(Rescoldos
humeantes de N.)
Sé que “él” la
ronda, la desea, y como siempre la obtendrá, la llevará a sus trampas atraída
por sus perversiones, sus ambiguas intenciones, sus oscuras incertidumbres, por
esas sutiles esperanzas de que aun hay más, de que siempre queda algún nuevo (o
extraño) placer pendiente para la próxima vez, sembrará (¿o ya lo hizo?) esa
terrible semilla de que en “él” se pueden cumplir todos los deseos de la carne
y del alma. También sé que nada puedo contra esa atracción casi animal porque
es elemental e instintiva. Solo tenemos dos cosas en común, tu buscada
cercanía, que entiendo es distinta para él y para mi, y la coincidencia en la
creencia de un universo esencialmente hostil, donde nadie puede ser,
sinceramente, feliz. Y no, como pareces pensar, las voces. La de “él” es mas
profunda, de alardeados tonos bajos, melosa y acesante, más respirada, entre
viril y acariciante, muy cerca de lo indecente. Intenta, y casi siempre logra,
que la dama que escucha comience a imaginar como seria escuchar esa voz como ardiente
susurro en la intimidad de su oído. En cambio mi voz es mas pareja, diría
monótona, mas lenta, con muchos silencios que van entrecortando las frases,
como si me costara ir recuperando los recuerdos o expresar las ideas, como si
siempre hubiera una inseguridad en decidir si debo o no decir lo que voy a
decir. Mi voz intenta ser tierna, dar una sensación de vulnerabilidad, de crear
un ámbito de pena, de desamparo, de sutil desolación, casi de lastima. Es
sabido que esos largos silencios con la mirada perdida en un horizonte
ficticio, buscan generar una necesidad de proteger, despertar el instinto
maternal que toda mujer, se sabe, lleva siempre en el centro mismo de su alma.
Es la piel o las sombras, no ambas, el roce ardiente de las fieras en celo o el
nudo intenso de desesperadas serpientes, es el goce penetrante o el terrible
suicidio. Así el camino se abre en rumbos que serán mañana los dolorosos
errores en un azar que conspira contra si mismo. Es la piel y sus tibiezas, las
vertientes que traen los ríos, las turbulencias siempre nunca el sosiego. Son
las sombras y sus ansiosas cercanías, las maderas carcomidas, el velamen roto.
No habrá certezas en esa total oscuridad, y solo se sabe que lo peor del error
no es la muerte, sino su absurda eternidad.
magistral
ResponderEliminarlo leo por segunda vez y se me ocurre una comentario muy pícaro...como lieratura es magistral sin duda.Pero ese texto es el resultado de meditadas e insinuantes curvas del pensamiento agazapado detras de un habil lobo cazador de ingenuas deidades ansiosas de amor......Claro igualmente bello!
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