Las palabras son armas que, al dispararse, dibujan la frontera entre
lo que existe y lo que no existe porque simplemente no puede nombrarse. Ludwig
Wittgenstein
Aquí la sombra de los palquis sobre el estanque, la quietud de su
espejo que refleja cielo y follaje, nubes navegantes y pájaros inquietos,
mientras los carassius deformes nadan en un agua lenta y transparente, la tarde
se abre a las angustias del ocaso antes que los grillos y las orugas se
encierren en sus oquedades vegetales, un desborde de arcángeles iluminados pero
ciegos inician la solemne ceremonia del destierro. Aquí la sombra de los ojos
que no te vieron enmudece para que no se borre tu silueta entre las ramas de
las lilas, porque eres en todos los delirios, en la tierra aun húmeda de
invierno, en los perfumes esparcidos de la acuciante primavera, eres en la
tierna monotonía de las lluvias otoñales y en los amarillos pastos que cierran
el estío. Aquí la sombra que se sumerge en los ecos de otras voces
innumerables, la plenitud del recuerdo que acontece como si fue ayer que se
oyeron en sus susurros perdidos en la vastedad de ese yermo de piedras y
rostros sin solución de continuidad, palabras que equivocaron la noche del
asedio, imágenes enterradas en las arenas tristes de las memorias incrustadas
entre blancas espumas de un mar verdiazul y líticos púrpuras lejanos. Aquí la
sombra donde encallan tus naufragios, el rito y la servidumbre, los últimos
equinoccios que urdieron tus manos en su llaneza esquiva, el eclipse sustentado
en la sugerente ambigüedad de tus párpados, la mañana del día siguiente donde
siempre no estabas, no eras, no existías sino en la laxa nostalgia de la
penumbra de la víspera o en la percepción inolvidable de ti en esa esquina
atardecida con tu vestido de estampado cachemir en verde azul violeta con sus
gotas de agua curvadas sobre las sensuales curvas de tu cuerpo. Aquí la sombra
que invade el silencio, tu silencio, como un oleaje devastador que rompe los
muros y los barcos, como un viento telúrico de origen y retorno, de albas
entumecidas sobre los musgos y los trigales, de escarchas y hielos, de la
medianoche en que descubrimos el fuego y ardimos ensimismados, solitarios y
ausentes en el estiaje de lo que habíamos sido, invisibles a los otros y al
azogue. Aquí la sombra lunar que definen los rosales buscando el dibujo de tu
boca trazado a besos sobre mis labios. Aquí la sombra solar en su nítido contraste
que te infiere entre la duda y la certeza de que nunca estarás.
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