"La noche sugiere, no enseña. La noche nos encuentra y nos sorprende por su extrañeza; ella libera en nosotros las fuerzas que, durante el día, son dominadas por la razón..." Brassaï. (*)
La ciudad adoquinada en sus escondidas callejuelas y retorcidos callejones por la piedra pura canteada en el borde de la majestuosa cordillera volcánica. En las esquinas de penumbras ávidas perfumadas meretrices yacen en la blasfemia de sus boquitas pintadas y el espanto de sus cuerpos descarados. Desde el empedrado nace un cañaveral hirsuto de pecados, de ignominias, de voces ásperas y gestos procaces, de caricias insinuantes y de regateos humillantes, de orgullos de reina que se vende al mejor oro y altiveces de campeador orgulloso de su oro. La noche está cuajada, tumultuosa, con luces, cantos, risas, con el escozor del licor definiendo el idioma, el dialecto, el lenguaje en la desinencia de las palabras que venden y compran, oros y cuerpos de por medio. Fulgidos salones entretejidos de opacidades olorosas a coñac, a tabaco, a piel sudorosa en el benjuí, a rimel de pestañas que aletean con la fúnebre coquetería de negras mariposas anoréxicas. Atrás, en los cuartos clandestinos los lechos poseen la densa gravitación de deseos impúdicos mezclados con una humedad corporal que arremete y transgrede, ya sea entre las sabanas miasmáticas o en el azogue del espejo voyerista que hace de cielo sin astronomías estelares ni pájaros estridentes. Se atraviesa la medianoche como el eje de una hipérbola, se repiten los guiños faroleros, se duplican las hetairas, las esquinas son las mismas y el sabor del aguardiente se quiebra en los hocicos de los perros asintóticos. El alcohol pulsando los entresijos de perversos ardores trepa los muros con sus vidrios astillados, adopta la impostura sin cerrar los ojos, socava los cimientos del verano nocturno vehemente e indómito. Un légamo gris, como de lejía, se esparce como una baba de ceniza cubriendo los cuerpos mutilados, los escombros y las huellas eróticas de una triste Pompeya. La silueta monstruosa del monasterio esconde los secretos fraudes del opio y el oro transmutados en voluptuosas carnes palpitantes, en mustias muecas de labios descoloridos que cohabitan en las obscenas miradas de sigilosos faunos transeúntes. Un rito nupcial, consumado en suntuosos lenocinios o míseros prostíbulos, en los rincones encharcados o en los profundos portales, se sacraliza con un óleo espeso, seminal, entre los vapores orgánicos y el vaho sofocante de las extremas cercanías del oprobio. Desde el ilimitado palomar de los entretechos y las cornisas surge una difusa nube-sombra punteada de pequeñas máculas en vuelo que giran en un gran semicírculo cortando el cielo enclaustrado en el vericueto de las ultimas calles como la guadaña siseante de la Dama del Negro Velo, y vuelven a sus nidos furtivos cuando la tenue luminosidad de la madrugada ya se refleja en los restos de las osamentas que sucumbieron a cierta introvertida quiromancia.
(*) Brassaï es el pseudónimo del fotógrafo húngaro Gyula Halàsz.
Fotografía: "El Prostíbulo" (1932) de Gyula Halàsz (1899-1984).
La noche y la descripción de sus bajos fondos adquieren matices nuevos en tu prosa teñida por el barro de esas callejuelas oscuras y tortuosas. El lupanar se ha convertido en buena Literatura, con sus lágrimas de limo y sus mujeres de cuerpos inundados de impotencia y sueños sesgados.
ResponderEliminarLa respiración contenida solo vuelve a su ritmo normal en tus últimas líneas, cuando la auora purifica con su luz la noche pasada y empadada de eterno futuro pretérito.
La cita, una verdadera joyita, no menos que tu magistral texto.
Genial, Fernán.
Un abrazo entre los velos de la noche.
Interesante texto-
ResponderEliminarHonrado por la cita: http://www.grupof8.com/carlostajuelo/fotografias/del-surrealismo-neobarroco
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