No hay sosiego ni encanto o desencanto a la hora de tocar el áspero borde del día, rozar ese filo de cristal roto, de alfanje reluciente y vengativo. Acero que saja piel, carne, uña, que hacer florecer la sangre del furioso río, escombrera y rostro de una huida imposible, Reisefiber, saudade, nostalgia, ruidos de una melancolía secreta que no posee silueta ni voz de canto o ruego o promesa pero que como un parásito sagrado e intocable se hunde en las entrañas con furia de gorgona. Petrificaciones de esa imagen en los templos y en las cráteras de vino, imperiosas serpientes, monstruos, oráculos o deidades. Medusa, Esteno o Euríale, el nombre ya se ha perdido en la vendimia del desengaño, con sus alas de oro, sus garras de bronce y sus colmillos de jabalí. Esfinge y enigma. Rugidos hacia el crepúsculo dorado abrumando el dolor dolor, lejanos gruñidos de la bestia que en las penumbras lame su herida porque sobre la conciencia sin pecado concebida fluyen las aguas sagradas del escarnio. Toda noche se torna entonces pesadilla si en medio de su arco llueve. Porque todas esas aguas de los cielos no aplacaran las turbias derrotas, las fugas presintiendo la hecatombe, las traiciones y cobardías, los fuegos funerarios que iluminaran los campos de las últimas batallas. Inmolaciones. Allí, sereno, solitario y sufriente reverbera un crucifico sobre la fría pared encalada, reflejo sagrado de la colina Gólgota. Monasterio, priorato o claustro donde la soledad coagula en sus propias transparencias, en los pliegues sinuosos de la tentación, en los hondos abismos dulces y florecidos del pecado. Deserciones en las horas laudes y vísperas, siempre a contrapelo de un sol que reifica las angustias, los miedos, las lánguidas esperas de los celos impenitentes. Afuera duerme un quieto atardecer de humedales, de albuferas, de marismas de aguas salobres, habitadas de aves, de peces, de lirios de pantano y lotos, de pajonales de cortadera o juncales de totora, que en algún mañana serán turberas. Mas allá, contra un plano horizonte alborotado de espumas, algas enredadas en espantos van y vienen en la oscura marea nocturna, escurren y se enmarañan lánguidas atrapando la nave del insomnio que no orilla ni naufraga. Galeones que deambulan extraviados por brumosos océanos sin nombre, sin costas de abrigo, sin equivocados mapas náuticos ni ajados portulanos. En la arena del sueño hay una medusa muerta con olor a ese mar antiguo.
lunes, 28 de febrero de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Increiblemente profundo. Sabes que tu escribes de tal forma que el entorno desaparece para sumergirse en ese mundo increible,casi tangible...gracias a tu arte... Gracias.....Tu mundo , ese mundo que tambien necesito
ResponderEliminar