Llueve sobre las rosas de la extraviada primavera y vuelvo a tu boca
por el beso imposible de cada mañana, a los frágiles vestigios de lo que no fue
o naufragó siempre entre las primeras las rosas y las últimas lluvias. Desde
ahí esquiva mariposa, desaparecida esfinge, retorno al ya eterno mito de rozar
tu pelo ensortijado, al ceremonial de perderte entre la noche y su lluvia, al
silencio que me deja cristalizado en tu sal crepuscular. Llueve sobre las
anegadas callecitas de las nostalgias, detrás de los vidrios del café de los
habituales fantasmas, llueve en el vacío que dejas cuando llueve sobre las
rosas cansadas de florecer entre imaginarios reflejos e inútiles lontananzas. Y
mientras afuera llovía sobre antiguos tejados, sobre los desolados árboles del
desamparo, sobre campanarios derruidos por el olvido, yo dejé en tu boca
sabores de besos y susurros que permanecerán reverberando en tus labios aun
después que me borres de tus secretos, porque fijé en tu perfume los imperceptibles
vestigios que te irán definiendo los rumbos atravesados por mi voz convertida. Bajo
esa lluviosa mañana que tú no veías yo fui escribiendo en tu cuerpo como un
sigiloso escarabajo tus desconocidas melancolías, las penas que llevabas
incrustadas en el desasosiego de tu piel cuando te allegas al nocturno y te
evades en la tenue consistencia de tus ensoñaciones. Y la ventolera urgió los
rosales y los pájaros, se vino anocheciendo con oscuros nubarrones que negaron
el crepúsculo, las rosas ateridas se oscurecieron en una pequeña somnolencia de
silencios y una quietud de yermo cementerio. Llovía sobre las rosas de la desorientada
primavera y yo volvía una y otra vez a
tu boca por el beso que de ti nunca beberá mi boca, a los subterráneos despojos
de lo que iba quedando entre las primeras las rosas y las últimas lluvias. Y
mientras afuera llovía sobre los parques y las calles de tu laberinto yo
escribía con tinta transparente sobre impalpables pergaminos una teogonía de
oscuras traiciones en el origen equivocado y del falso linaje de las diosas
falibles para mi propio escarnio en los charcos humillantes de los celos y en
las ciénagas pantanosas de las furias. Pero acaso el verdadero texto de esta
lluvia sea estos apuntes en donde trato de anotar la imagen de la mujer de las
rosas en las distintas horas del día, tal como la voy observando al cambiar la
luz (i).
(i) Paráfrasis de un párrafo de “Si una noche de invierno un
viajero”, de Italo Calvino, en la traducción de Esther Benítez
Imagen: Fotografía del autor, lluvia del miércoles 14 de octubre de
2015.
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