en las puntas silenciosas y quietas de los riscos, pero tampoco fuiste habida en este boscaje de más al norte del otro sur. Ahora, hecha la travesía, recupero tu voz como las migraciones de las aves y no sé de otros designios que esa tu voz, ni quién pintó tu retrato de alba niña en el jardín de tus floraciones con tu rostro sonriendo y esa tranquila dulzura florecida, sin saber como se llega al bosque de altos silencios donde meditas incrustada en los nudos de los troncos y en el verde de los musgos, la recupero como un agua que escurre por entre las piedras muertas sin saber donde, sin atreverme a trazar el mapa de los senderos por donde caminas cuando sales, sin reflejarte en mis espejos, a buscar los rastro de ese viaje.
  
Llico-Maullin-Parral, otoño, 2018


sábado, 13 de enero de 2018

UN COLOR DEL TIEMPO


“Una vez, durante un crepúsculo violeta,…”
Earth Is the Lord's. Taylor Caldwell, 1941.
  
“... cogiendo, como siempre, el violeta intenso de la hora.”
Otra Vez El Mar. Arenas Reinaldo, 1982.
  
Buscó el violeta por su esencia crepuscular, como de esas extraviadas nostalgias que ya no sabemos si son memorias o sueños, o de aquellos perfumes acumulados de todas las insinuaciones que no se consumaron, su consistencia impenetrable de tiempo ido, desde el púrpura ungido hasta el lila floral, el azul escondido y palpitando en los turbulentos pliegues del mediodía. Ella, dibujada en el desesperante contraluz del ventanal como un quieto ángel insoportable, y allá atrás el persistente violeta que la perseguía como un halo mágico o un aura de sutil y sagrada virginidad. Su piel, intocable porcelana, refulgía con una densidad de mariposa cuando la luz lunar se mimetizaba con su palidez que todo abarcaba, sus ojos dormidos en su imperio, su silencio de piedra tutelar, su presencia en el desamparo de la tarde, los pájaros entumecidos esperando que amaneciera y el misterioso dialecto con que los caracoles la iban [d]escribiendo y descifrando con sus babas plateadas en los antiguos muros de ladrillo. La lejanía le daba un aire de lenta paloma sumida en un vaho que recordaba el aroma de los gladiolos, o nardos, o dalias, de un jardín donde ella fue subterránea mientras fue crisálida entre las tenues y delicadas raíces de las violetas. Desde la liturgia de soñarla equivocada de rumbo y artificio entre altas floraciones violetas la desdibuja una y otra vez para sentirla en su absoluta intensidad inicial, liberada de claroscuros y fetiches inciertos, la ve de lejos (i), sin sombra ni perfil, la ve así disgregada por el atardecer, difusa en su perpetua inestabilidad de vestal profanada por el violeta que la acoge en su lenta turbulencia desvanecida y esencialmente crepuscular (ii).
  
  
(i) “… desde allá lejos, donde están los pescadores, todo el que mire verá en la playa violeta a una mujer violeta, pisar arena violeta, y avanzar junto a un mar violeta…”
Otra Vez El Mar. Arenas Reinaldo, 1982.
  
(ii) “Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo, pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas, de violetas acostumbradas a la tierra, porque la cara de la muerte es verde, y la mirada de la muerte es verde, con la aguda humedad de una hoja de violeta y su grave color de invierno exasperado.”
Sólo la muerte. Pablo Neruda, 1935.
   

