“Vivía en las nuevas hierbas de abril, en suaves y claros líquidos que se alzaban de la tierra de almizcle.” La bruja de abril, Ray Bradbury.
Los vestigios anulares de las innumerables
lunas con sus ríos de plata fundida y sus oros espejeando en las arenas y las
cenizas volcánicas de los soles y planetas inútiles en la hondura de un
universo en continua degradación, en los vacíos palacios de amatistas con sus
balcones florecidos de geranios azules y sus antiguos portones de hierro
forjado y maderas resecas. Las cinco estrellas congeladas, sus ascensiones y
declinaciones desde una tierra muerta envuelta en las emanaciones de un pasado
feroz que dejó la impronta de su culminación de noviembre, de los centauros y
los unicornios, de la cursi bisutería de sus crepúsculos y la extensa soledad
de piedras canteadas, sin lluvias, sin la nostalgia de civilizaciones extintas
enterradas bajo los bosques de los granitos y los gabros, sin cárcavas ni
drenajes, solo sus desiertos fosforescentes y las refulgentes avenidas de
obsidiana, sin fantasmas ni huellas de pisadas. Un lento corcel de acrílicos y
micas vaga por el polvo de sus tormentas buscando para siempre las lujuriosas
selvas de las incertidumbres gravitatorias, de las vibraciones estelares, intentando
decodificar los jeroglíficos trazados en la herrumbre de los sideritos
embancados en un tiempo que ya no sucede, atrapando los cuarzos de los
suplicios y los tungstenos de las naves inverosímiles que cruzaron los eones
explorando las constelaciones perdidas. El viento de los milenios ha erosionado
los monumentos fúnebres, los pomos de las puertas y el alféizar de los
ventanales, los vidrios esparcidos y las mustias paredes de adobes, también los
escombros de las ecuaciones y los algoritmos de lo esotérico, el significado de
los sueños, los horóscopos, las runas y la esfera de cristal, los oráculos, el tarot,
el feng shui, y el I-Ching, las premoniciones de las fases lunares, el burdo tejido
tetradimensional del espacio-tiempo, la distancia y el silencio que definen la
soledad absoluta, la verdadera. El azar medra entre los soles de espanto con
sus hielos cristalizados sobre las grandes piedras que dejaron los diluvios, un
aura de quietud invade esas tardes de dragones y murciélagos, de blancos y
frágiles esqueletos de celacantos, de élitros calcáreos, de caparazones vacías.
Los secretos cementerios de tumbas vacías resplandecen constatados por el
albedo de un astro que no existe desde hace centurias, la noche es un
terciopelo tenebroso donde los vestiglos sueñan con la luna, con las espumas y
los jazmines iluminados por noctilucas y luciérnagas sucesivamente en una
misteriosa convergencia.
Hermoso texto neobarroca surrealista, un sueño escribir como el gran maestro que es. Adelante, a seguir creando, que nadie ni nada lo distraiga de su objetivo literario.
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