Afuera hay un ocaso, alhaja oscura
engastada en el tiempo,
y una honda ciudad ciega
de hombres que no te vieron.
“Sábados”. Jorge Luis Borges
Estoy comenzando a querer creer
en la reencarnación, solo para ir a vivir ese día futuro donde nos encontremos
cara a cara en un café de una callecita cuyo nombre ya estará escrito en los
mármoles de las estatuas, en las piedras de los molinos y en el pomo de la
puerta de su infancia. Allí comprobaré en carne viva que su cercanía me
estremecerá como imagino, y podré rozar, solo rozar, la magnolia que mojó la
luna, caminar de la mano por esos rumbos enmudecidos conversando de estos
tiempos antiguos cuando no alcanzamos a vagar por un atardecer de un parque a
plena lluvia como nos soñábamos. Será una tarde de otoño cerca de un río ancho
con garúas mañaneras y hojas muertas arrastradas por el viento de la larga
noche anterior, habrá tibiezas escondidas e intuiciones florecidas como
certezas. Y la miraré linyera con ojos lentos como abarcando su lejanía, Usted
reinará por el entonces de ese porvenir en las tanguerías y en los claustros de
los poetas, yo vagaré como siempre por las calles buscando sin saber lo que
busco, escribiendo en papeles de envolver los poemas de amor perdido y los
barrocos de los mismos antiguos delirios, declamando en las esquinas los versos
del espanto con voseo de tango y pena de milonga sentimental. Se romperán en
ese día venidero los círculos que nos encarcelan en nuestros aquíes y nuestros
ahoras, y todos estos tiempos de inútiles esperas serán solo soñadas
arqueologías, pirámides abandonadas con sus dioses muertos, selvas desbastadas
por las sequías o las lluvias torrenciales que vendrán a borrar el pasado que
en ese allá será ilusorio. Recuperaremos aquello que dejamos inconcluso o no
pudimos cumplir, los besos en una noche marina por la boca del río ancho, las
largas caminatas abrazados por los iluminados bulevares como si ese mundo, sin
diciembres, fuera nuestro, la noche de besos y lujurias que cada uno soñó a su
manera, los textos que avergonzados o desengañados dejamos a medio terminar,
con algunos verbos pendientes y muchos adjetivos sin usar. Y como en ese
presente este hoy será pasado, conversáremos de sus cicatrices y de sus arqueologías
mientras nos tomamos, en aquel futuro perfecto, ese primer café mirándonos a
los ojos, dudaremos si fue como cada uno lo recuerde, si hubo noches de amor
clandestinas o atardeceres distintos abrazados mirando las siluetas de las
últimas aves en vuelo contra los altos arreboles, si alguna vez la besé
escondidos en la garúa o en las primeras penumbras del crepúsculo, si todo fue
soñado, imaginario, virtual, tristes resabios de nuestras declaradas soledades,
o la misteriosa convergencia de dos seres que deambulaban intemporales
buscándose extraviados en sus sucesivas e inútiles transmigraciones. En la
certidumbre de ese porvenir se quebrará la secuencia de las reencarnaciones;
usted dejará de girar en torno al mismo vórtice de tediosas rutinas, y yo me
dejaré arrastrar hacia la esperada e ilimitada circunstancia de su piel. Vale.
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