LA GRAN TRIBULACION (Segunda versión)


Vindicación de Yocasta
  
[Y me llevó en el Espíritu al desierto; y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos. Y la mujer vestía ropas de púrpura y escarlata, y resplandecía de oro, piedras preciosas y perlas. Tenía en la mano una copa de oro llena de abominaciones, que eran las impurezas de la inmundicia de su fornicación y la lujuria de la tierra entera. Apocalipsis 17:3-4]
  
...pero no me importó porque el púrpura y el escarlata de sus vestidos encendían aun más los fulgores carnales de sus pecados y yo pecador perdido sin perdón para siempre lo único que deseaba era hundirme y beber, beber y ahogarme en el cáliz de oro lleno de su sangre y su saliva y sus fluidos hirvientes y sus aguas de perdición, y vi el nacarado tierno de su cuerpo vestido solo con oro y piedras preciosas y perlas, y ella ebria de la vida que se toca y que duele, me llamaba, me atraía hacia un túnel sagrado, y no me importó, porque la anilina de sus ojos me envolvía en el tul de su piel perfumada, ardiente y cercana, y fui más ciego al mal que enemigo del bien, y fui sordo a la voz del cielo de mentira, y a los votos de abstinencia de monje adusto y consagrado, así sumergido al fin en ese liquido primordial de sangre, leche, saliva, sudores y lagrimas y orines y licores sexuales, esas aguas vivas que me llevaron la vida buscándolas para aplacar mi sed de ser parte del Todo que me prometieron en el Paraíso,  y sentí que mi cuerpo inmerso en la tierna turbiedad de ese vino voluptuoso se iba involucionando sobre si, curvando sin dolor ni conciencia, mis piernas se encogían con las rodillas al pecho y las manos en oración hacia el rostro, bajando la cerviz y cerrando los ojos, y supe que en ese cenote tibio y urgente, lleno de los aceites y brebajes de la Gran Ramera que no eran el vinagre fétido de todos mis pecados, no, yo no estaba muriendo sino volviendo al origen materno, entendí que esa cálida densidad animal era en verdad sus íntimos caldos uterinos, que estaba de regreso al único lugar donde el Universo tenia sentido, y asombrado intuí que era el fin de la búsqueda, del camino, y del Tiempo. Y fue esa mi revelación. Creo recordar que con el pavor desesperado de los que alcanzan a ver la Luz, quise borrar con el codo los oscuros escritos que me habían llevado a ese divino dzonot, pero comprendí que ya era tarde para todo. Y ahora estoy cerrando otra vez los ojos y dejándome morir para apurar el goce de los últimos estímulos vitales de estas las aguas sagradas de Babilonia la Grande…
  

[Dadle a ella como ella os ha dado, y pagadle doble según sus obras; en el cáliz en que ella preparó bebida, preparadle a ella el doble. Cuanto ella se ha glorificado y ha vivido en deleites, tanto dadle de tormento y llanto; porque dice en su corazón: Yo estoy sentada como reina, y no soy viuda, y no veré llanto. Apocalipsis 18:6-7]
  

domingo, 31 de diciembre de 2017

ADVERTENCIA A LA AMANTE POR VENIR


(Premoniciones y certezas)

Serás sagrada y, como nadie nunca antes, irremplazable, en la sombras y el secreto, en la esquina más oscura y lejana a los caminantes cotidianos, serás única y ferviente, virginal por gracia de mi nombre que ahuyenta a los lobos hambrientos y a las iguanas matreras, irás paso a paso sufriente por ese otro sendero, el que no tiene fin ni destino porque el camino es la meta, perpetrarás los últimos pecados y habitarás con mordido silencio desoladas ilusiones, serás invisible a todos los ojos que te avergüencen y a los sueños del tormento en que te sumirás ebria de un amor incomprensible del que solo tú conocerás sus códigos y símbolos, su íntimo dialecto y su misteriosos ritos, serás clandestina, siempre escondida o huyendo de ti y de todos, del repudio de altivas damas y del asedio de ilustres varones, siempre atardecida, crepuscular o nocturna, sigilosa y esencialmente triste. Pero a cambio de este amoroso calvario te ofrezco calles tristes, atardeceres desesperados, la luna de arrabales perdidos, te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado largamente la solitaria luna, te ofrezco aquello que mis versos ocultan, lo a mí destinado o lo que hay de nuevo en mi vida, te ofrezco la lealtad de un hombre que nunca ha sido leal, te ofrezco lo que hay en mí y que ha permanecido intocado en lo profundo de mí, que no puede expresarse con palabras, que no ha traficado con sueños, que no ha sido desgastado por el tiempo, por las alegrías, por las adversidades, te ofrezco la memoria de una rosa amarilla vista al atardecer, años antes que tú nacieras, te ofrezco explicaciones de ti misma, teorías sobre ti misma, auténticas y sorprendentes novedades de ti misma, yo solo puedo darte mi soledad, mis sombras, el hambre de mi corazón, ya ves, estoy tratando de seducirte con  la incertidumbre, con el peligro, con la derrota.

