Un texto de Francisco Antonio
Ruiz Caballero.
No hay ningún minotauro de
cuernos colosales. Ni fuente preciosa de agua fresquísima. Ni limonero
florecido. Ni estatua. Tampoco se asoma al patio ventana alguna ni celosía
discreta permite una mirada. Es tan solo un patio vacío. No hay cadáver, ni
fantasma, ni hormiga. No tiemblan diapasones cristalinos bajo un sol
iridiscente. Ni mariposa se posa en su zócalo de mármol sin mancha. Quisiera
tal vez tener un ladrido de perro rabioso, pero tampoco hay eso, ni se columpia
el aire en la rama de ningún almendro florecido. No repta la sierpe de
cascabel, ni crecen los cactus furiosos asesinando el aire entre sus pinchos.
Tampoco hay un oculto farol rojo para alumbrarlo en las noches sin lunas. Ni
bajo el suelo se esconde el esqueleto de una niña muerta. Ni siquiera lo han
andado los pasos meditabundos de un loco. Ni ha temblado la hojarasca
inexistente bajo las pisadas del curioso. No se abren arcos góticos para
visitarlo. Es un patio cerrado. Sin vida. Quizás está exigiendo la percusión de
un violín de plata para ocultar su desvergonzada y quejumbrosa desnudez. No hay
maceta con aspidistra verde. Quizás está requiriendo el toque de una trompeta
de rubíes. Pero el músico no llega. No llega tampoco el gato nocturno a
atravesar la pared que lo separa del tejado vecino. Ni han anidado las
golondrinas o vencejos. Pasan las nubes sobre su cuadratura inmaculada, y lo
dejan mojado las lluvias que no fructifican. Pero no lo visita ningún niño de
ojos verdes. Atruena el granizo, y al fundirse, la solitaria alcantarilla se
traga el esfuerzo realizado. Podríamos llenarlo de dragones de fuego verde,
podríamos llenarlo de panteras amarillas, o de caballitos rosas, que
caracolearan fantásticos en sus poses de curvatura maravillosa, pero está
vacío. Podríamos pintar sus paredes con una escena de fantasía celeste, o con
el guarismo y algoritmo de una firma cúbica, pero sigue impoluto. He decidido
que tengo que reformar este patio. Sembrar rosas o claveles o potos o jazmines.
Intacto me parece lamentable. Quizás pudiera poner la maquinaria de un tren
eléctrico, pero me parece muy infantil. Debiera de tener una sencilla fuente de
agua transparentísima, que con el sol se desdoblara en espejismo y oasis. Lo
visitarían las peligrosas avispas rayadas, negras y amarillas, macabras, que me
dan bastante miedo, y las libélulas rojas y verdes. Debiera de noche sostener
el solitario canto diamantino del grillo, toda la madrugada desnudo bajo las
estrellas. Podría poner varias macetas con geranios rojos. Debiera de instalar
un banco de mármol o de hierro junto a la fuente. Habría que hacer obras. La
taladradora mecánica tendría que abrir un canal, para instalar las cañerías del
agua. Sería complicado. Y plantar un níspero, o una morera. Un reloj de sol en
una de sus paredes sería estupendo. Pero pasear yo solo sería triste. Bah,
ahora no está mal, es como un grito en medio del desierto. En vez de sembrar
flores podríamos sembrar cactus, son una imagen más íntima y verdadera de mi
alma. Y la fuente podría ser renacentista o moderna. ¿Qué sería lo mejor?, una
fuente con estatua, quizás la de un cerdo de bronce, como en Florencia, o un
Minotauro echando agua por su boca, un Alien de acero y cristal sería demasiado
caro. Una simple fuente de antigua iglesia, una simple pila bautismal bastaría,
para que bebiesen los gorriones. Y luego instalar la música, una música suave,
caleidoscópica, electrónica, zigzagueante. Bastaría para eso el grillo.
Impertinente y maravilloso. Azul. Lástima de patio. Podría haber sido una
maravillosa composición de adelfas negras, y es solo una mediocridad de músico
fracasado. Lo anduve como un loco sonámbulo dormido y al despertar habían
grabado a fuego en sus paredes la palabra “YERMA”.
Podrian haber sido muchas otras cosas..... Caballero es loable pero pienso que el texto podria haber sido uno de don F.S.R.Banda. Es lo que se espera.....
ResponderEliminarMe encantó lo que leí en su página. Una venia, señor escritor. Y un abrazo.
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