La luna verde como una pulida esmeralda maligna iluminando el mar de sargazos, dibujando con ese mismo verde las siluetas de las naves semisumergidas, naufragadas y muertas en esa jungla de algas que las aferran como los hermosos cabellos de serpientes de una Medusa oceánica. La luna verde se derrama de verde sobre el verde mar de verdes racimos de uvas equivocadas de los navegantes portugueses. Los verticilos delirantes, los filamentos entreverados siguiendo el vaivén amortiguado de las olas que van desapareciendo en la sopa densa y resbalosa de sargassum pardas o verde negruzcas con sus láminas, rizoides, y estipes. La luna verde reflejándose en las algas flotantes que son refugio de cangrejos, percebes, pulgas de mar y multitud de otros engendros minúsculos en la turbiedad del agua por el desove continúo de anguilas a lo largo de las estaciones. La luna verde iluminando la trabazón fosforescente del nido de bestias marinas, de calamares muertos, de pulpos agonizando mordisqueados por los escualos que surgen sigilosos de la profundidad oscura e insondable. Y en el silencio verde de las noches sin olas y sin viento se escuchan los chasquidos de millones de cangrejillos cortando las algas para alimentarse, el borboteo de la las pequeñas tortugas marinas, y las sutiles turbulencias provocadas por los leves movimientos de los dragones de mar. La luna verde iluminando ese vórtice de algas al acecho en su densidad mortal de calma chicha. Trampa mortal que inmovilizaba los galeones durante semanas esperando que soplara un viento favorable, naves atrapadas por los sargazos con sus tripulaciones muriendo de hambre y sed. Después, las velas pudriéndole y los gusanos carcomiendo las maderas del casco. El mar de la luna verde tragándose galeones cargados del oro robado e infames barcos negreros con cientos de esclavos a bordo. La luna verde resplandeciendo sobre el gran cementerio de barcos de todos los tiempos, capturados e inmovilizados en campos de algas, sufriendo una lenta descomposición, pero gobernados todavía por las tripulaciones de esqueletos de los infortunados que no consiguieron escapar y debieron compartir el destino de sus navíos. Oscuros monstruos marinos se mueven continuamente, en todas direcciones, y hay leviatanes feroces que nadan entre los barcos que se arrastran lentos y perezosos. La luna verde, impávida, sigue noche a noche destellando sobre la trabazón de sargazos y espiando por los intersticios de las naos carcomidas que nunca volverán a encontrar sus rumbos. Vale.
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