Nota.- En cursivas paráfrasis de fragmentos escogidos en traducción libre del poema II, de Two English Poems. Jorge Luis Borges, 1934.
  

viernes, 1 de septiembre de 2017

SOOOLITARIO


Para F.A.R.C., aquel cuyo dios lo enmudeció para negar la insoportable belleza de su verbo.

Esta lila se deshoja,
Desde sí misma cae
y oculta su antigua sombra.
He de morir de cosas así. (i)

Negada es tu voz amigo desde los luminosos laberintos de tu sublime locura con sus iridiscencias y sus monstruos medievales, negada a tientas, porque los ecos de tu barroco sevillano perdurarán en las memorias de los que se atrevieron a perforar tu mágica demencia y miraron desde acá abajo el abismo insoportable donde te zarandeabas sobre la cuerda de tus delirios como un equilibrista que cree que puede volar, y posee el imaginario, el verbo y los asombros necesarios para negar la imposibilidad de los verdes saurios del infierno, las mariposas sangrientas y los gatos escaldados, así, sin más, como si tu palabra fuera creando a tu alrededor lo que tu desaforada imaginación iba extrayendo con intensidad de demiurgo de tus oscuros desvaríos, andarás combatiendo contra tus demonios persistentes en algún tugurio de mala muerte allá por los arrabales de un cielo desvencijado donde un dios te mira con los ojos tristes de mal padre, seguirás (d)escribiendo los mundos de tus sueños fantasmagóricos, las visiones inverosímiles de tus alucinaciones enfermizas, los textos de fábula del desterrado voluntario en los que cada objeto, vestiglo, color, insecto o flor que describías volvía a esta mísera realidad más brillante, pulida por tus geniales arreboles y a la vez carcomida por la dolorosa extracción de la piedra de la locura.

(i) “Vértigos o contemplación de algo que termina”, poema incluido en 'Extracción de la piedra de locura', Alejandra Pizarnik, 1968.

Nota del autor.- Escrito en mismas doscientas dieciséis palabras.

Imagen: “La Extracción de la piedra de la locura”.  Óleo sobre tabla, de 48 x 35 cm, del pintor holandés El Bosco (Hieronymus Bosch) o de un seguidor del maestro,​ realizado entre el 1475 y 1480.


jueves, 16 de marzo de 2017

HUYO DE TU VOZ ENTRE LAS DALIAS


Para A. (ella sabe quien…)

