miércoles, 12 de enero de 2011

LOS OJOS DE LA REINA

Ahí estabas Reina con tu piel pálida y tus ojos grandes de reina descoronada. Estaban buscando tus ojos las paredes húmedas del castillo perdido de tu infancia, los perros de caza en el parque de acacias esperando tu voz, los halcones de la cetrería en sus grandes jaulas con los ojos inmóviles también esperando. Te faltaba la lluvia en las ventanas y detrás del cristal los árboles otoñales en un paisaje húmedo de ocres y amarillos. Ahí estabas con tus manos largas de las Infantas de Toledo, la piel aceitunada y los labios delgados. Los mil doscientos años de abuelas reclinadas sobre delicados bordados te heredaron una tranquilidad de alma que solo se nota en tu inmovilidad casi transparente, en tu aura de nobleza y en la cabellera movida delicadamente por la brisa de un otoño que nadie más percibe, lejana al tumulto de míseros vasallos y a los ruegos de altivos señores. Nadie sabe si eres una reina egipcia o una meretriz de Alejandría, así desprevenida y confusa, envuelta en una bruma de distancia, con los ojos lejanos de quien ha visto descender el tiempo, enemigo y furioso, sobre las cosas y las gentes que amaba. Solo la tenue elegancia de esas manos delata a la escondida heredera de muy antiguos y ya lejanos reinos. Y en la mítica confusión de tus ojos grandes y las manos largas y pálidas se alcanza a intuir la oculta Condesa de fuegos ocultos, la habitante imaginaria de los húmedos bosques donde los poetas suelen extraviarse. Porque eres la Reina de Tristezas, sola en medio de todos. Y ahí estabas Reina Silenciosa habitando el despeñadero de los sueños, los años y los otoños. Siempre en las orillas de todas las noches. Y estabas ahí con tus ojos dormidos, grandes y tristes, como debe ser en las Damas de tu rango, que solo ven el sol a la hora del crepúsculo y bajo las glorietas de los jardines brillantes de la primavera. Ahí, alta, ausente, y de negro absoluto, cumpliendo en tu vestimenta con el luto riguroso y ancestral de tus ojos grandes, tristes, buscando sin esperanza, siempre sola, ausente, triste, pálida, silenciosa, para siempre esperando tan pálida, tan bella, tan suave, tan dulce, tan próxima, tan perfecta, tan silenciosa, tan lejana, tan ausente, tan imposible. Reina antigua, Reina repetida, como un sueño en el que se pueden tocar las cortezas de los jacarandaes, oler las azucenas de diciembre, paladear el agua surgente del arroyo pedregoso, y rozar con la muerte palpitando el borde satinado de tu vestido sin ver tus ojos tristes y tus labios amargos, perdida siempre en los día con sus soles temerarios y reencontrada cada noche en el espejismo de luna del insomnio.

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