¿Qué voz hizo que te replegaras al silencio?
En singular reconstruyo los cristales de todos tus plurales, por
ellos divago en la vastedad solemne de tu recuerdo, cuarzos amatistas,
nocturnas obsidianas, los difusos atardeceres que solía encontrar en las ágatas
o en las hojas otoñales o en ciertas piedras pulidas por los vientos del
desierto. Discrepo con la concreta realidad de tu ausencia y me vuelvo a
enamorar de tus ojos, no de tu silencio, como si cada tarde fuera la misma de
los borrados pergaminos, de la ventolera que te despeinaba o del último
laberinto, y en esa evocación constante voy trazando tus rasgos en el polvo
lunar que opaca los claros vidrios de los ventanales para recuperarte perpetua e
intensa, y ese silencio tuyo se disuelva en la sal de la espera como el rumor
de un mar lejano. Y si no, igual te voy a encantar con mis palabras, a
cautivar con el eco de mi voz inesperada, a rescatar desde ti esa dimensión más
profunda de ti misma y que aun no escribes en tu cuaderno de secretos, hasta
que un día, hacia la noche renazcas desde la más cercana de las distancias y te
despliegues lúcida y evanescente, sutil e imaginaria en las memorias de las
rosas. Entonces te besaría en los parques imposibles de nuestras juventudes, te
enamoraría con sonetos de Neruda, te regalaría hojas del otoño y alas de
mariposas de la primavera, piedrecillas de colores lavadas por las lluvias del
invierno, y los nácares de las playas del estío, para cumplir en ti el rito esencial
de las estaciones. Sé que llegará el instante en el que ese silencio de esfinge
me deje socavar tus ternuras para soñarte niña persiguiendo otras mariposas, y
si me alcanza sueño, para perseguirte por tu adolescencia allá por donde te
ibas a leer poemas buscando los avatares de tu futuro en los versos de los
destierros, o mejor aun, soñarte en ese sueño aun más imposible, en ese de encontrarnos
en el sueño de las infancias en el mismo patio donde tú y yo jamás jugamos. Muchas
veces te observo de espaldas, porque ahora de frente eres ya de alguien, yo
llegué muy tarde a tus comarcas así que eres mía solo de lejos,
clandestinamente, desde atrás iluminada por un quieto halo romántico. Me
recuerdas a esas compañeras de universidad que yo miraba tímido y silencioso de
lejos, nunca de frente, y de las que me enamoraba a morir hasta que aparecía
otra... y así sucesivamente. Y así te sigo viendo joven, veinteañera, tan frágil,
tan tierna, tan dulce, leyendo ensimismada en un escaño de una plaza solitaria
de tu siempre otoño, y me acerco cauto con la intención de rozar apenas tu pelo
ensortijado, y nunca lo logro porque otra voz hizo que te replegaras al
silencio.
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