Huyo de tu voz que me enceguece los caminos por donde me extraviaba para desaparecerme, que me santifica los rumbos y me enternece las estaciones, me fugo hacia un silencio de piedras heridas y altos cañaverales y vuelvo a encontrarla en las vertientes escondidas, en los acantilados donde los musgos crecen escribiendo tu nombre, en los gaviotales atardecidos y en las pajareras del mediodía, y es tu voz en su cadencia pagana la persiste en su salvaje recurrencia de obsesión clandestina como una ventolera sobre los cuarzos de las arenas que dormían esperando el polvo o la ceniza, y se repite eco entre el ramaje del bosque, acude, desborda, exhala un perfume oscuro de yerbas sagradas, de dalias eternas y de misteriosas amapolas, de una noche de evanescentes madreselvas y del aquel ciruelo enarbolando su albo velamen en el negro terciopelo de un nocturno adolescente que buscaba [sic] tu voz en los equivocados territorios de los amores niños o de las pasiones que nunca alcanzaron el otoño. Huyo de tu voz que me inunda y me recorre, que me acaricia la piel más profunda, y que me deja estremecido por la nostalgia crepuscular de esas las dalias perdidas en el tiempo, y me deja ser niño otra vez y recuperar la sensación de la cercanía de mi madre haciendo florecer las primaveras de mi infancia, y tu estabas ahí con tu voz entre el silencio de las dalias, vestida de ese blanco de perfecta musa imposible cantando con tu dulce sensualidad de mariposa intocable. Huyo de tu voz por los laberintos desquiciados de mis memorias que ya la poseían como escondida semilla subterránea entre los herrumbres de otras voces que iban hilando la telaraña de tu voz que me atraparía en este destiempo de invencible distancia, de océano de por medio, de horas desplazadas por una astronomía que semeja el azar furioso del destino que no quiso que fueran las mismas mañana o los mismas noches, porque tus madrugadas aún son noches en mis comarcas adormecidas y los sueños no se reflejan en los mismos espejos. Huyo de tu voz para seguir buscándola en los cristales de las lluvias de la noche y en los colores de los peces sumergidos, pero ahora sabiendo que te escondes en tus mariposas y tus flores, en las piedras foliadas y en las gárgolas, en los vitrales de antiguas catedrales y también en algunas tardes en los asombrosos dibujos de las nubes. Sé que sentirás que alguien te piensa a lo largo del día, de los días, de los años venideros, y sé que sabrás que soy yo embrujado (sin huida posible) aún por tu voz.


jueves, 2 de marzo de 2017

VIAJE AL OTRO INVIERNO


Desde la ribera poniente del Estero Yerbas Buenas, 18 al 20 de febrero de 2017.

El color de los ojos de Marianela en cierta tarde mirando el atardecer, un violeta y un verde fosforescente en la esquina que daba al mar hacia el poniente y donde  todo era allí, la angustia de extraviarte y la ansiedad por volver a encontrarte, la ventolera y la lluvia que arrecia desde la altura de los bosques oscuros con los ulmos de blanco florecidos, los dados que jugaban cada uno a su aire su pequeño azar instantáneo, la noche de las cinco lunas estrelladas que la memoria guarda como fugaz destello del ahora imposible, la suma y sus cansancios, el río ancho lento con sus aguas casi quietas bajo la lluvia que es todas las lluvias, el silencio que es todos los silencios, los del verbo encarcelado y los que se escondieron en las cenizas de los rescoldos de la dulzura de [tu voz] las voces ya sin rostros, el preciso matiz de unos labios despintados por la turbulencia de una noche de besos y susurros, este invierno que posee el encanto de lo probable y la certeza del vacío, la lluvia, siempre la lluvia como si lloviera en otro invierno, el vino que busca en la contingencia la derrota o la victoria, ambas inútiles en la hora tardía, la cata de los whiskies de los aromas perdidos, con esos sabores que se quedan doliendo para remarcar la nostalgia, un sol que nunca amanece y una luna ciega, y el vaho de los montes sobre la fría mañana, ese breve invierno donde la voz se curva desesperada y desaparece.

Post data.- Ese nombre es un simulacro o un espejo que no refleja sus ojos en su vértice esencial. Ese violeta y ese verde fosforescente son solo antiguas y veneradas reliquias de un desértico territorio, quizá la antípoda climática de este otro invierno.


martes, 7 de febrero de 2017

REFUNDACION DEL OTRO INVIERNO


En memoria (siempre viva) de S. del C.

“Sólo quiero el grito que destroce la garganta, deje en el paladar sabor de entraña y calcine los labios proficientes”. El Sueño de las Escalinatas. Jorge Zalamea Borda, 1964.

