Existe una absoluta discontinuidad entre
mariposas y magnolias, discrepancias magnificadas por revoloteos y fragancias, distinciones de texturas o de
contornos del perfil en el aire cargado del mediodía. Todo acontece en la
sinuosidad del tiempo que a veces es lineal oscilativo como un péndulo, y otras
se curva en un espiral de sucesos como las pequeñas sombras de las gaviotas
contra el crepúsculo en la ascendente sobre el mar de esa tarde. Las mariposas
trazan sus delicadas danzas por las orilla de la flores, en su alegre
palinología que irrumpirá en la próxima primavera repitiéndolas iguales,
clónicas en su eternidad decantada. Hay alas y probóscides, antenas y palpos, y
una veleidosa alegoría de colores en vuelo. La
mariposa volotea y arde —con el sol— a veces. Mancha volante y llamarada, ahora
se queda parada sobre una hoja que la mece (i). En las magnolias el color
se despliega con el fresco silencio del nocturno, en altos follajes verde
brillante, surgen del plenilunio y lo retratan escondidas y siniestras en su
blanco virginal y su rosado levemente carnal. Hay estambres y pistilos,
pétalos, sépalos y una altura de floración lunar. En el bosque, de aromas y de músicas lleno, la magnolia florece
delicada y ligera, cual vellón que en las zarpas enredado estuviera, o cual
copo de espuma sobre lago sereno (ii). El estío induce reflejos de
orquídeas en las turbaciones y los estremecimientos, provoca espejismo de
libélulas en la tenue reverberancia de la tarde que se despliega con infinitud
de memoria de juegos de capullo, botón o pupa, de semilla o larva dormidas. Bajó una mariposa a un lugar oscuro; al
parecer, de hermosos colores; no se distinguía bien. La niña más chica creyó que era una muñeca rarísima y la pidió;
los otros niños dijeron: —Bajo las alas hay un hombre (iii). Una tregua
invernal de escarchas y lluvias, de fríos congregados y desolados parajes inserta un espanto de insectos invisibles, de
ausencias florales, de lejanos jardines con abejas afanadas y cerezos sobre un
estanque de lentos peces silenciosos. Árbol
de magnolias, te conocí el día primero de mi infancia, a lo lejos te confundes
con la abuela, de cerca, eres el aparador de donde ella sacaba el almíbar y las
tazas (iv). Los afanes del otoño en sus ocres y ventoleras van adormeciendo
los entreveros de mariposas y magnolias, la hojarasca las mimetiza en sus
agonías y desapariciones convirtiéndolas en una elegía inconclusa. Cristaliza
la magnolia porque es pura y es blanca y
es graciosa y es leve, como un rayo de luna que se cuaja en la nieve, o como
una paloma que se queda dormida (ii). La
mariposa volotea, revolotea, y desaparece. (i)
Notas bibliográficas.-
(i) “Mariposa de Otoño”, Pablo Neruda.
(ii) “La Magnolia”, José Santos Chocano.
(iii) “Bajó una mariposa a un lugar oscuro...”,
Marosa di Giorgio
(iv) “Árbol de magnolias...” Marosa di
Giorgio
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