“desbaratada la
ficción del Tiempo / sin el amor, sin mí.” Amorosa anticipación. Jorge
Luis Borges.
Es la muerte del viento, la espiral el
helicoide de gaviotas silenciosas en la ascendente sobre el mar contra un azul
cielo empavonado de siniestras metáforas de los retos escombros de un pasado
arrumbado en los últimos rincones, en la melancolía de las grietas por donde
las hierbas crecen aferradas al pequeño abismo del muro. Sé que hizo llover
para que los ojos de los pájaros no la persiguieran desde mis ojos fisgones
pero igual la obligué a pensarme mientras miraba sin mirar su misma lluvia en
las ventanas o escuchabas el silencio de los mismos pájaros míos, y yo era
pasto y piedra, agua y silencio y pájaros ciegos, y también el susurro que
buscaba en los matorrales y los árboles llovidos para que fuera a besarla en
las noches mientras escuchaba el murmullo de su lluvia que no descampaba nunca
en el siempre de su recuerdo en mis recuerdos de un amor confuso, misterioso,
complejo, que me inspiró/asustó por todo su tiempo, ahora detenido, cuando se
hicieron duros y filosos cristales sus celos. En las desinencias de sus verbos
inconclusos pervivían las esencias de los tenebrosos laberintos y de los arcos
de mármol que cercaban sus monumentos fúnebres, sus estatuas siniestras en los
parques del otoño vertido, las evanescencias que la asiluetaban en el
contracrepúsculo de maja o diva, las divergencias que bifurcaron los días de su
voz y mi silencio. El prodigio de ubicarla en los catálogos del tiempo sucedido
con la absoluta certeza de la equivocación, de sentirla viviendo reviviendo los
claustros donde abjuró sin traiciones del espanto de la huida continúa, de la
fuga de ella misma, de la disolución de los años que carcomen horadan roen
fragmentan y disgregan más allá de la arena o la ceniza. Diosa impasible o
irascible según los matices de los rojos o de los verdes, según los capítulos
de los antiguos libros del destino o según la densidad de las piedras en la
palma de su mano. En cierto sentido la nostalgia la visitaba o habitaba desde
siempre ocluida en la maraña de las calles de las ciudades que no eran la suya,
en los tumultos y en los dialectos, en la nieve o las sabanas, en el viento
muerto y en los escombros de todos los ayeres de su desolación, en la única ausencia
que la dejaba con la mirada perdida en los bosques esperando ver unos ojos que quizá
nunca volverá a ver.
Imagen: Fotografía
de Hilda Breer, abril 2013
Perfecto, fiel reflejo de una realidad.
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