Todo vuelve y permanece pero ya nada será igual. Ella fue ave sobre el techo de zinc ahí por el lado del ciruelo, o abeja ajetreando en su jardín florecido y la pequeña chacra que rememoraba perdidas comarcas de su infancia, fue el pan diario que salía de sus manos como crujientes bendiciones, y el sonido rítmico de la maquina de coser, o el misterioso silencio con que habitaba los días de lluvia esperando que escampara. Que de pájaros dejó por los duraznos y la madreselva, o los humos enrojecidos de atardecer que se vienen como adentrándose en la noche desde su rumbo dormido allá por el sur del tranque y el velero niño cuyo velamen aprendió el viento en la ternura madre de sus manos como una blanca mariposa mágica. Se fue yendo de a poco, a pasos lentos, como no queriendo, primero el jardín se fue borrando de dalias y nardos, luego el ciruelo se perdió en las memorias del estío, después fue el pan y el brasero, hasta que se cansó esa noche y se voló calladita con su queltehue. Quien vio la palabra destrozada, los altos muros antiguos, la puerta blanca apoyada en un poste, supo de ríos aciagos, de negaciones, de calles / paisajes / rompientes. Quien vio el azul agonizando esparció cenizas de aviario, gránulos de pesebrera / holladuras. Quien vio a la madre preñada de él mismo esperando las luces de sus ojos, las manos pequeñas apretando, el llanto niño por las tardes del jardín, hundió en carne viva la espina y la sal. Quien vio el secreto en podredumbre en el charco enlarvado e hirviendo es que abrió una puerta blanca, negó la palabra destrozada y se ha ganado su rincón en el Infierno (i). Volverán en auge los soles indolentes, el canto del miedo, lo nebuloso y lo turbio, lo oscuro o tenebroso, la surgencia de las aguas malas en las orillas de destierro, en la negras arenas donde las huellas de pisadas relumbran por los reflejos dorados de un lejano sol inmenso que se hunde vencido en su poniente, en las arcillas donde las algas mustias yacen como la escritura secreta de los arcanos vencidos. Por todo esto y más, (quizás todo un territorio inconmensurable y un infinito tiempo irrecuperable que existen en su nombre), que no es posible describir en un idioma que no posee las palabras necesarias a tanta pena, es que dejó de herencia su ausencia insoportable. No volverá nunca más para que la sigamos buscando para siempre.

(i) “Aquel que vio”. Del poemario Raíces en Arenas Negras, F. S. R. Banda, 2006.


viernes, 8 de julio de 2016

SUB NOCTE


“Fue en ese sentido un crepúsculo que confundimos con un amanecer.” Nombre propio. Rafael Gumucio

La santa noche se desgrana en sus azules furiosos, diamantes constelados en un negro terciopelo, falsos cristales maclados que estallan en delicados fulgores y un coro de falsetes irrisorios y una música veleidosa de violines escarchados, a lo lejos adentro incrustado un arabesco de ángeles marchitos envueltos en la bruma de un cielo vacío destella como falsas estrellas desperdigadas en sus metales desesperados. Es en la vastedad del nocturno donde se vierte una oscuridad de púrpuras solemnes (como el poco de mañana que se va definiendo en los últimos estertores de crepúsculo) y túneles furiosos que habitan las ciegas serpientes que reptan la madrugada en un oscuro de boca de lobo o de ojos de obsidiana de los dioses de mentira. Nunca se abrían las cortinas opacas: evitaban las ortogonales negras de los árboles de invierno, idénticos a lo largo de la avenida, la llovizna puntual del mediodía, y sobre todo ese gris metálico y unido del cielo, que anunciaba en las islas lejanas tiempo de ciclón (i). Es como un alba de arenas donde desembocan todos los ríos posibles y desaguan sus turbulencias de irisados astros parpadeantes, vidrios de impetradas transparencias, chisporroteos inútiles ante un sol flamígero que asoma en su solsticio vencido y desgarrado. La noche del infierno es de hielos púrpuras tachonada de cálidas perlas de misteriosos orientes y luminosas ágatas con sus ponientes de ocres iridiscentes donde espejean peces espurios y algas de un tenue conchevino, la copa rebalsa en los silencios, en la macumba de oscuros dioses encarcelados que beben un brebaje de semillas de mandrágora y capullos de orugas muertas, y comen un hervido con las vísceras de un unicornio degollado con un cuchillo de madreperla mientras baila el hembraje exhibiendo los pálidos mármoles de sus muslos virginales entre sedas negras y tules transparentes, danzan frenéticas y desvergonzadas por que allí ya no hay esperanzas. Descendía de la estatua, morbo de sus escaras, la intolerable amenaza de una muda eternidad de cal, de mondos huesos, de lirondos huesos dispersos en un desierto de ceniza, de agria leche fósil, bajo un cielo que negreara de puro sol, sin otro ruido en el espacio que el freír de su luz (ii). Es en el desborde de amarillos girasoles, en los arcángeles y los celacantos, en los vidrios biselados de sus ojos, en los cuarzos, en los suspiros, en el silencio de lentas goteras que dejan las lluvias donde la noche de las babosas y las aguas malas, de las fieras de cristal sobre la mesita de centro, se desangra en odios de juguete y alegrías de fanfarrias callejeras. Amanecen lentos fuegos y demonios espejeantes por el frío portalón de día.

