“Una oscura
pradera me convida”
José Lezama Lima
Me ciego a los trinos superados hablando
sobre el perfume que toco en el aliento vaho de los rosales escondidos, supero
la penumbra incautada por las oquedades de las piedras evadidas. Sumo y sigo,
sobre inciensos de ilustres funerales contenido me ciego a los cantares de
elusivas sirenas o vetustas harpías, frescura de helechos, de rincones que
guardan las humedades estancadas de las siempre últimas lluvias, drenajes en
sus vertientes hacía abajo en despeñadero hasta el vado me ciego. Acogido por las
hiedras encantadas a sus muros solemnes derruidos discrepo, ciego, aterido como
un cíclope centauro perseguido. Me vasto en derroches y traiciones, en mármoles
bronces guijarros, me vasto de indolencias fragmentado por ahí por donde la
palabra cuaja enternecida o se avinagra de soberbia en breves desengaños
fermentada, me ciego de cierto aroma en esa piel, me distribuyo aciago en los
corceles del vino, aparezco deshojado antes del pequeño otoño en desamparo,
destilo el aguardiente del áspero rocío que se queda dormido por las parras. Se
vacían los aljibes las ánforas los jarros de sus aguas y barros y cangrejos, de
oxidan los hierros florecidos en sus herrumbres de puentes cruzando ríos
congelados, afloran los verdores de los cobres enterrados, me ciego en una voz
que huye por los acantilados del destierro, del moroso exilio sobre todo
vestigio grieta que se rompe en vaguedades ilusorias. Se van quebrando los
vidrios de un silencio atardecido en sus ojos consternados. Las incesantes
mareas de un océano de espumas demarcan con sus solemnes naufragios los
dominios lunares donde el nocturno se abre como magnolia encarcelada. Ceremoniosas
gaviotas funerarias postulan en sus altos vuelos circulares la ambigua
oscuridad del eclipse, un vértigo acaece ensombrecido en los tejados y los
mástiles, se desgrana dejando el bosquejo de un templo una pirámide una
esfinge, indescifrables, me ciego en esos códigos perversos buscando los signos
en las fisuras del muro, en el lenguaje de los cardos, en los guijarros y el
heno que sobreviven en el adobe. Un rastrojo de manzanar con su hierba crecida
y sus mariposas escondidas posee la única certidumbre de que no es un sueño. Iluminado
por un plenilunio sangriento un sarcófago en el alba destella entre los
humeantes mentideros del infierno, es agualuz azulmarina que estalla en antigua
noche negra blanco florecido ciruelo, estremecido por las vehementes
transparencias de aquel lejano sosiego me ciego a las turbiedades de esos
resplandecientes esplendores me ciego. Vale.
Imagen: “Ventanales
porteños”. Camila Ramírez G., Buenos Aires, mayo 2013.
hermoso texto y hermosa foto de tu querida hija.....
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