«Pero, la mariposa
estaba allí. Sentí sus piernas de hilos, sus brazos de hilos, su enorme manta
de gasa que me arropó.» Los papeles salvajes, Marosa di Giorgio.
El hecho es simple, baladí, habrá dicho algún
viejo poeta ciego, se quiebra un vaso, la mano de la doncella acosada por las
hordas de sus demonios lo pasa a llevar y cae encima del pie de una lámpara de
pie, el vaso quebrado por la lámpara, los cristales afilados, brillantes como
hermosas joyas tajantes, diamantes en bruto derramados en la mullida alfombra
persa, sus destellos acerados por la amarillenta y densa luz de la tarde. Los
fragmentos de vidrios muertos, esparcidos en un azar discontinuado, aquello no
debía suceder, no ahí, en esa casona insegura donde la soledad deambula desnuda
por los quicios de las puertas, los alfeizares de los ventanales y los
junquillos del piso de terracota vidriada, donde las mariposas salvajes
penetran bulliciosas y desordenadas por los intersticios invisibles de los
muros en una algarabía de colores de acuarela o de anilina, dejan un extraño
estremecimiento en al aire azogado contenido en los espejos y resecan el
hechizo lunar de la sal de mar escondida en los saleros de porcelana. Cascajos
de iridiscencias tornasoladas, perlaciones concoidales vibrando en el sopor del
estío macerado por la hora quieta, agazapada esperando la frescura del
atardecer, trozos transparentes, filosos como los dientes de la serpiente del paradiso, como el feroz aleteo de un
arcángel atrapado en una travesía por el inferno
de los traidores. Se abren las rosas entumecidas envidiosas de los fulgores de
la sílice fundida en los fuegos de las antiguas cristalerías medievales,
suspenden sus perfumes funerarios abatidas por los matices resplandecidos de
los prismas deformados que desde el piso descomponen la tenue luz del silencio en
las turbias coloraciones de pequeños arcoiris. La coreografía es perfecta, como
en un óleo renacentista, el vaso estrellado, la lámpara impasible, la doncella
sorprendida, la rosas urdiendo sus venganzas florales, la soledad detenida en
los espejos, la sal confundida con su mar cristalizado y las mariposas
inmóviles en un ayer coagulado. De fondo las paredes con sus cuadros de
cetrerías y retratos de sonrosadas damas sonrientes, el ventanal que da a un
desolado jardín que ya nadie riega. Todo acontece en un instante infinitesimal,
los trozos y las astillas del cristal ciego recién inician su dispersión en el
piso cuando las rosas ya comienzan de dejar caer sus pétalos mustios y ajados
sobre la misma alfombra mientras las mariposas se suicidan ocultas entre las
páginas de los libros y la doncella mira asombrada al arcángel que se va
haciendo transparente hasta confundirse con los fragmentos de vidrios muertos.
Vale.
Prosa exquisita derivada de un simple hecho. Un vaso que se rompe y el poeta aprovecha la situación para escribir una prosa adjetivada, barroca, plena de imágenes. Me fascinó.
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