Un texto de Hilda Beer
Salí del establo al atardecer. Acomodé el navegador para viajar por calles normales y no por la autopista. El día fue bellísimo, claro, pero a esa hora comenzaba a oscurecer. Fue una experiencia increíblemente bella pues viaje contigo, gozamos en silencio de la puesta de sol, de las luces rojas en el horizonte, de las ramas de los árboles todavía sin hojas, que se elevaban hacia el cielo formando extrañas redes como algas dispersas y ondulantes, calles bordeadas de troncos fuertes, seguros, y las praderas a los lados con animales correteando o ya dirigiéndose a sus pesebres. Todo en tonalidades de rojos, rosados, azules, dorados, amarillos, verdes los sueños, verde la esperanza, verdosos los ojos que miraban toda esa belleza real en la que estaba también la luna. Luna llena gigante, asombrada y sonriente de mi felicidad, luna que nos alumbraba a los dos. Vivaldi acariciaba mis oídos, luego Mozart, y la noche seguía acercándose como si buscara hacernos un lugar para amarnos. Y te toqué, y te soñé y te poseí protegida por esa luna bondadosa y paciente, y casi llegue al lugar de destino en un trance. Hacia tiempo que no vivía tanta belleza junta. Es una zona muy plana y los colores de ese anochecer se dispersaban por todas las calles, las aldeas y las pequeñas ciudades por las que pasaba, como arcoiris equivocado, y llegué. Me abre la puerta un señor mayor, muy simpático y hasta diría alegre, rebosaba de alegría. Me saludó abrazándome con cariño, lo cual me sorprendió y recordé otra vez que alguien me abrazó con cariño al llegar a una estación de trenes sin haberme visto antes. Pasé, fuimos a un saloncito y le mostré la estatuilla, comenzó a revisarla admirado y a decirme que era una grata sorpresa encontrar una pieza de colección como esa, y también junto con ella ver mi rostro, mi figura, mi risa. Conversamos poco; me contó que vio por casualidad el aviso, y pensó de inmediato, por la breve descripción, que era lo que buscaba. Aceptó el precio sin remilgos ni regateos y la puso sobre una mesita rinconera junto a un hermoso jarrón chino azul cobalto. Me quedé poco rato, ya habia vivido el viaje contigo de otra manera y eso me llenaba. A la hora quise regresarme, de noche no manejo feliz pues no veo bien. Y regresé a la casa como tres cuartos de hora mas tarde, no es tan cerca. Regresando, la luna volvió a acompañarme y sonreía y nos miraba.
Nota.- La autora agradece la creativa edición barroca realizada sobre el texto original por F.S.R.Banda.
Realmente ahora que leo....fue una experiencia paisajista increible......gracias por colocarlo. Hilda Breer
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