Fue tu cumpleaños y yo andaba tascando las
alturas de un desierto encarnecido en su mudez de tumba ancha y profunda,
desolada. Buscando tu voz milenaria ocluida bajo las piedras estériles
calcinadas por las ráfagas de los soles iniciales, bajo los negros peñascos de
hematitas bruñidas por los vientos enseñoreados en esas soledades petrificadas,
en los fragmentos minerales poseedores de todos los matices del verde de los
cobres dormidos, en los susurros y crujidos de una geología secreta. Fui
escarbando las arenas ferríferas, las gravas limosas, las sales y los clastos
de cantos angulosos, el caliche que cementaba los márgenes de tus ojos, para
acunarte en la ceremonia de una muerte instantánea y pétrea, de un desaparecer
en los arenales confundidos, en las arqueologías de cántaros y sílices
enterradas de los conchales y en la frescura de las cuevas habitadas ahora por
los jotes y los culpeos. Iba mezclando los rojizos alterados y los café tierra
escaldada, el púrpura lejano, el amarillo dunal y los ocres intermitentes,
intentando en vano alcanzar a recuperar el color sagrado de tu tez que se me
iba descolorando en los espejismos de esa geografía sin ti. Cumplía así el
designio de llevarte traerte allá aquí en el lugar de los chañares (Geoffroea decorticans [i])
desaparecidos mientras tu festejabas otro año sucedido entre los muchos que
espero te deparó el destino para que yo viniera a cumplir en ti el misterio de
la esplendorosa culminación. Y en la noche abajo en la orilla marina de finas
arenas de cuarzos y espumas te busqué en el calor húmedo que escanciaban las
horas hasta que cantaron los inconcebibles gallos madrugadores repartidos por
esas callejuelas abandonadas de pueblo fantasma y el faro proyectaba contra las
pendientes de los cerros rocosos sus hélices de luz para guiar los barcos
metaleros en la oscuridad marina que dejaste estancada cuando bajaste los
párpados vencida por el sueño de un desierto de minerales y de grandes aves
negras que vuelan lentas, cansinas y siniestras siguiendo sus círculos eternos para
escribir este texto sin comas ni puntos en los todos los idiomas del desespero.
Porque toda cercanía es renovación, un rito de rejuvenecimiento, una ansiedad
nueva de volver a ser en un dios imperfecto y un animal perfecto, a la vez
coincidentes y confrontados en la magia terrestre del hechizo solar y el
embrujo lunar, todo en un solo lugar entregado a los designios de los deseos
que pediste sigilosa al apagar las muchas velitas de colores, espero.
(i) Ó Lucuma
spinosa de Molina.
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