Hay un silencio de fieltro, un vacío de
grieta en un muro sin musgo, acecha el día en su nublado frío y ventoso, los
pájaros enmudecidos describen fúnebres arcos de ópalo en el gris de un cielo atormentado,
las horas suceden lineales, previsibles, sin el azar cotidiano de unos ojos invisibles
o una risa dibujada en el azogue del espejo. Vago por los suburbios del
imperio de tu rostro buscando tu rastro, vestigios o mínimas evidencias de que
ayer existías, discrepo con el color de las rosas, con la solemnidad de los
altos nubarrones, con la tarde que se va desvaneciendo en sus fronteras sin
rubores, con el vaho que acomete los sentidos con un desencanto de mar incierto
y de cierto ácido perfume de rojas rosas trepadoras en la noches de antiguas
primaveras. Merodeo las
lunas que socavan la noche, su rodaja de plata liquida escurriendo por entre
los árboles, su eternidad de filoso alfanje noctambulo, sus espumas y sus
penumbras, decreto plenilunios en terciopelo y solsticios sobre los gladiolos
siempre a destiempo con un calendario equivocado. Se derrama tu ausencia desde
el cántaro roto del rocío madrugador que se quedó con tu eco incrustado en sus
gredas como pequeñas micas cuando reías o brillantes cristales de oligisto
cuando algo o alguien pisaba las resecas hojas de tu otoño. Deambulo ebrio de
soledades por los mismos parajes del infierno donde tú pernoctas entre las violetas
y las madreselvas esperando inquisitiva en los albores y las palabras un
sosiego a tus insomnios. Hay una oscuridad de túnel o tormenta, un abismo cuajado
de penumbras, una somnolencia de arcillas donde vago por los suburbios de tu
rostro, cercado por tus fantasmas y tus estatuas, por las vertientes de todas
las aguas de las lluvias venideras y los deshielos que fueron los vidrios del
desamparo. Concurro a tus ritos, a tus ceremoniales y liturgias, pero ausente o
en escorzo, como si no fuera yo y asistiera un simulacro hecho de oscuras escorias
volcánicas, te observo desde un lejos de espejismo, como una reverberación o un reflejo, te veo alta e
imposible, entre rojas sedas y negros tules, ilusoria, discontinua y evanescente.
Recorro el atardecer de tus arrabales, las calles que te vieron niña en sus
veredas, los charcos acontecidos de arreboles, las esquinas donde aun se
esconden tus secretos. Te voy escribiendo de a poco, describiendo y
desescribiendo tu lejana melancolía silenciosa, intentado tu último retrato
guiado apenas por el borroso contorno de tu última sombra.
sábado, 9 de noviembre de 2013
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Excelente prosa poeta
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