“El número de
configuraciones cualitativamente diferentes de las discontinuidades que pueden
producirse depende no del número de variables de estado (que puede ser muy
grande), sino del número de variables de control (que suele ser muy pequeño).”
Complejidad y el Caos: Una exploración antropológica. Carlos Reynoso, 2006.
Se derrama sin encender el día sobre los
pastos asomados en los verdes verdeantes de sus invernadas que prometen furiosa
primavera, los dedos deshojados de los árboles dormidos cruzan grises
nubarrones en camino hacia la vertiente de una cordillera alzada en sus nieves
y ventoleras, el frío se ciñe a la vastedad del paisaje inmediato inculcando la
serenidad de un mediodía vertiginoso que ya rumbea por el borde de la tarde.
Solemnes demiurgos beben las aguas casi extinguidas entre los guijarros
redondeados por la infinita paciencia de la erosión del tiempo, el día se
abastece de penas en ese bebedero que siempre amanece escarchado. Una luz algo
podrida, acosada por las matas de hinojos y cicutas se esparce quejumbrosa como
un hálito deformado por los estarcidos reflejos y las multitudinarias
iridiscencias. Se vierte sin arder el día sobre los hierbas despuntadas en los
glaucos verdeantes de sus renacimientos invernales premonitorios de rabiosa
primavera, las ramas deshojadas de la floresta somnolienta atraviesan grises
nubarrones en camino hacia la vertiente de unas montañas elevadas en sus celliscas
y vendavales, el frío se apega a la vastedad del paisaje cercano induciendo la
serenidad de un mediodía apresurado que ya se orienta por el filo del atardecer.
Una luz de fermentos vegetales, acosa los hinojos y las cicutas esparciendo un vaho
deformado por los estarcidos reflejos de los negros cisnes del desamparo y las
iridiscencias de las transparentes mariposas. Ceremoniosos vestiglos sacian la
sed en las aguas residuales entre los cantos redondeados por la ilimitada perseverancia
de la erosión del tiempo, el día se abastece de penas en ese bebedero que
siempre amanece escarchado. Una luz algo siniestra, amortiguada por los setos
silvestres de hinojos y cicutas se propaga quejumbrosa como un aliento fluctuante
por los coloreados reflejos y las profusas reverberaciones. Solemnes endriagos
beben las barrosas aguas entre las piedras redondeadas por la infinita
paciencia de la erosión del tiempo, el día se provee de lástimas en ese
bebedero que siempre clarea congelado. Se vuelca incendiado el día entre los
pastos cristalizados en los verdes verdores de sus rincones invernales
prometiendo copiosa primavera, los ramajes vacíos de los árboles dormidos
cruzan grises nublados en ruta hacia la vertiente de una cordillera encaramada
en sus nevazones y borrascas, el frío se ahoga en la amplitud del paisaje
colindante infundiendo la dulzura de un mediodía urgente que ya rumbea por la orilla
de la tarde.
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