"...sintió la mano sin la venda negra buceando
como un molusco ciego entre las algas de su ansiedad". Cien Años de
Soledad. Gabriel García Márquez, 1967.
Nublado, con
presagio de lluvia para mañana, premoniciones escritas con tintas indelebles en
los tortuosos túneles del gran laberinto. Los caracoles enterrados aspiran ya
el aire cargado de la lluvia que vendrá, esperando las humedades en los muros
para ir en busca de los volantines como si fueran pájaros encerrados en sus
helicoides, embebidos en sus babas transparentes, urgidos de ardientes silencios
después de la noche donde buscaron tus ojos de esmeraldas y reptaron sensuales
por los territorios prohibidos de tu piel dormida. Y fue por tu piel lánguida y
tibia que las húmedas sedas plateadas fueron deslizándose con parsimonia de
sibaritas caricias mentidas, y recorrieron dunas y valles, breves selvas y
altos promontorios, suaves desiertos de canela y sándalo hasta asomarse en
medio del vértigo al ómphalos sagrado. Tentando allí con sus minúsculos tentáculos
la profundidad de tu sueño para seguir extraviándose por las comarcas del
secreto paraíso. Y fui más al sur siguiendo un perfume de dulces feromonas y
densos efluvios carnales, emigrando hacia una humedad intuida por misteriosas
sensibilidades instintivas y fluyendo en la alternancia de contracciones y
elongaciones con la lentitud que solo poseen los dueños del tiempo, casi sin
fricción sobre mi propia untuosidad voluptuosa. Era como la yema de un dedo
humedecida en saliva que se deslizaba sobre tu piel leyendo el braille de sus
poros como si fuera un delicado papiro donde están escritos los arcanos que
guardan los verdes cristales de las esmeraldas. Iniciación, rito y consagración
consumada en la peregrinación sacrílega hacia el meridión de tu cuerpo transido
de escarchas que se van deshielando en la sinuosidad horizontal del molusco en
celo atrapado en las afrodisíacas fragancias que acechan en aquel vórtice
ilusorio y que lo atraen irrevocablemente al fuego pecador de su viscosa trampa
de gredas ácidas y pantanosas donde no han de sobrevivir, así está escrito, los
tardos e incautos caracoles. Aun así, imbuido de un vinculo astral que va más
allá de mí mismo alcanzo ese tu otro caracol acechante y en un húmedo retorcido
palpitante abrazo genital naufragamos en un hermafroditismo insuficiente de
babas vertidas y mórbidos cuerpos que copulan con la desesperación del exilio transgredido
en medio de esa muerte instantánea, adheridos como hembra y macho y viceversa
en un incansable e inevitable viaje hacia
la profundidad calidamente aterciopelada del humectado gineceo que recibe la
suave y rítmica huella del impetuoso molusco, juego danza delirio, néctares que
se multiplican y confunden en el vendaval de la venidera lluvia de mañana. Vale.
Wunderschön!!!!!
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