(i) La Simulación. Severo Sarduy, 1982.
(ii) El gran Burundún-Burundá ha muerto. Jorge Zalamea, 1952.


sábado, 25 de junio de 2016

TE BUSCABA


Yo buscaba tu boca en las tenues torceduras del tiempo, la significación de tus ojos por los breves intersticios del desespero, por las grietas de la obsesiva soledad sin tu nombre, por los tenebrosos tumultos de las esquinas más oscuras, buscaba una cerrada penumbra o un perfecto atardecer, el torvo plenilunio taciturno que iba a iluminar tu pelo, pero tú aun no podías extinguir de ti la otra ausencia, aun te negabas a dejarla con la solemnidad de las cenizas, a borrar los últimos vestigios de ese pasado y sus delirios, yo buscaba cabizbajo el rictus de tus labios en los cántaros, el perfume extraviado de tu piel atravesando las madrugadas, las tibias ternuras que acumulabas en tus manos vacías, pero tú seguías soñando por los laberintos del otro otoño, sin saber que todos tus pasos ya caminaban hacia mí porque yo te buscaba en las torcidas flexuras del tiempo con el preciso destino de ir mascando esta gloria bastarda de poseer tu ahora y tu memoria a destiempo con la clara premonición de una eternidad tardía, deshojada, pulida por las arenas que traían otros vientos cruzados de océanos y marejadas y bajamares en las costas de tus lluviosos olvidos. Iba paso a paso ebrio de las lluvias y los ponientes que presagiaban tu cercanía, tu cadencia de libélula esquiva o de mariposa evasiva, iba y venía en un círculo de infiernos, de rastrojos, de abisales celacantos y de nocturnas noctilucas, divagaba buscando tu nombre en los amarillos y ocres y rojos iniciales de los otoños, en los cantos rodados que traían los ríos en los turbios inviernos, en los geranios florecidos en los confines de las primaveras y en las dulces vendimias de los estíos que anochecían de incertidumbre. ¿Que hechizo me has hecho mujer? ¿Por cuales grietas de mi ya cerrado destino pudiste entrar y revolverme los días y desaguar la vasija reseca de mis noches? ¿Como encontraste la llave herrumbrada de mi alma clausurada a los trinos de Amor? ¿Qué ángel vengador o demonio cómplice te la dio sabiendo que vendrías a coronarte reina de heliconias y designarme tu loco vasallo? ¿Quien te creo así sigilosa y deseable a mis oscuros delirios de fauno entumecido? Si yo solo buscaba la fisura por donde tu voz se me escapaba hacía el silencio y se hacía susurro y humo, cárcavas en las piedras y jeroglíficos indescifrables en la cortezas de los árboles de todos los tristes parques por donde yo te buscaba.

Imagen: Fotografía del autor, junio 2016.